Tal día como hoy del año 1475, por parte de la Casa de la Ciudad, se mandó pagar la cantidad de cinco sueldos por colocar banderas en las puertas de Quart y de Serranos durante los cinco días de fiesta en honor del rey don Fernando.
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Fernando II de Aragón, “el Católico” (Sos, 10 de marzo de 1452-Madrigalejo, 23 de enero de 1516), fue rey de Aragón, de Castilla, de Sicilia y de Nápoles. Fue además regente de la corona castellana entre 1507 y 1516, debido a la inhabilitación de su hija Juana I de Castilla, tras la muerte de Felipe el Hermoso.
El desarrollo de la procesión fue uno de los focos de atención de los organizadores de la fiesta, como se desprende de las “cridas”, el otro foco de atención lo constituyó el mismo espacio en que ésta se produjo. El recorrido se conformó en varios momentos y definió varios espacios diferentes:
En las afueras de la ciudad, extramuros, en un extremo del puente de Serranos, el opuesto a la puerta de Serranos, se produjo el encuentro entre el rey y los representantes de la ciudad. Fue el momento de la ceremonia de acatamiento al monarca. Este lugar era el que los libros de la ciudad designan reiteradamente como «davant lo abeurador del camí de Serrans», el rey, estuvo situado en un tablado, y allí asistió al desfile de los Oficios y de los entremeses.
Detrás de los Oficios se incorporaron a la procesión los representantes de la ciudad y patriciado urbano, que acompañaron al rey, bajo palio, y a su comitiva de cortesanos. Todos, cruzando el puente, llegaron a la puerta de Serranos. Allí el monarca se convirtió de espectador en actor mudo del entremés en que la ciudad simbólicamente le hizo entrega de las llaves de la ciudad.
Fue el momento más teatral de la ceremonia de la “Entrada”.
Una vez en el interior de la ciudad la procesión adoptó el recorrido de la del Corpus hasta llegar a la Catedral. En las inmediaciones de la Catedral esperaban el obispo y clero para acompañar al rey en el interior de la misma.
Después de haber orado en el interior de la Catedral el rey inició el camino de regreso, saliendo de la ciudad por la puerta del Temple y dirigiéndose al Palacio Real, donde se alojó.
La procesión presentó ante los ojos del monarca una imagen idealizada de la comunidad, el espacio urbano que se presenta a la mirada del rey y de su séquito fue un espacio adornado, embellecido, convertido en espacio teatralizado, en espacio de un ceremonial desarrollado por y en torno a la figura regia.
La “Entrada” exigía, más que ningún otro festejo, la transformación de la fisonomía de la ciudad, al menos de esa parte de la ciudad que se ve implicada en el trayecto de la procesión. Los organizadores mediante la “crida” exhortaron a los ciudadanos afectados por el trayecto procesional a limpiar, barrer, allanar y embellecer sus calles y fachadas. Pero la ciudad realizó también intervenciones en el conjunto arquitectónico: amplió calles, rellenó acequias y badenes, destruyó bancos y demolió casas, muchas veces para volverlos a reconstruir posteriormente.
La ciudad se encargó también del adorno de los edificios especialmente de aquella puerta por donde ingresaba el monarca a la ciudad (la de Serranos), y de aquélla por donde posteriormente abandonó la ciudad (habitualmente la del Temple), para dirigirse al Palacio Real. Ambas aparecieron cubiertas de ramajes y adornos vegetales, y profusamente iluminadas de noche.
En las imágenes podemos ver parte del plano de la Ciudad de Valencia con la ubicación de las Torres de Serranos y cuadro alegórico de la entrada triunfal del rey en Valencia.