La escena de apoyo total de la nueva dirección del PP al ex presidente del Gobierno José María Aznar durante su comparecencia de ayer en el Congreso tiene una historia detrás, cuajada entre bambalinas, y tendrá consecuencias en el futuro. Fue una foto que se ha ido tejiendo en las semanas que han pasado desde el Congreso en el que el PP eligió a Pablo Casado como sucesor de Mariano Rajoy. Y que responde a la apuesta del nuevo líder popular por recuperar los puentes que saltaron por los aires durante la etapa de Mariano Rajoy.
Para superar la resaca del Congreso del PP de julio Casado ha buscado que cuaje dentro de su formación la idea de que es capaz de unir costuras. Todas, menos las del «sorayismo», desintegrado durante el verano. Y casi cabe decir lo mismo del «marianismo», porque si se rastrea en el partido en busca de herederos, ya son mayoría los que se han posicionado con «los centros de poder» de la nueva etapa. Rajoy ni siquiera acudió de manera simbólica al acto de inicio de curso en Galicia, y aquello no fue titular, pero internamente sí tuvo su lectura.
Génova quiere resaltar su independencia y dirección autónoma, pero, al mismo tiempo, entiende, a diferencia de la etapa anterior, que le suma mantener los lazos con Aznar y con lo que él sigue representando en el partido y, sobre todo, entre la militancia. Hay diferencias antagónicas entre algunos de los dirigentes del núcleo duro de Casado y el ex presidente del Gobierno. Y las relaciones de este último con María Dolores de Cospedal están rotas desde hace años. Pero Casado va a jugar a buscar ese difícil equilibrio que le sirva para aparecer como «el líder capaz de recuperar la unidad de las sensibilidades».
El presidente del PP estaba informado de la estrategia de defensa con la que Aznar iba a responder al ataque de los grupos de la izquierda y de los independentistas en la comisión parlamentaria sobre las cuentas de su partido. Y Génova cuenta con la asistencia del ex presidente del Gobierno a la Convención Nacional de diciembre –el gran acto político en el que el PP fijará las bases de su programa–, y también cuentan con él para las próximas campañas electorales. La única prevención para que cuajen estos planes son «motivos de agenda», pero la relación de la dirección nacional del PP con el ex presidente es «de absoluta normalidad y cordialidad».
Un contraste total con la etapa de Rajoy, que concluyó con una ruptura traumática del equipo de entonces con Aznar. Con enfrentamientos públicos y cruce de declaraciones bastante duras. Aznar cuestionó sin matices, incluso con dureza, las políticas del entonces Gobierno, y portavoces de éste, a su vez, le recriminaron que no se estuviera callado y al margen del PP.
Está produciéndose, por tanto, un cambio de 180 grados en la vida interna del PP, gestado en semanas, y del que se espera que tenga incluso resultados electorales dentro de la apuesta de Casado por recuperar los votantes que su partido ha ido perdiendo en los últimos años. Igual que existe este criterio, en la cúpula popular también hay quien es más receloso del acercamiento al ex presidente, en coherencia con la sensibilidad de barones y otros dirigentes del PP que entienden que posicionarse demasiado cerca del «aznarismo» puede hacerles daño por el centro. La misma prevención tienen hacia un discurso político que entre demasiado en consideraciones éticas o sea muy conservador en aspectos como la visión de la familia.
Génova subraya, no obstante, que mantener una buena relación con el ex presidente no afecta ni a su agenda ni a sus políticas.
Fuente: La Razón