Bicicletas blancas en Valencia –

13 de enero de 2013. Diovani iba hasta las trancas de alcohol y drogas. Se acababa de comprar un coche y era el rey de la ciudad. Iba acompañado de un menor a casi 100 kilómetros por hora por las calles de Valencia. Eran las 6 y media de la tarde. Este falso rey sin trono, bacaladero, drogata y joven fracasado se saltó todos los semáforos de su trayecto para impresionar a su copiloto. Hasta que su imprudencia se cruzó con Rebeca. El cruel destino castigó al inocente y retrató al delincuente.

Rebeca Borrás circulaba tranquila en su bicicleta por calle San Vicente de Valencia, junto a la estación del AVE. Al llegar al cruce con Roig de Corellá enfiló el paso de cebra subida en su bicicleta. Iba tranquila. Fueron sus últimas pedaladas. Allí se cruzó con Diovani… y la mandó al cielo, literalmente. El cielo estaba a más de diez metros, según algunos testigos. Una vida truncada por un desalmado. Una historia de amor cercenada por la imprudencia.

Diovani —que ya tenía antecedentes por robo— fue condenado 10 meses después a 3 años de cárcel por homicidio imprudente y delito contra la seguridad vial. Su familiares, resignados, aceptaron la sentencia después de meses de luchas para intentar cambiar la injusta Ley. Hoy Diovani ya está en la calle pero la memoria de Rebeca sigue ‘parada’ en aquel maldito cruce.

Cuatro años después de su muerte la historia sigue impresionando y estremeciendo a todo el que pasa por aquella intersección. Puedes buscarlo en Google Maps. Una bicicleta blanca, impoluta, brillante recuerda la tragedia y avisa a viandantes y conductores que algo triste aconteció allí. Una bicicleta sobre un lecho de corazones blancos con una placa atornillada a su cuadro que reza: «Te echo mucho de menos pequeña«.

El responsable de esta nostalgia pintada de blanco es el grafitero, artista y tatuador Duke Cientotres, muy respetado en Valencia. El novio de Rebeca Borrás lleva cuatro años manteniendo esta lápida ciclista (una bici cedida por alguien ligado al grupo Ciclistas Urbanos Valencia). Luchando para que el ayuntamiento no borre la memoria de su ‘pequeña’. Luchando para que Rebeca no termine nunca de morir en el olvido. Incluso quita la bicicleta durante Las Fallas para evitar que la multitud la deteriore.

Cada viandante que se acerca a la bici, cada ciclista que se para es un pequeño aliento a la memoria de Rebeca.

 


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La bicicleta [inservible] de Rebeca fue robada tan solo un mes después de su muerte, pero la evocación hacia ella fue mucho más fuerte que la decencia de los rateros y pronto se repuso.

Hay una ley no escrita que dice que cuanto más tiempo lleve una bicicleta blanca más grande es el dolor del que la puso allí. Hay un vínculo especial entre las bicis y los que más querían a la víctima. Porque suyo es el trabajo por mantener el recuerdo. Los ayuntamientos tratan de arrancarlas, cercenarlas y en virtud de una normativa de limpieza muy poco nostálgica, hacerlas desaparecer de allí. Tampoco faltan los ladrones sin corazón que tratan de llevarse un vehículo absolutamente inservible por el baño de pintura y la falta de frenos y cables.

Si no conoces la historia del improvisado panteón valenciano —probablemente la bici blanca más famosa de España—  te sobrecoge y si la conoces, también. Es el efecto de las ‘bicicletas blancas’, monumentos urbanos a la imprudencia que pretenden lidiar con conductores soberbios y con ayuntamientos obsesionados de hacer la escala urbana a medida de los ‘lateros’ (de los coches en el argot de bicis y motos) y no más de las personas.

Pepo Jiménez

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