Brasil se polariza entre autoritarismo y radicalismo

Brasil encara hoy la primera vuelta de sus comicios presidenciales en medio de un ambiente político polarizado entre el autoritarismo y el radicalimo, el ultra Bolsonaro contra el lulopetista Haddad. En palabras de la también candidata Marina Silva, son las elecciones del odio contra el miedo; el miedo a una dictadura militar y el odio a quienes han protagonizado años de corrupción en los gobiernos del PT, o sea, los dos polos ideológicos más opuestos, se les llame como se quiera: populismo contra socialismo o fascismo contra comunismo. Las opciones moderadas se han quedado atrás, y salvo sorpresas, hoy se votará en primer lugar a Bolsonaro, y en segundo a Haddad. Resta por ver cuál es el margen, y si será o no necesaria una segunda vuelta, aunque todo apunta a que sí.

Algo más de 147 millones de electores, de un total de 208 millones de habitantes, están convocados a las urnas para elegir al nuevo presidente de la República, renovar dos terceras partes del Senado y escoger los miembros de la Cámara baja, así como a los gobernadores y representantes legislativos de los 26 estados del país más el Distrito Federal, en unos comicios que se celebran simultáneamente en 5.570 municipios brasileños así como en 171 localidades de 110 países en todo el mundo.

Del total de candidatos, 13 disputan la Presidencia de la República, 202 compiten para ser gobernadores en alguno de los 26+1 estados, y 358 postulan para el Senado.

Según todas las encuestas, estamos ante las elecciones más decisivas y divididas que se recuerdan, fundamentalmente por el perfil de los candidatos que podrían ganar: Bolsonaro y Haddad, que son los preferidos, pero también curiosamente los más repudiados en los sondeos, con un 45 y un 41 por ciento de rechazo.

Pero tanto Bolsonaro como Haddad están encantados de ser rivales directos entre ellos, porque era lo que entendían que les podría beneficiar más ante unos electores que, salvando distancias, están también divididos: pobres y negros con Haddad, blancos y ricos con Bolsonaro. Y en estas elecciones, la mitad de los votantes y de los candidatos son de raza blanca, los afrodescendientes (que incluyen negros y mulatos) suman un 46,57 %, y los indígenas apenas llegan a un 0,46 %. Las mujeres suponen el 52 por ciento frente al 48 por ciento de hombres, aunque en materia de candidatas los porcentajes se invierten.

Bolsonaro, capitán de la reserva del Ejército, está en campaña desde hace casi un año, y ha ido remontando punto a punto en los sondeos. El momento de inflexión en su campaña se produjo en Luiz de Fora (Minas Gerais) el pasado 6 de septiembre, cuando un hombre que dijo estar «asustado» por sus radicales propuestas, le agredió en un mitin con un cuchillo de cocina, atravesándole el sistema digestivo y los intestinos, y dejando en el lugar un reguero de sangre y excrementos.

Debido al acuchillamiento ha tenido que estar alejado de mítines y debates, si bien su actividad en redes sociales ha sido intensa.

Conocido por sus posiciones machistas, racistas, homófobas y xenófobas, Bolsonaro se ha hecho famoso por posar para la Prensa haciendo con los dedos de la mano la señal de disparar. Lo hizo al día siguiente de su apuñalamiento, en el hospital, y lo hacen sus seguidores, que se manifiestan con frecuencia con camisetas de su líder en las principales ciudades del país. En Sao Paulo es fácil ver en las tiendas camisetas con el rostro de Bolsonaro. “Antes vendíamos más las de Lula, unas 50 por día, pero de golpe la gente comenzó a comprar Bolsonaro, a razón de unas cien por cada día”, dice la gerente de una “loja” en un centro comercial paulista, con filiales en diferentes ciudades.

La verdad es que Bolsonaro ha ido moderando el tono de sus intervenciones, si bien su vice, el general Mourao, ha mantenido el discurso duro, al plantear como algo nostálgico el regreso a la dictadura militar y al decir que, en caso de “anarquía”, podría haber un autogolpe del presidente con el apoyo de las Fuerzas Armadas.

Bolsonaro no ha insistido en estos temas en sus recientes intervenciones vía Facebook, si bien antes había dejado claro que se serviría al máximo de los militares si es elegido presidente, pues considera que en muchos casos son más capaces que los civiles para solucionar determinados problemas.

¿Qué problemas? Fundamentalmente dos: la inseguridad ciudadana y la corrupción. La violencia callejera es en realidad el problema número uno del país. Con 63.000 muertos el pasado año, Brasil se desangra entre asesinatos, asaltos, robos, tiroteos, narcotráfico y bandas armadas que rivalizan entre sí.

