«El puesto más difícil y el que con mayor orgullo he llevado». Así me lo confesaba Ana Pastor, en esta casa de LA RAZÓN, durante la entrega de los Premios Alfonso Ussía. La presidenta del Congreso ha dirigido la legislatura más bronca, atípica y fragmentada de la democracia. Y lo ha hecho con el unánime reconocimiento de todos los grupos parlamentarios que, por vez primera, la aplaudieron en su despedida. «Ha sido un bálsamo, una mujer calmada entre furia de titanes», afirman algunos miembros de la Mesa de la Cámara que compartieron un mandato complejo, momentos de enorme tensión, bloqueos, insultos, debates agrios y hasta una inédita moción de censura que sacó del gobierno a su amigo del alma, Mariano Rajoy. Pero Ana mantuvo siempre la compostura, autoridad moral y respeto institucional. «Quise ser la presidenta de todos», dice con la misma humildad que tuvo en sus puestos como ministra y tercera autoridad del Estado. Se va con el deber bien cumplido y, en opinión de varios diputados, como «la gran arquitecta de un Congreso partido en pedazos».
En efecto, Ana Pastor Julián tuvo de lidiar con serenidad y rectitud excesos dialécticos, escenas casi de circo, un parlamentarismo chabacano y grosero. Desde las bufonadas de Gabriel Rufián, los dardos excéntricos y salvajes de Joan Tardá, hasta el polémico escupitinajo a Josep Borrell y las faltas de respeto en las bancadas de Podemos. En estos años la cortesía parlamentaria ha brillado por su ausencia y sólo la presidenta ha mantenido la dignidad de las Cortes Generales ante tanto advenedizo exaltado, filas antisistema o independentistas rabiosos. La de veces que hubo de pronunciar la consabida frase «Señoría, le llamo al orden». Pero hasta dos de los diputados que más la recibieron, incluso con expulsión del hemiciclo como los de ERC, Rufián y Tardá, reconocen su admiración. «Era muy difícil mantener la calma», asegura Rufián, uno de los más abroncados por la presidenta. A pesar de las tensiones, la relación personal de Ana Pastor con todos ellos ha sido impecable, a veces en la soledad discreta de su despacho, dónde a media tarde solía tomar un té verde para serenar los nervios.
Escoltada siempre por sus fieles escuderas, la vicepresidenta tercera, Rosa Romero, y la secretaria primera, Alicia Sánchez-Camacho, la presidenta dirigía los debates de la Mesa con «rigor y precisión», aseguran las dos diputadas del PP. Pero comparten la misma opinión otros miembros de la Mesa como la socialista Micaela Navarro, José Ignacio Prendes de Ciudadanos, y los podemitas Gloria Elizo y Marcelo Expósito. Todos ellos destacan los esfuerzos de imparcialidad y ausencia partidista de Pastor, lo que en ocasiones enervaba a los suyos. Ella se mantuvo firme, segura de obrar en conciencia, lo que le valió el pasado jueves un aplauso unánime y prolongado del Congreso en pleno. Y hasta recibió la misma felicitación de dos grandes adversarios políticos, Pedro Sánchez y Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno en persona, al dejar su escaño, y su antecesor en una llamada telefónica, se lo dijeron por igual: «Ana, qué bien lo has hecho». Para ella, este es su mejor balance.
Después de su esposa Viri, no hay otra mujer más leal que ella. Así definen los «marianistas» de pro a Ana María Pastor Julián, a quien su amigo Rajoy siempre tuvo a su lado hasta designarla Presidenta del Congreso de los Diputados. Discreta como pocas, incansable trabajadora, enérgica ejecutiva y magnífica gestora, la vida pública de esta zamorana afincada en Galicia ha discurrido siempre al lado de Mariano Rajoy, de quien fue auténtica colaboradora y amiga. En el partido y en cualquier puesto en el Gobierno por donde el anterior presidente del Gobierno ha pasado, allí estuvo Ana. «Era su otra sombra», dicen las personas que bien conocen a Rajoy y su mujer, tanto en su tierra gallega como en Madrid. En las polémicas de partido es una mujer que ha sabido «nadar y guardar la ropa», como lo demostró en el último Congreso del PP en medio de Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado. Prototipo de una dama «políticamente correcta», nadie duda que Casado cuenta con ella y encabezará de nuevo la lista al Congreso por Pontevedra.
Ana María Pastor Julián nació en un pequeño pueblo de Zamora, Cubillos del Pan, en el seno de una familia humilde de raíces gallegas. Su padre Victoriano era natural de Viveiro, Lugo, y su madre Trinidad de Pontevedra. En el colegio todavía la recuerdan como una estudiante inmejorable, una empollona en toda regla que se entristecía ante un notable porque sus notas eran siempre sobresalientes. Así la recuerda Evangelina, una de sus profesoras de entonces, a quien la presidenta ha visitado a menudo. Su mesa estaba llena de libros, su cuarto encendido hasta altas horas de la madrugada y sus lápices ocupaban la estantería antes que las muñecas. Aprendió en su casa los valores del esfuerzo, compañero inseparable en su vida política. En todos los cargos que ha desempeñado sus colaboradores coinciden: es la primera que llega y la última que se marcha. Para el trabajo nunca tiene horas libres ni regatea un minuto.
Estudiosa y formal, Ana tenía una gran conciencia social, quiso hacer algo por los demás y se licenció en Medicina y Cirugía en la Universidad de Salamanca. En aquellos años de Facultad conoció a su marido, otro joven discreto y serio, José Benito Suárez. Un gallego que la llevó hasta Mariano Rajoy, dónde pertenecía al círculo de amigos de sus hermanos. El carácter de ambos, discreción a ultranza y sutileza galaica, congeniaban a la perfección con el de Rajoy. El matrimonio Benito-Pastor es de los pocos que comparten vacaciones con Mariano y Viri, y conocidas son las imágenes de las caminatas veraniegas por las rutas gallegas entre José y el ex presidente. Responsable de la Autoridad Portuaria de Vigo, el esposo de Ana siempre ha estado en segundo plano, no tienen hijos y son una de las parejas más queridas y respetadas de Galicia. Todos los viernes por la mañana, si la agenda lo permite, Ana toma el avión hacia Vigo de donde regresa a última hora del domingo.
De educación exquisita y profundas convicciones religiosas, en sus años de estudiante en Salamanca vivió primero en una residencia de monjas y luego compartió piso con sus dos hermanos. Esa seriedad y sus creencias la acompañan en su vida política, pero nunca con una palabra más alta que otra. Ana Pastor huye de la estridencia como el agua del aceite, lleva la discreción en su peinado de cuadrada melena, y en el vestir clásico y calculado. Es la suya una elegancia sencilla que no chirría ni excita a nadie. Siempre delgada, tiene una pasión culinaria, las lentejas que cocinaba su madre en la casa familiar. Allí por donde ha pasado, queda un buen recuerdo. Ahora deja un puesto de mando que ejerció con mucha lidia y habilidad, pero con «emoción y responsabilidad». Ana Pastor, serena, eficiente y templada, tiene todavía mucho qué decir en política. Ha sido y será una mujer de Estado.
Fuente: La Razón