Arte, seda y devoción en la Valencia de 1500

Germán Navarro y Juan Martínez son los autores de un estudio sobre los orígenes de la Cofradía de San Jerónimo del ‘Art de Velluters’ de ValenciaDocumentos como la institución del oficio o el recibo de compra del Colegio del Arte Mayor de la Seda salen a la luz

El 18 de octubre de 1477 más de medio centenar de ‘velluters’ (terciopeleros) se congregaron en una casa particular situada en la calle de las Barcas de Valencia. Allí vivía un maestro ‘velluter’ genovés llamado Lazzaro Negro. El citado era uno de los muchos sederos procedentes de la república marinera italiana que a lo largo del siglo XV habían recalado en nuestra ciudad para expandir la manufactura y el comercio de la seda. En su casa, y en la fecha señalada, nació la Lloable Confraria o Almoina de l’Ofici de Velluters bajo la advocación de San Jerónimo. ¿Se imaginan poder leer aquella acta fundacional? Ahora es posible gracias a una reciente publicación de dos investigadores valencianos, Germán Navarro Espinach y Juan Martínez Vinat. Lejos de limitarse a la difusión de fantásticos documentos referentes a aquella cofradía recién creada, algunos inéditos, sus autores ofrecen una lectura integradora en el contexto social, económico, urbano y devocional de la Valencia de 1500. Un aspecto esencial para conocer un fragmento de la historia de una ciudad donde por aquella época uno de cada 7 habitantes tenía vinculación directa con el colectivo de artesanos de la seda. Aunque se han escrito con tino ríos de tinta en torno al arte de ‘velluters’, este nuevo estudio se presenta especialmente sugestivo por aunar el esfuerzo de Navarro, con una dilatada trayectoria en el campo del arte de la seda en Valencia, con el de Martínez, especialista en las cofradías medievales valencianas, que en este caso se centra en la de San Jerónimo, la del ‘Art de Velluters’ de Valencia. Consecuentemente, el resultado aporta nuevos y variados enfoques.

El nacimiento de aquella cofradía en 1477 fue el fiel reflejo del auge que experimentaba la industria sedera en Valencia. Una necesidad institucional para regular «la gran multitut que de cascun jorn augmenta en lo dit offici» con medidas destinadas a controlar la cantidad y la calidad de la producción. Con algunas enmiendas las autoridades municipales aprobaron esas normas año y medio más tarde. Sólo seis meses después el nuevo gremio obtenía un privilegio real de Fernando el Católico para que su oficio obtuviera el título de arte, discriminándose así positivamente de otros oficios de carácter menestral. De paso, los ‘velluters’ aumentaban su autonomía al liberarse del control municipal para elaborar nuevas ordenanzas. O eso se pretendió, porque las injerencias municipales fueron continuas.

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Pese a ser una práctica habitual, uno de los aspectos que más extraños pueden resultar al lector actual fue la constitución de ese oficio bajo la protección de un santo, en este caso de San Jerónimo, creándose una vinculación prácticamente indisoluble entre lo que hoy llamamos gremio y cofradía. Tanto que los máximos responsables del oficio y la cofradía (el clavario y los mayorales) fueron las mismas personas. Además, el número de maestros del Arte no integrados en la cofradía de San Jerónimo fue reduciéndose a su mínima expresión.

El ‘Art de velluters’ vigilaba la calidad de la producción, la formación especializada y la competencia deslealLa cofradía ofrecía una amplia cobertura social a los maestros sederos y a sus familiares

Como Navarro y Martínez señalan, la coexistencia de determinadas reglas para el oficio y otras para la cofradía no menoscabaron su total identificación. Con todo se advierte que las primeras centraban la atención en las correctas prácticas del trabajo y de la formación. Las segundas evidenciaban el carácter social y solidario al centrarse en aspectos vinculados a caridades, atención de enfermos, velatorios, sepulturas o fiestas tocantes a los cofrades. En el libro encontrarán estupendas anécdotas en torno al funcionamiento de la cofradía de San Jeroni: desde su gobierno hasta las ayudas a las viudas de los ‘velluters’, pasando por la inclusión en su plantilla de médicos, boticarios y enfermeras. También sobre su nueva y flamante residencia. Seguro que muchos de ustedes han acudido a la sede del Colegio del Arte Mayor de la Seda, pero pocos sabrán que aquel edificio y su huerta adyacente, ubicados en la entonces mal llamada calle ‘Dels Ignoscents’ por su proximidad al antiguo hospital homónimo de Valencia, fueron comprados por la cofradía y el oficio de ‘velluters’ el 26 de septiembre de 1494.

