n septiembre se cumplieron cuarenta años del restablecimiento provisional de la Generalitat de Cataluña. Lo hizo por decreto, en un gesto de osadía política, el Gobierno de Adolfo Suárez, que había traído del exilio para llevar a cabo esta arriesgada operación a Josep Tarradellas. Todavía no se había elaborado la Constitución, ni, por tanto, existían los estatutos de autonomía. Pero aquella iniciativa, casi un golpe de mano, daría lugar al mayor período de autonomía de Cataluña, quebrado con el referendum ilegal del 1 de Octubre de 2017. El primer encuentro en la Moncloa entre Suárez y Tarradellas en junio de 1977 fue cordial en las formas, pero duro en el fondo. Al acabar la conversación, los dos fueron conscientes de que no se habían puesto de acuerdo en casi nada. Sin embargo, el viejo político catalán confesó a su salida, antes de acudir a ver al Rey, que todo había ido bien. «Una conversación con el presidente Suárez siempre es efectiva», dijo. Y Suárez comentó cuando lo supo: «Éste sí que es un político». El 23 de octubre de ese año tomaría posesión ante los «ciudadanos de Cataluña» desde el balcón de la Generalitat. El 13 de abril de 1978, en la sobremesa de un almuerzo en la agencia EFE, nos aseguraría a un grupo de periodistas: «Cataluña nunca se separará de España». Desde entonces, todos los honorables presidentes de la Generalitat de Cataluña han desfilado por la Moncloa con las alforjas al hombro. A cambio de su positivo papel en la elaboración de la Constitución del 78 y del apoyo parlamentario a los distintos Gobiernos de España, han conseguido cesiones políticas y económicas constantes, hasta el punto de que, cuarenta años después, la presencia del Estado central en aquella importante y peculiar región española se ha ido diluyendo hasta hacerse casi irreconocible. Una de las concesiones iniciales más importantes fue la introducción en la Constitución de la distinción entre nacionalidades y regiones.
Fuente: La Razón