«Nos dejaban sin vehículo. ¿Cómo íbamos a requisar urnas?»

Cuando el 9 de junio de 2017, Carles Puigdemont anunció la fecha y la pregunta del referéndum, el Gobierno de Mariano Rajoy se conjuró para que el 1 de Octubre no hubiera urnas en los colegios electorales. Confiaba en que sin un censo autorizado y sin las garantías de un proceso electoral ordinario no sería viable hacer una votación. Se activó la maquinaria judicial y la Fiscalía ordenó a los Mossos d’Esquadra precintar los colegios electorales antes del sábado sin éxito. «Quizás se habría acabado todo, si hubiéramos puesto un candado en la puerta de los colegios el viernes por la tarde, cuando los críos acabaron las clases, pero no, ese fin de semana, resulta que había torneos de PlayStation y botifarradas en las escuelas. ¡Lo nunca visto!», exclama un mosso d’esquadra que no quiere dar su nombre por miedo a represalias. –¿Por qué no llamarlo Marc que desde la década de los 90 es el nombre más puesto en Cataluña? Adjudicado–.

Cuando en julio dimitieron el conseller del Interior, Jordi Jané, y el director de los Mossos d’Esquadra, Marc comprendió que los mandos policiales pensarían un plan para no cumplir con el mandato judicial de impedir el referéndum. «El mayor Trapero se puso a dedo», recuerda. A un mes del 1-O, la versión que tenía la policía catalana es que la votación sería un 9-N más y que a los mossos no les pasaría nada. «Si llegado el día, había referéndum y se encontraban en un colegio con 500 vecinos que no les dejaban pasar para requisar las urnas, el conseller asumiría las consecuencias», nos dijeron. No hubo reuniones previas para organizar la jornada ni se habló de dispositivos especiales. Técnicamente, «los agentes de los Mossos d’Esquadra fuimos a trabajar como otro domingo cualquiera». En la reunión previa al servicio sí se nos repitió un mensaje: «No utilizar la fuerza bajo ningún concepto salvo que te agrediesen». «La Generalitat no quería por nada del mundo la imagen de un mosso en una trifulca y no hubo ninguna fotografía de un mosso cumpliendo con su obligación: evitar el referéndum», repite Marc. «Íbamos de dos en dos, como siempre. Nos enviaron por parejas a uno de los centros donde se votaba el referéndum. En algunos casos, nos bajaban de la furgoneta y nos dejaban allá sin vehículo. ¡Cómo íbamos a requisar urnas!», exclama y añade que «si pedías apoyo de orden público, no te lo daban. Compañeros que se quedaron en comisaría nos contaron después que no los dejaron salir cuando pedimos apoyo. Nos vendieron».

En cambio, los compañeros que, antes del 1-O, tuvieron «la valentía de dar un paso adelante y decir que serían fieles a la Constitución y cumplirían con su deber fueron apartados». Físicamente no ha visto listas negras, pero cree que igual que pasaba con las «brujas» en tiempos de la Santa Inquisición, «haberlas, haylas». «Todos los compañeros que manifestaron que cumplirían con el mandato del Tribunal y de la Fiscalía y que colaborarían con el resto de fuerzas de seguridad ese día fueron relegados», dice. «Hubo compañeros que fueron destinados a una escuela recóndita en la que no había votantes. A otros les dieron vacaciones sin haberlas pedido. Hubo cambios absurdos de agenda y tareas para neutralizar a unos policías que sólo querían cumplir la Ley», lamenta.

Fuente: La Razón

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