La famosa película del «Día de la Marmota», protagonizada por Bill Murray, nunca antes había tenido una réplica tan exacta en la política. El Brexit ha conseguido que cada día en Westminster sea exactamente igual al anterior. El liderazgo de la «premier» Theresa May en el punto de mira, la Cámara de los Comunes sin mayorías para aprobar ninguna opción, y el laborista Jeremy Corbyn sin terminar de aclarar cuál es su estrategia para no quemar cartuchos ante la posibilidad de unas elecciones anticipadas que pudieran desbloquear la mayor crisis institucional que se vive en la historia reciente de Reino Unido. El problema es que el tiempo se agota. Nadie sabe a día de hoy qué va a ocurrir realmente con el Brexit, pero, según el calendario oficial, los británicos deben abandonar el bloque el próximo 29 de marzo.
El Parlamento aún no ha votado el acuerdo de salida que May pactó con Bruselas. La líder «tory» aplazó el pasado mes de diciembre, en el último momento, sus planes ante la falta de apoyos y, aunque el voto está previsto ahora para el próximo martes, hay muy pocas garantías de que el documento vaya a ser ratificado por sus señorías.
Ante tal panorama, el rotativo euroescéptico «The Daily Telegraph» publicó ayer que los negociadores británicos y europeos están valorando la posibilidad de retrasar el proceso formal de divorcio. El periódico cita hasta tres fuentes distintas de la UE que explican que Londres está «estudiando las sensaciones» y «probando cómo están las aguas» sobre una posible prórroga del artículo 50 del Tratado de Lisboa. El ministro del Brexit, Stephen Barclay, desmintió la noticia. «La política del Gobierno es clara: vamos a salir de la Unión Europea el 29 de marzo», matizó. Pero los discretos contactos diplomáticos que menciona el rotativo se producen después de que la secretaria de Estado de Asuntos Digitales, Margot James, especulara con la posibilidad de ampliar los plazos.
Lo cierto es que Downing Street goza estos días de poca credibilidad. No sería la primera que cambia de opinión. Es más, el mismo día que May canceló en diciembre el voto sobre el acuerdo de retirada, un portavoz del número 10 de Downing Street había recalcado horas antes que todo seguía adelante.
Si pospuso la votación en una ocasión, nada le impide repetir de nuevo la jugada hasta garantizarse el apoyo suficiente para su aprobación. Aunque otras teorías apuntan a que está dispuesta a presentarlo en la Cámara de los Comunes tantas veces haga falta hasta conseguir su ratificación. La clave es que el reloj de arena juega en su contra. Porque si el acuerdo de salida consigue pasar el visto bueno del Parlamento, habría luego que «transformarlo» en legislación británica, con el consiguiente trámite oficial. Y ni siquiera llegados a esta fase, ya sea en marzo o más tarde, el Brexit habría terminado. En caso de que finalmente ambas partes acuerden un divorcio pactado, existirá luego un proceso de transición donde Reino Unido quedará –como hasta ahora– dentro de mercado único y la unión aduanera, aceptando todas las libertades que eso conlleva, incluido la de movimiento de personas.
Actualmente, este periodo transitorio está fijado hasta diciembre de 2020. Pero nadie espera que las futuras relaciones comerciales estén definidas para entonces. El acuerdo entre Canadá y la UE tardó siete años en fraguarse, por lo que no es desaventurado pensar que con Reino Unido, un caso mucho más complejo por su relación previa con el bloque, se pueda tardar, como mínimo, una década. Hasta que se consiga cerrar un acuerdo comercial, May y la UE han acordado una salvaguarda para evitar que exista una frontera dura en Irlanda.
Pero el llamado «backstop» es el punto más polémico del pacto de retirada y el que despierta más críticas en la Cámara Baja. Se trata de dejar «temporalmente» a Reino Unido en la unión aduanera y a la provincia de Irlanda del Norte alineada además con el mercado único. Eso sí, solo para bienes. Los diputados euroescépticos temen que esto deje al país atrapado y «sine díe» a la normativa comunitaria.
En definitiva, que exista solo un Brexit en nombre. Pero a día de hoy nadie ha planteado un plan mejor para solventar el problema de la frontera irlandesa, la única física que existirá entre Reino Unido con el bloque comunitario una vez se materialice la salida, si es que en algún momento ésta llega a producirse. Mientras en los corrillos de Westminster se discuten todo tipo de teorías, la «premier» intenta conseguir alguna cesión de la UE para lograr el apoyo de los Comunes el próximo martes.
Fuente: La Razón