A espaldas de los dinamiteros

La distancia política entre el Gobierno de la Generalitat y el de España es evidente, pero no ha sido impedimento para que Ernest Maragall, el responsable de la parte catalana, diera todo el boato a la ocasión. El lugar elegido para la reunión de la Comisión Bilateral, renacida después de siete años sin dar un palo al agua, fue la Sala dels Tarongers –Sala de los Naranjos– a la que se accede por el patio del mismo nombre. Fue construida en 1585 y decorada con piezas de cerámica vidriada. De esa época sólo se salvó una parte del pavimento que pudo ser reconstruido tras recuperar las piezas desechadas en las obras de 1908. Es una de las tres salas nobles con acceso desde el Pati dels Tarongers –situada entre la sala Torres García, utilizada para actos protocolarios, y la sala Tarradellas, presidida por un mural de Antoni Tapies, dónde se reúne el Gobierno de la Generalitat– el centro neurálgico del Palau de la Generalitat. No fue una decisión baladí, porque el encuentro requería todo el protocolo, al menos en las formas.

Sin embargo, el presidente Joaquim Torra iba a su bola, mejor dicho a la bola de Carles Puigdemont, en las horas previas reclamando soluciones concretas sobre la autodeterminación y los presos soberanistas. Carmen Calvo, la vicepresidenta del Gobierno, le contestó «que la normalidad sea la norma». El problema radica en que tanto Puigdemont como Torra quieren que no haya normalidad, porque la normalidad va en contra de su estrategia. Puigdemont, el neoperonista residente en Bruselas, quiere mantener el empate infinito en el que vive la sociedad catalana para mantener su hegemonía y para lograr este objetivo necesita inestabilidad permanente.

Los acuerdos emborronan su mejor escenario. Rechaza la distensión porque su tesis es la debilidad del Gobierno de España para alcanzar la República, subyugando a ERC a la que está sometiendo a un fuerte «pressing» descalificando su estrategia. No quiere diálogo ni con Sánchez ni con ERC. Su táctica es debilitar a Sánchez y tildar a los republicanos de traidores presionando con una pinza con la CUP. Su talante tiene su prueba del algodón. En 10 meses, Oriol Junqueras no ha tenido ni un solo contacto epistolar con Puigdemont. Era su vicepresidente, pero le niega el pan y la sal, a pesar de que abogados y dirigentes republicanos se ofrecieron para hacer llegar notas de Puigdemont a la cárcel. «En el fondo, a Puigdemont le interesa que haya presos. Es la línea medular de su estrategia para erigirse en el “líder”. No le interesa un Junqueras en la calle», afirma un dirigente independentista. Un líder republicano confirma esta tensión: «Si Puigdemont le ha enviado una carta, Oriol nunca la ha recibido».

La Bilateral era la prueba de fuego, aunque todos –menos Puigdemont y sus «hooligans»– daban por bueno que la reunión de ayer era el principio de la normalización. Resultados pocos, pero reanudar el diálogo era un hito. El resultado ha sido el previsto. Empezar a trabajar en comisiones y subcomisiones y escuchar las posiciones del contrario. Sin más, pero tras más de cuatro horas de reunión la normalización se ha conseguido. Si interesaba la ruptura bastaba con unos minutos y adiós muy buenas. Los Maragall, Batet, Aragonés, Cunillera e, incluso, Artadi, estaban más por encontrar caminos que por dinamitarlos. Actuaron a espaldas de los dinamiteros. En esta opción está Torra, Puigdemont y también Albert Rivera. Ayer José Manuel Villegas equiparaba diálogo a rendición. «Puigdemont quiere a Ciudadanos fuerte para hundir cualquier posibilidad de acercamiento», apuntan desde sectores que se reivindican como PDeCAT. «Ciudadanos les sirve en bandeja la tensión», remachan.

Tras el encuentro, los negociadores saben que esto es el comienzo. Los republicanos han logrado hoy evitar que Puigdemont agreda el incipiente diálogo, aunque saben que lo hará, tarde o temprano. El nudo gordiano está en el campo judicial. La negociación política avanzará en función de la actitud de la Fiscalía, pero eso no estaba en el orden del día de la Bilateral.

Fuente: La Razón

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