Hoy como ayer, los demoscópicos se encuentran en entredicho al albur de qué cocinero maneje los datos, y más en esta embarullada campaña presidencial brasilera que ha sido severamente infectada por las redes sociales. Universidades paulistas y cariocas suponen que solo 16 de cada cien mensajes electorales eran verdaderos y el resto un aluvión de naderías o calumnias tales como que el candidato ultraderechista Bolsonaro sufre cáncer terminal de colon o que el del PT, Haddad, proclama la salubridad del incesto. La bárbara presunción de los encuestadores, comenzando por la icónica Gallup, acabó con la supuesta cientificidad de los sondeos en la elección Truman-Dewey, en la que la demoscopia dio el triunfo al republicano cuando el demócrata exhibía sardónico el «Chicago Tribune» que le daba por perdedor. En el país del futuro y que siempre lo será, cualquier cosa es posible, incluidos el racismo, la misoginia, la homofobia, el armamentismo personal, el populismo subnormal y su inseparable demagogia. Demos por bueno que el capitán de paracaidistas acaba subiendo la rampa del Palacio da Alvorada, del gran arquitecto comunista Oscar Niemeyer, en la inhóspita Brasilia, y veremos atónitos cómo el Capitán América sobrevuela por segunda vez ambos subcontinentes, Trump en el norte y Bolsonaro en el sur, y las dos potencias en declive o en agraz. El cómic USA puede ser fuente de politología quedando Supermán y su ambivalente y tímido periodista Clark Kent como un buenista. El esfuerzo de la II Guerra Mundial exigía otro tipo de héroe como el belicoso armado Capitán América y su contemporánea y adelantada en la ideología de género, Mujer Maravilla, Princesa de las Amazonas, violenta debeladora de todo lo que trabe la libertad y la igualdad de los sexos, 56 según los entomólogos de las relaciones electivas. Luis Alberto de Cuenca, exquisito secretario de Estado de Cultura con Rajoy y estudioso de cómic, debería explicar la invisible conexión entre los mitos de los historietistas la elección de Trump y la muy probable de Bolsonaro.
El caballo que hoy sale ganador en Brasil es un paulista egresado de la Academia Militar de la Nación, Águila Negra, donde se recuerda y estudia la única intervención iberoamericana en la II GM, con el envío de una división mixta brasilera al frente italiano y que se distinguió en Montecasino. Bolsonaro, con unos juveniles 63 años, es artillero, lo que le supone alguna cualificación en ciencias aplicadas, y el mejor paracaidista militar del país, lo que le predispone al arrojo y a la improvisación aventurera de quien opera tras líneas enemigas. Hombre autoritario en los cuarteles, se enredó con los mandos defendiendo los derechos de sus soldados, en una bipolaridad o esquizofrenia de la que hace gala. Le pasaron a retiro forzoso con el rango de capitán zambulléndose en la política desde concejal a diputado nacional más votado por los cariocas de Río de Janeiro. Como cabeza del Partido Social Liberal, y antes del Partido Progresista, se ha sentado en otros siete partidos, viaje peripatético obligado por su personalismo, su populismo y la imprescindible demagogia que va grapada a los mesías de derechas o izquierdas. A falta de una somera ideología o carta de intenciones, su fraseología le define. A otra diputada hostil la espetó que no la violaba por no hacerla ese favor; aduce que si se aumenta la contratación de mujeres habrá que contratar también a los negros, extravagancia en un país donde el racismo se mide en riales o en dólares USA, y si eres rico y negro te besan el orto y si blanco y pobre nutrirás las favelas. Confiesa que agrediría a dos hombres que osen besarse y orgulloso de sus primeros cuatro hijos varones, achaca a una debilidad haber tenido finalmente una hembra. Firme partidario de la tortura, reconoce los suplicios de la dictadura militar, a la que solo reprocha haber asesinado poco. Pese a que en Brasil no hay pena capital, sueña con poder fusilar a 30.000 corruptos principales y por ahí puede asentarse esta insólita intención de voto de una sociedad ahíta de una corrupción institucionalizada que tiene a Petrobras (petrolera estatal) como corona y de cuchilla cortante a la hiperconstructora Odebrecht, ducha en toda ilegalidad, maestra de coimas, con aviones de empresa y correos humanos con maletines a entregar personalmente a dignatarios políticos nacionales y extranjeros. En la agenda negra de Odebrecht podrían figurar sin aspavientos Putin, Maduro o la guerrilla nigeriana integrista Boco Haram. Corrupción tan imparcial que no hace distingos. Como el agredido siempre se beneficia de compasión indiscriminada, Bolsonaro incrementó su incomprensible carisma tras recibir en Minas Gerais una puñalada que le descosió los intestinos, dejándole en un estado crítico del que se recuperó por su buena forma e hizo correr el bulo del cáncer descubierto por los cirujanos. La resistible ascensión del nuevo Capitán América solo es entendible por la floja imagen de Haddad y la controlada demolición del Partido de los Trabajadores, con Lula, el candidato que no pudo ser, en la cárcel por beneficiarse de un piso familiar debido a algún favor, y su discípula Dilma Roussef residenciada por maquillar la contabilidad en pro de mayores ayudas internacionales. Corrupción, sí; pero la de la lagartija ante los caimanes.
Fuente: La Razón