“¿Por qué cojones habéis hecho esto?”, se preguntaba visiblemente enfadado Stefan Löfven, el primer ministro sueco, el pasado agosto después de que jóvenes encapuchados organizados a través de las redes sociales “casi como una operación militar” prendieran fuego a un centenar de coches en Trollhattan y Frölunda, un barrio industrial de Gotemburgo, la segunda ciudad de Suecia. Los delincuentes también atacaron a la Policía y cortaron varias carreteras.
La clase política sueca, inmersa en plana campaña, respondía con indignación e incredulidad a una violencia nihilista que se ha convertido en una práctica habitual durante los últimos años en los barrios conflictivos de Estocolmo, Gotemburgo y Malmö. Sólo en 2017, alrededor de 300 vehículos fueron pasto de las llamas. En el punto de mira los jóvenes inmigrantes que habitan alguno de los 61 “áreas difíciles” donde viven medio millón de personas, el 5% de la población del país nórdico.
Junto a la inmigración, la ley y el orden es el segundo tema que ha centrado esta campaña. Los socialdemócratas han prometido reforzar a las Fuerzas de Seguridad con 10.000 policías adicionales, mientras que los moderados (conservadores) añaden al aumento de efectivos la eliminación de las sentencias reducidas para los jóvenes delincuentes de entre 18 y 21 años. En declaraciones al “Financial Times”, el líder conservador, Ulf Kristersson, lamentaba que “desde 2013 hemos estado diciendo que [la violencia] es inaceptable, pero mostrando en la práctica que lo aceptamos”.
Si bien las estadísticas muestran que en Suecia los niveles de criminalidad son sustancialmente bajos en comparación con otros países europeos (113 asesinatos en un país que supera los 10 millones de habitantes en 2017), la sensación de inseguridad se extiende entre la población ante los repetidos tiroteos entre bandas que se suceden repetidamente en los suburbios de las grandes ciudades. En 2017, se registraron 43 muertos por arma de fuego, el mayor número en once años. Para Sverker Gustavsson, politólogo de la Universidad de Uppsala, “hay problemas con los coches en llamas, los tiroteos, etc. en Estocolmo, Gotemburgo y Malmö. Pero no hay que exagerar, porque en el contexto internacional no es tan dramático. Lo que pasa es que en Suecia no hemos tenido este tipo de cosas antes”.
El mismo Löfven amenazó en enero con recurrir al Ejército para evitar que las bandas campen a sus anchas en las áreas difíciles. “No sería mi primera opción sacar al Ejército, pero estoy preparado para hacer lo que sea necesario para garantizar la eliminación del crimen organizado”, aseguró a TT.
Dado que la Policía sueca no registra la nacionalidad de la persona que comete un delito, no resulta tan fácil vincular crimen e inmigración como defienden los xenófobos Demócratas Suecos. Sin embargo, la televisión pública SVT difundió recientemente unas estadísticas que apuntan directamente a los refugiados acogidos generosamente por el país nórdico. El 58% de los condenados por violación durante los últimos cinco años es extranjero, así como el 80% de los procesados por delitos sexuales. Según la misma información, el 40% llevaba menos de un año residiendo en Suecia. Gustavsson reconoce que “Hasta cierto punto hay un vínculo entre los delitos violentos y la inmigración” antes de matizar que “es algo que tiene que ver con el hecho de que es difícil integrar a todos los recién llegados”.
Fuente: La Razón