Casado y Rivera, condenados a entenderse

Si finalmente hay acuerdo en Andalucía entre PP y Ciudadanos (Cs), como parece que se confirmará la próxima semana, la relevancia histórica de la alternancia en la Junta andaluza se llevará los grandes titulares en un primer momento, pero tan relevante o más será lo que queda en el fondo de ese acuerdo y sus repercusiones a nivel nacional. Más importante si cabe que el propio acuerdo en sí es que éste servirá para demostrar que estos dos partidos son capaces de llegar a pactos de gobierno conjunto, con gobiernos compartidos.

El acuerdo de investidura de Mariano Rajoy con Cs no llegó a concretarse ni en las medidas acordadas para sostenerlo durante el tiempo que estuvo vigente. El partido de Albert Rivera no quiso compartir responsabilidades de gobierno con el PP de Rajoy, y fue casi más oposición al «marianismo» que el PSOE. Por eso, el acuerdo en Andalucía será, de confirmarse, el primero que evidencia ante la opinión pública que los dos partidos que compiten en el centro-derecha comparten proyecto y acción de gobierno. Desde la formación naranja se esfuerzan en circunscribir este acuerdo a las circunstancias excepcionales de Andalucía, la falta de alternancia y la demanda de un «cambio» de sus respectivos electorados, que después de más de 36 años de gobierno socialista «no puede pasar por dejar al PSOE con mando en tareas de gobierno».

La estrategia de Pablo Casado y Albert Rivera para afrontar este momento y las expectativas políticas que se abren es bastante distinta. En Génova sostienen que no tienen cálculos precisos sobre en qué otros gobiernos autonómicos o municipales se repetirá un escenario que deje abierta la posibilidad de reeditar gobiernos en alianza como el que se está negociando para la Junta de Andalucía. Pero sí admiten que «vamos hacia una refundación del centro derecha», con la puntualización añadida de que estará «liderada por el PP». Ahí, en ver quién lidera el bloque, está la verdadera pelea entre Casado y Rivera, dos políticos que comparten las vivencias de pertenecer a la misma generación, y salvo que cambien mucho las cosas, condenados a entenderse pese a que entre ambos mantengan una rivalidad superior a la que cada uno de ellos tiene con Pedro Sánchez porque su batalla la libran en el mismo nicho electoral. Mariano Rajoy despreciaba a Albert Rivera, por edad, por formación y hasta por orígenes. En el caso de la relación de Casado y Rivera, desde la dirección popular aclaran oficialmente que es buena. Cs no lo desmiente. Aunque por «buena» haya que entender que no mantienen ningún canal privado de diálogo para pactar estrategias, ni siquiera en temas de Estado como la política en Cataluña. Al contrario, compiten por ver quién toma la delantera al otro. Por «buena» también hay que entender que la negociación sobre el Gobierno andaluz la dejaron en sus «números dos», sin que hasta hoy haya confirmación de que los dos líderes hayan mantenido conversaciones para encarrilarla u orientarla.

Al PP le interesa alimentar la imagen de una potencial alianza con Cs, comandada por ellos, porque esto puede favorecer que el voto útil sume a sus siglas en los próximos procesos electorales. Ciudadanos, sin embargo, está en la estrategia opuesta. Oficialmente han marcado distancias de la posibilidad de extrapolar el pacto andaluz a nivel nacional, porque darlo por hecho es tanto como asumir que trabajan para el Gobierno de los populares. Y porque además Rivera no renunciará nunca a la posibilidad de que si en unas próximas elecciones generales puede sumar con PSOE y con PP, él pueda ser el elegido como presidente del Gobierno. Por ahí apuntó en una primera reacción a los resultados andaluces, aunque rápidamente la realidad le obligó a reconducir ese planteamiento. Siendo el partido más votado de los dos, ni en Andalucía ni en ninguna otra «plaza» el PP aceptará renunciar a la Presidencia del Gobierno porque eso sentaría un precedente para ellos «mortal» en la negociación de futuros gobiernos, incluido el de La Moncloa.

Pero aunque Cs quiera seguir jugando a ser el partido de centro, partido bisagra, que puede entenderse a un lado y a otro, y aunque además el acercamiento a Vox pueda resultar gravoso por el lado de los votos que pretende seguir pescando del PSOE, la realidad es que la política de Pedro Sánchez con el independentismo limita hasta prácticamente anular su margen para pactar gobiernos con ese PSOE de la «traición» a España, según el discurso de la dirección de la formación naranja. En política cabe casi todo, siempre y cuando no sea evidente que perjudica a los intereses electorales, y en estos momentos en Cs admiten que acercarse al PSOE de Sánchez sería complicado de entender por sus potenciales votantes por el efecto catalán. En las autonómicas y municipales de mayo la política en Cataluña será un argumento de referencia en las campañas tanto de PP como de Cs, con Vox apretándoles, y Andalucía ya ha sentado un precedente que no pasa por alto en los cuarteles generales de estos dos partidos. Con Sánchez sin romper la imagen de aliado del independentismo, el pacto con el PSOE «es un dardo envenenado», admiten fuentes de la dirección de Cs, saltándose ese guión oficial que sostiene que son un partido abierto a acuerdos con las otras formaciones constitucionalistas. Pero los discursos de Rivera o de Arrimadas contra las «cesiones» de Sánchez a Quim Torra y al soberanismo siembran serias dudas sobre la fidelidad a la Constitución del PSOE de Sánchez.

Fuente: La Razón

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