«Cadete, ides comandar. Aprendei a obedecer», una frase en portugués que significa «aprende a obedecer para poder comandar» ocupa una de las paredes del enorme patio de la Academia Militar de las Agujas Negras (AMAN), la principal escuela de las Fuerzas Armadas terrestres de Brasil donde se formó el presidente electo del país, Jair Bolsonaro. Una cicatriz que marcará el futuro de Brasil.
Bolsonaro está dispuesto a abrir la caja de Pandora, llegar hasta las últimas consecuencias, desatar lo que muchos denominan una guerra civil en las favelas, algo que para los opositores más críticos es considerado como «un exterminio» de las clases más pobres y para los más radicales, «una limpia de delincuentes». «La ley del gatillo fácil» podría llegar con la nueva Administración.
El presidente electo de Brasil adelantó el sábado que pretende garantizar por decreto la tenencia de armas de fuego a personas sin antecedentes criminales. Una vez más siguiendo la senda marcada por EE UU. Es la ley del plomo, del lejano oeste. El problema es que Washington no es Río de Janeiro, rodeada de 900 favelas incontrolables. En un mensaje transmitido, el mandatario dijo: «Por decreto pretendemos garantizar la tenencia de arma de fuego para el ciudadano sin antecedentes penales, así como hacer su registro definitivo». Pólvora en mitad del fuego.
En Río, pero también en ciudades como Sao Paulo, varios grupos pelean por el poder. Por un lado, están los narcos, que se dividen las plazas. El grupo más grande en la «Ciudad Maravilla» es el Comando Vermelho, capaz, como lo ha demostrado otras veces, de paralizar la City. Por otro lado, está la Policía federal, corrupta y violenta. La BOPE, la tropa de élite, también opera en incursiones esporádicas de madrugada. LA RAZÓN estuvo empotrada con ellos en las pasadas elecciones y pudo observar cómo ejecutan y torturan sin pudor. Su lema es «Victoria sobre la Muerte» y su emblema una calavera atravesada por un machete. Toda una declaración de intenciones. La Policía pacificadora, la UPP, un viejo sueño del ex presidente Lula da Silva –hoy preso– finalmente también cayó entre los tentáculos del sistema, protagonizando varios escándalos y matanzas. A esto hay que sumar el auge de grupos paramilitares que pujan por el poder del contrabando en los cerros, escuadrones de la muerte capaces de cercenar miembros con motosierra y ajusticiar a quema ropa. Faltaba la última pieza de este crisol sangriento, armar al pueblo. La bomba de relojería arrancó.
El panorama es desolador. Brasil ha superado su propio récord de homicidios: 63.880 personas fueron asesinadas en todo el país en 2017, un 3% más que el año anterior, según un nuevo estudio. Son 175 muertes diarias. Los datos del Foro Brasileño de Seguridad Pública, una organización de investigación, muestran que el índice de homicidios en el país suramericano fue de 30,8 por cada 100.000 habitantes, mayor que los 29,9 que se registraron en 2016.
A efectos comparativos, EE UU tuvo cinco homicidios por cada 100.000 habitantes en 2015. Incluso en México, que también padece un alto índice de homicidios, hubo menos asesinatos per cápita, con 25 por cada 100.000 habitantes durante el año pasado. Sus datos solo son superados por Venezuela y algunos países de Centroamérica.
Fuente: La Razón