Cinestudio D’OR – Disfrutar del cine como se hacía antes

Los amantes de la nostalgia todavía pueden encontrar en Valencia algunos rincones con un halo de pasado y autenticidad. Sin duda, uno de los más evocadores es el Cinestudio D’Or. Un oasis en medio de las multisalas. El último cine de sesión continua de la ciudad y uno de los poquísimos que sobreviven en todo el país.

Nacido en los años 50, el Cinestudio D’Or ha conseguido mantenerse en pie y, desde su ubicación medio escondida en la calle Almirante Cadarso, en pleno Eixample valenciano, ha ido viendo pasar la vida, en la gran pantalla y fuera de ella.

La sala no tiene nada de especial en cuanto a su arquitectura y su aspecto: unas luces de neón azules y doradas que reciben al espectador en el exterior, un vestíbulo anodino y un espacio para la proyección excesivamente alargado con sus butacas de color rojizo divididas por dos interminables pasillos.

Hay que mirar más allá de lo evidente para que empiece a invadirnos, casi sin querer, esa nostalgia evocadora. Olvidarse de las máquinas de vending y otros intentos de modernizar el espacio y detener los sentidos en las entradas, de un papel pequeño y de tacto antiguo; en las letras analógicas que anuncian la sesión, doble, en la vitrina de la entrada; en el piso superior (el gallinero) que permite ver la pantalla desde arriba.

 

Enseguida empezaremos a echar de menos las vitrinas de cristal con las fotos de algunos de los momentos clave de la película. Ese trailer detenido en unos cuantos fotogramas. Acudirá a nuestra mente la cancioncilla de MovieRecord o esa película -Parque Jurásico, por ejemplo- que acudimos a ver en familia y en la que tuvimos que luchar por conseguir un hueco para todos en el suelo del pasillo. Y quizás nos preguntaremos, ¿cuál fue la primera película que vi en el cine? ¿y en cuál? Y entonces recordaremos aquellos nombres de cine, cine: Capitol, Rex, Oriente, Serrano, Astoria, Coliseum…

El Cinestudio D’Or guarda un poco de la esencia de todo aquello. Quizás por eso, a pesar de los años, de la llegada de los multicines, de la desaparición de las salas en el centro de la ciudad, el D’Or ha conseguido mantener a un público fiel. Un público al que le ofrece, por un precio también de otros tiempos, la posibilidad de vivir dos historias, de sumergirse en dos mundos que pueden estar completamente alejados, el placer también de poder elegir entre palomitas o un buen bocadillo de tortilla de patatas u otros manjares traídos de casa para cenar aprovechando el descanso entre la primera y la segunda película.

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Las colas en la calle suelen ser habituales a las puertas de la sala y es que, para muchos cinéfilos valencianos, esa visita al cine D’Or se ha ido convirtiendo en un ritual semanal de obligado cumplimiento. Por eso, al menos por una vez, todo habitante de la ciudad, sea escocés o valenciano, o esté decidiendo de dónde quiere ser, debería revivir la experiencia de una tarde de cine a la antigua usanza.