Donald Trump nunca decepciona. En Naciones Unidas, delante de los presidentes y primeros ministros de todo el mundo, estuvo sencillamente augusto. Batallador en sus argumentos, ingenioso a la hora de proporcionar titulares, buen fajador, incluso dicharachero, cuando la Asamblea General prorrumpió en carcajadas, y muy atento a lo que en verdad le importaba. Que no era, en realidad, un encuentro de carácter multilateral, sino la posibilidad de apuntalar sus mensajes electorales para las elecciones a las Cámaras de representantes del próximo noviembre. El arranque no pudo ser más apoteósico. «Hace un año», dijo, «estuve frente a ustedes por vez primera en esta gran sala. Abordé las amenazas que enfrenta nuestro mundo, y presenté una visión para lograr un futuro más brillante para toda la humanidad». Pues bien, «hoy me presento ante la Asamblea General de Naciones Unidas para compartir el progreso extraordinario que hemos logrado. En menos de dos años, mi administración ha logrado más que casi cualquier administración en la historia de nuestro país». Parte de la audiencia trató de contener la risa. Trump, a su vez, sonrió. «No esperaba esa reacción», dijo, «pero está bien». Entonces sí, la Asamblea General prorrumpió en una chillona combinación de risotadas y grandes aplausos. Lo nunca visto.
A partir de ahí, un discurso en dos partes. La primera de absoluto consumo interno, incluidos los datos del paro y las subidas de Wall Street, los recortes de impuestos y, sí, el arranque de la construcción del por tantas razones mítico muro en el desierto. Sin olvidar el aumento del gasto militar. «En otras palabras», dijo, «Estados Unidos es más fuerte, más seguro y más rico cuando asumí el cargo hace menos de dos años». Gracias a semejantes logros, su país se encuentra ahora en una inmejorable posición para defenderse a sí mismo, al pueblo estadounidense y al mundo.
A explicar cómo dedicaría la segunda porción de su charla. Para empezar con un elogio al «patriotismo». Esto es, «independencia y cooperación» frente a la «gobernanza global, el control y la dominación». La globalización como enemigo a batir y gran responsable de todos los males contemporáneos. No faltó el elogio a todo lo logrado desde el inicio de las conversaciones con Corea del Norte. Incluido el histórico encuentro con el líder máximo, Kim Jong Un. «Los misiles y los cohetes», abundó, «ya no vuelan en todas las direcciones. Las pruebas nucleares se han detenido. Algunas instalaciones militares ya están siendo desmanteladas. Nuestros rehenes han sido liberados. Y como se prometió, los restos de nuestros héroes caídos están siendo devueltos a su hogar para descansar en suelo estadounidense». Eso sí, las sanciones, advirtió, permanecerán en su sitio mientras la desnuclearización de la dictadura asiática no sea incontestable.
Hubo también grandes elogios para Arabia Saudí y Qatar, por la lucha contra el terrorismo islámico y la ayuda que brindan a la población de Siria y Yemen. No en vano, «están buscando la forma de terminar con la horrible guerra civil de Yemen». Al régimen de Bachar al Assad le advirtió que EE UU intervendrá si vuelve a usar armas químicas.
Respecto a Irán, comentó que si la comunidad internacional aspira a solucionar la sangría en Siria resulta imprescindible compaginarla con «una estrategia para abordar el brutal régimen que la ha impulsado y financiado [la crisis humanitaria]: la corrupta dictadura de Irán». Horas antes de comparecer había comentado en Twitter que «a pesar de las solicitudes, no tengo planes de reunirme con el presidente iraní Hasan Rouhani. Tal vez algún día en el futuro. ¡Estoy seguro de que es un hombre absolutamente encantador!». Lástima que el aludido hubiera declarado a su vez que su Gobierno no pensaba pedir cita con el presidente de EE UU.
Donald Trump no olvidó mencionar a la Corte Penal Internacional, que en lo que respecta a EE UU carece de «jurisdicción, legitimidad y autoridad». Para el presidente de EE UU, la CPI viola «todos los principios de justicia, equidad y garantías judiciales». Su país, insistió nunca cederá «la soberanía judicial a la burocracia global». Tampoco dejó de lado la inmigración ilegal, que financia redes criminales, ni los abusos económicos y comerciales que a diario perpetrarían contra EE UU sus supuestos aliados. Por si alguien tenía dudas, «América está gobernada por americanos, y rechazamos la ideología globalizadora».
Fuente: La Razón