Callejones sin salida

La cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Finlandia ha dividido a los observadores en dos grupos: los que creen que la reunión no producirá ningún resultado y los que opinan que ambos llegarán a acuerdos en múltiples asuntos que marcan la agenda internacional. Como no pertenezco a ninguno de estos grupos, prefiero concentrarme en lo que podrán hacer, lo que no podrán hacer y, lo que es más importante, cómo pueden ser los siguientes pasos que se den en el futuro.

Todo el mundo está de acuerdo en que las diferencias de enfoque son inmensas entre EE UU y Rusia. Pero el problema no son estas diferencias per se, sino el hecho de que Putin, después de permanecer en el porder casi veinte años, se ha convertido en un autócrata que se niega tanto a revertir cualquiera de sus decisiones más significativas como a cambiar la actitud general que ha desplegado. Por si fuera poco, parece que nunca dejará de mentir tanto en el contexto como en el resultado de sus decisiones.

Los asuntos considerados por Occidente más importantes –como la agresión contra Ucrania, la injerencia de Moscú en las elecciones de EE UU y el referéndum sobre el Brexit, o los asesinatos de enemigos personales de Putin en el extranjero– sencillamente no pueden ser discutidos. Simplemente mencionar estos temas de manera abierta ocasionaría inmediatamente el fracaso de la cumbre.

Otro punto que debe ser tomado en consideración es que –mientras Putin es un líder autocrático que ha demolido las instituciones políticas rusas y ahora es capaz de convertir sus propias decisiones inmediatamente en órdenes ejecutivas y leyes– Trump es el líder de un partido democrático sujeto en muchos aspectos al Congreso y obligado por los pactos con sus aliados de la OTAN y del resto del mundo. De manera que aunque desee reconciliarse con Putin, sencillamente no puede cumplir con buena parte de lo que el ruso querría (como por ejemplo levantar las sanciones contra Rusia aprobadas o cambiar la posición de la OTAN por Ucrania).

Por lo tanto, la tarea debe componerse de dos elementos. En primer lugar, Trump y Putin deben encontrar un punto menor en el que puedan ponerse de acuerdo y diseñar una especie de hoja de ruta para resolverlo. En segundo lugar, el líder estadounidense debe poner encima de la mesa un plan mucho más amplio en perspectiva como propuesta de cooperación que le parezca suficientemente prometedor a Putin como para cambiar su actitud general en las relaciones con EE UU y convertirle en un socio más fiable. Pero en estas dos etapas todos los asuntos importantes han de ponerse en suspenso.

Es posible que durante estos últimos días se haya encontrado el «punto menor»: Siria. En este caso, EE UU ha dejado que Rusia controle todo el país, puede abandonar la política de ataque verbal contra Asad e incluso eliminar obstáculos para que Siria se convierta en un protectorado de Rusia. A cambio, Estados Unidos puede demandar que Rusia se deshaga de su aliado iraní, expulsando todas las fuerzas militares de Teherán del territorio sirio. También puede pedir que fortalezca la seguridad de las fronteras de Israel combatiendo a Hizbulá y llevando tropas rusas a los Altos del Golán. En último lugar, puede exigir que Rusia se alíe con EE UU en sus sanciones contra Irán e incremente su abastecimiento de petróleo en otros mercados para prevenir que el precio del crudo se dispare cuando se implementen nuevas medidas restrictivas contra la república islámica. Netanyahu estuvo en Moscú recientemente y se sabe que algún tipo de cooperación energética entre Rusia y Arabia Saudí puede estar gestándose, así que puede esperarse algún tipo de acuerdo en este punto. Si es así, el camino está abierto para una agenda mucho más amplia.

Me atrevería a decir que sólo esto puede provocar que la atención del Kremlin se aleje de Europa.

Y llegados a este punto, yo propondría hacer hincapié en el Pacífico. Las tensiones comerciales con Estados Unidos evolucionarán pronto hasta convertirse en el punto más sensible para la economía global. Washington necesita separar a Moscú de Pekín y empezar a subir de nivel su cooperación económica con la zona, máxime cuando el Kremlin ha elevado la idea de «pivotar hacia el Este» a una especie de dogma estratégico.

Fuente: La Razón

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