Hace dos días fue desarticulada una facción del denominado Comando Vermelho, uno de los grupos violentos más peligrosos del país, al que se le aprehendieron 7 fusiles, 15 pistolas, municiones de guerra, clavos, equipos de comunicación, explosivos y varios pasamontañas. El Comando se dedica al narcotráfico y al tráfico de armas, operando desde las cárceles de Río de Janeiro y en muchas de las favelas de la ciudad.

El Río la inseguridad se ha disparado desde que acabaron los Juegos Olímpicos, lo que obligó al gobierno Temer a implicar al Ejército en la persecución del crimen organizado en el capital carioca, con un resultado poco alentador. El crimen sigue a su ritmo y muchos seguidores del candidato ultra dicen que “votaremos a Bolsonaro porque los militares acabarán con los bandidos”.

El ambiente de inseguridad es tal que la gente renuncia a salir a la calle en cuanto anochece, o bien deciden marcharse del país, como la actriz brasileña Luana Piovani, que acaba de anunciar que se traslada a Portugal por miedo a la violencia, “pues la veo cada vez más cerca, y no puedo permitirme pasar por este tipo de situaciones con mis hijos”. Luana no va a votar a Bolsonaro – “es un hombre que me avergüenza- , aunque tampoco a Haddad, porque Lula “foi o grande traidor”.

Asaltos nocturnos

Pero no todos los afectados por la violencia opinan igual. La zona de Brasil más azotada es el Nordeste, donde tradicionalmente siempre ganó el PT, tanto con Lula como con Dilma. El Nordeste ha padecido los mayores índices de homicidios en los diez últimos años, y es allí donde personas que antes siempre votaban a la PT, ahora dicen sin pudor que lo harán por Bolsonaro. En declaraciones a Veja, Julia Isaac de Macedo, señala que ella, su marido, su familia, sus vecinos y amigos votaban PT, pero que ahora apoyarán a Bolsonaro “por causa dos bandidos”. En su región, empezaron a sufrir asaltos de cuadrillas de menores al caer la noche, armados con pistolas para robar motos, bicicletas, celulares y todo cuanto encuentran. “No podemos salir por la noche tranquilos, la inseguridad es total”, y dice estar a favor de la medida de Bolsonaro de ir armada por la calle.

Bolsonaro no sólo propone legalizar las armas, como en Estados Unidos, sino también la reducción de la mayoría penal para los delincuentes, y una mayor contundencia contra los criminales, basado en la expresión de que “el mejor delincuente es el delincuente muerto”.

Estas medidas, empero, no son fáciles de implementar, pues para hacerlo habría que modificar la Constitución, y en ningún caso Bolsonaro va a tener apoyo parlamentario suficiente para hacerlo. Salvo que el escenario fuese de dictadura militar, lo cual es otra cosa.

Bolsonaro ha hecho un gran esfuerzo de moderación en las últimas semanas, tratando de aparecer como un candidato liberal, pero son sus seguidores en la calle y en las redes quienes airean el discurso ultra. Y entre sus seguidores están los evangelistas, auténtico lobby que asegura que Bolsonaro es el único que “vai por orden neste país”, porque es el único “ficha-limpa” (no corrupto”), y porque si gana Haddad “van a estimular a los niños en las escuelas a ser “bolacheiras” (homosexuales)”. Por eso, “todos en nuestra iglesia evangelista votaremos a Bolsonaro”.

Con veinte millones de miembros, los evangélicos entonan cinco “contras” del candidato ultra: aborto, matrimonio gay, ideología de género, discriminalización de las drogas e impuestos a las iglesias.

En la acera opuesta, Haddad propone recuperar el acento social y desmontar las reformas de corte liberal que durante los últimos dos años impuso el presidente Temer, que asumió el poder en 2016 tras la destitución de Dilma Rousseff. El problema de Haddad es su partido, el PT, azotado por numerosos procesos de corrupción. El mismo Haddad responde a 32 procesos, que van desde el presunto recibimiento de dinero del Lava Jato a denuncias por irregularidades administrativas y exceso de facturación en obras públicas emprendidas cuando fue alcalde de Sao Paulo.

Además, se acusa a Haddad de dar apoyo al régimen venezolano, y ha sido muy criticado por anunciar que, si gana, convocará una Asamblea Nacional Constituyente, al estilo de los que hizo Chavez en Venezuela, algo que le reprocha particularmente Bolsonaro. Al mismo tiempo, la Prensa le acusa de querer implantar “el control social de los medios de comunicación”, que consideran un eufemismo de la censura.

Sea Bolsonaro, sea Haddad, Brasil parece definitivamente dividido. Los brasileños tienen hoy la palabra.

Fuente: La Razón

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