Un libro benéfico recopila múltiples anécdotas y curiosidades sobre la ciudad con más calles de oficios y erigida sobre terrenos pantanosos a un metro del suelo
Un nuevo libro con fines solidarios curiosea en la historia de Valenciapara descubrir que la emperatriz Sissi la visitó para comprar cerámica, que es una ciudad tan húmeda porque se fundó en una isla, que una hebilla salvó a Blasco Ibáñez de morir en un duelo o que el rey Jaime I está enterrado con dos cráneos.
En «1.001 curiosidades de la historia de Valencia que te dejarán con la boca abierta» (Editorial Vinatea, 2017), el editor y «apasionado» de la historia valenciana Salva Raga profundiza en curiosidades y anécdotas que «dan una pista de personajes, calles, gremios y elementos arquitectónicos, escultóricos y pictóricos».
«He tratado de ser riguroso con la verdad», asegura en una entrevista con EFE aunque reconoce que la historia a veces se ve «decorada con la fantasía» de quienes la transmiten oralmente.
Vinatea -fundada hace ocho meses- edita su séptimo libro para costear proyectos de la ONG Valencianistes per la solidaritat, en la que Raga sucedió como presidente al magistrado Jose María Tomás y Tío, y que lucha por los niños albinos de Senegal, las niñas con órganos mutilados en Etiopía o los niños pirotécnicos en Guatemala.
«Sin dinero público había que sacar punta a la imaginación», asegura Raga, que descubre que Jaime I era un mujeriego «como todos los reyes» y que Valencia ostenta varias «plusmarcas» que deben servir para «presumir»: el primer reloj público en 1378, el burdel más lujoso de Europa o la segunda fachada más estrecha del mundo (120 centímetros, tras una de un metro en Brasil).
Burro en el campanario
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Cuenta que el murciélago en el escudo de Valencia recuerda que los gritos de este animal alertaron de un ataque sorpresa musulmán, que el salón dorado del Palau de la Generalitat está hecho con el oro del primer cargamento de América y que una broma llevó a un burro a lo alto de la torre campanario del Micalet.
Descubre que los romanos fundaron Valencia en una isla por su ubicación estratégica como «ventana al Mare Nostrum» y que la humedad que se respira responde a que «a un metro del suelo hay terreno pantanoso», pues Valencia está «sobre un meandro».
Asegura de Jaime I que ser el rey «más poderoso» de la cristiandad, unido a sus rasgos escandinavos y «ser un hombre bello» según las crónicas, le permitió tener numerosas amantes y engendrar muchos hijos, aunque ninguno legítimo, pero señala que la anécdota «estrella» es por qué sus restos están enterrados con dos cráneos.
Relata que cuando el Monasterio de Poblet fue asaltado a mitad del siglo XIX en la desamortización, los huesos de todos los reyes allí enterrados se juntaron y trasladaron a la catedral de Tarragona y cuando se iban a devolver al monasterio, descubrieron que el cráneo que creían de Jaime I no se correspondía con las heridas que sufrió y cogieron otro, y «allí coexisten los dos».
Que Valencia tuvo su «Broadway» lo descubren calles como Vestuario, Tertulia y Comedias en una misma zona y señala que «la manera de ubicarse de la gente era por los oficios, las personas que vivían allí, los hechos que sucedieron o las costumbres».
«Toqueteos» en la calle
Así, calles como Las Impertinencias -de los pocos «cul de sac» (sin salida) que quedan- refieren que allí se hacían «toqueteos y aguas menores y mayores»; la del Gigante porque vivía un vecino corpulento, la Del Pollo por sus corrales o la de Avellanas porque en una procesión por la sequía San Vicente Ferrer dijo que antes de llegar a esa calle caerían gotas como avellanas y así sucedió.
Raga destaca que Valencia es la ciudad de España con más calles de oficios y de las únicas sin calle o plaza Mayor porque su vía más larga -3.500 metros- siempre mantuvo el nombre de San Vicente Mártir, salvo de 1936 a 1939 (de Largo Caballero).
La emperatriz Sissi hizo «un viaje relámpago» a Valencia en diciembre de 1892 para comprar azulejo para sus aposentos en la fábrica La Ceramo y se alojó en el Hotel de España -hoy Ateneo-, relata el libro.
Además, el «mejor novelista» valenciano, Vicente Blasco Ibáñez, batido en muchos duelos solventados con tiro al aire, salvó la vida en uno por haber «insultado al ejército» en el que su rival disparó a matar y la bala se quedó incrustada en la hebilla de su cinturón.
Pero su personaje «fascinante» es Luis Vives: vivió la persecución a los judíos y la Inquisición quemó a su padre y desenterró los huesos de su madre para quemarlos en efigie; con sus estudios por Europa se convirtió en «el verdadero humanista del Renacimiento, un sabio» y el «consultor de los personajes más potentes de la época».
En su lista de cosas asombrosas de Valencia descubre que el Santo Cáliz de la Catedral, el único «con tintes de verosimilitud de ser el objeto de la última cena«, junto a los únicos dos Goyas pintados ex profeso por encargo de la Catedral y el retablo del altar son los únicos objetos que «nunca» se prestan para exposiciones temporales.
Reivindica que el valenciano «fue la primera lengua literaria que hubo en Europa después del italiano proveniente del latín» y defiende que fue «la primera que tuvo un Siglo de Oro de la literatura porque la lengua castellana tuvo que esperar dos siglos a Cervantes, Lope de Vega o Góngora».