La elección de aquel lugar pudo estar condicionada por dos aspectos. Por un lado, la celebración de las fiestas de San Jerónimo (patrón de los velluteros quizá incluso antes de la creación de la cofradía) se desarrollaba, hasta 1483, en la muy cercana iglesia del convento de San Agustín. Por otra parte, consta el asentamiento de los trabajadores de la seda en los próximos distritos parroquiales de San Martín y Santa Catalina. El recibo de las 480 libras valencianas que costaron las susodichas propiedades a los protagonistas de este libro también se edita en esta obra. Así como buena parte de los gastos requeridos para su acondicionamiento y embellecimiento como lugar de reunión y de asistencia. Las inversiones del ‘Art de Velluters’, vista la expansión del negocio, se ampliaron con el objeto de disponer de una tienda en un punto estratégico, junto a las atarazanas marítimas de Valencia. Este comercio estuvo operativo al menos desde el año en que Colón descubrió América.

Sin embargo, el lugar de culto al patrón donde celebrar las fiestas y las sepulturas de los cofrades se trasladó en 1483. Del convento de San Agustín a la «esglèsia o basíliqua del dit San Jerònim, constituida, situada e posada fora los murs de la present ciutat de València, en lo camí vulgarment dit de sent Vicent», frente a la iglesia de San Vicente de la Roqueta. Allí se conmemoraban los dos grandes días del patrón: el 30 de septiembre, festividad de San Jerónimo -víspera de la elección anual de los cargos más representativos de la cofradía- , y la fiesta de la Traslación de San Jerónimo, que evocaba el traslado de sus reliquias de Belén a Roma. Gran mérito del libro de Navarro y Martínez reside en su capacidad para sumergirnos en el apasionante campo de las celebraciones litúrgicas de esta cofradía. Mediante las cuentas de la época reconstruyen las vestimentas, la decoración, los enterramientos o los gastos cotidianos, aportando una visión completa de un mundo que pese a la cercanía geográfica puede resultar extraña al lector de hoy. No menos interesante es descubrir por qué nuestros antepasados dedicados a la seda eligieron la protección de San Jerónimo, el santo altomedieval que pasó a la posteridad como el traductor de la versión oficial de la Biblia en latín. La hipótesis de los autores del libro sostiene que esta elección se debe a un anacronismo artístico de gran calado en la corte aviñonesa del siglo XIV, cuando se repitieron las representaciones del santo ataviado con una ostentosa seda púrpura y capelo cardenalicio, pese a que San Jerónimo jamás pudo vestir así. El santo anacoreta pasaba a ser el ‘patró, advocat’ y protector de los velluteros valencianos, quienes al menos desde 1481 poseían un estandarte que incluía un león (otro de los atributos del santo) sobre una orla azul. Dos años más tarde, la cofradía realizaba una importante escultura, la imagen del santo, policromada por el pintor más demandado de la ciudad, Joan Reixach. Desde entonces, las representaciones del santo y de sus atributos artísticos inundaron lo concerniente a la cofradía: ornamentos, mobiliario, muros, etc. Todavía hoy pueden seguir su pista en el Colegio de Arte Mayor de la Seda, incluso en su pavimento.

Destaca sobremanera el carácter solidario de la cofradía, paralelo al corporativismo comercial del que hacía gala. Eran frecuentes las «caritats donades per amor de Déu a mestres e obrers pobres del ofici», quienes no dejaban de recibir la ayuda hasta que salieran del apuro, siendo en algunos casos vitalicia. Dinero, alimentos, cobijo, atención médica, o los gastos de traslado para que el maestro sedero enfermo en el extranjero sanase junto a los suyos en Valencia eran contemplados. Una cobertura que se ampliaba a los familiares directos, también a los niños que quedaban huérfanos. El siglo XV no fue siempre tan despiadado como imaginamos. Con los datos de otras claverías en mano, la Cofradía de San Jerónimo del ‘Art de Velluters’ de Valencia no tuvo parangón en cuanto a piedad con los desfavorecidos. El carácter fraternal se impulsaba hasta con medidas coercitivas: los miembros del oficio eran obligados a asistir al funeral bajo pena de una notable multa.

Tras cada edificio, gremio o corporación del pasado valenciano se ocultan infinidad de impulsos vitales que a menudo pasan inadvertidos. Si quieren adentrarse en el ‘Art de Velluters’, en su cofradía, el texto de Navarro y Martínez se antoja indispensable.