Tal día como hoy del año 1911, en el campamento de Paterna, fue ejecutado el soldado Francisco Cerdá Algarra, del regimiento de Alcántara.
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A continuación se reproduce la noticia tal como la relató el diario “EL HERALDO DE MADRID”:
“Valencia 29 (9,10 m.) Amplío las noticias que ayer les telegrafié extensamente relativas al Consejo de guerra ordinario de Cuerpo celebrado contra el herrador de tercera del regimiento de caballería de cazadores de Alcántara, núro. 14, Francisco Cerdá Algarra, por insulto de obra á superior, ocasionando la muerta del sargento de dicho Cuerpo, Eugenio Arocas Lizari.
El Consejo se celebró en el cuarto de estandartes de Alcántara, ante el siguiente tribunal:
(Se relata la composición del Tribunal, fiscal, defensores, etc.)
A las siete en punto se constituyó el tribunal. Junto á los juzgadores se instaló una mesa para los periodistas. Un público numerosísimo se apiñaba á las puertas y rejas recayentes al jardín, deseoso de ver y oir al procesado, especialmente. Conducido éste ante ei Consejo, escoltado por un cabo y dos soldados, tomó asiento ante la mesa presidencial. La impresión que al público ha causado el aspecto del procesado ha sido poco simpática.
Se dio comienzo al acto leyendo el capitán Sr, Lajara …
El juez instructor resumió los hechos de la siguiente forma: Que el soldado herrador Francisco Cerdá Algarra, como soldado veterano, por estar sirviendo en filas un año, tenía á sus órdenes dos reclutas, con objeto de enseñarles y facilitarles todo lo concerniente á su profesión; que el herrador, abusando de su situación, se había apoderado de dos colchones de borra y lana, los cuales usaba en su camastro; que al enterarse el cabo Vidal de semejante hecho cogió una de las colchonetas y se la retiró, cosa que molestó en gran manera al Cerdá, hasta el punto de que, acercándose á la cama de Vidal, profirió las siguientes palabras: “Aquí no hay cabos”, por cuyo motivo aquél le pegó una bofetada, contestándole el Cerda en igual forma; que, cumpliendo con su deber, el cabo Vidal dio cuenta de la agresión al sargento Arocas, el cual, para evitar sin duda alguna las duras consecuencias que en caso de formársele sumaria hubiera sufrido el agresor, le llamó á su cuarto y le recriminó su conducta y rompió el parte. Que al salir el Cerda dijo á sus «compañeros que el sargento le había dado una paliza. (Hecho este que queda desvirtuado en al reconocimiento practicado por los médicos del regimiento.) Que pasaron dos días desde el incidente relatado hasta el del crimen sin que se notara en el Cerda nada anormal; únicamente la preocupación del que abriga un plan determinado. Que el día da autos, sería próximamente la una y media, y estando el sargento Arocas sentado y escribiendo, le hizo Cerda un disparo de carabina por la espalda, y el proyectil le causó la muerta casi instantánea, profiriendo únicamente las siguientes palabras: “¡Ese tío me ha muerto!”
Que la carabina núm. 5.006 con que causó el atentado fue tomada por el procesado momentos antes de la percha de uno de sus compañeros, pues él, como herrador, no tiene derecho á dicho armamento. Que instantes después de cometido el hecho se reconoció la carabina y se encontró otra vez cargada, pudiendo asegurarse que los dos cartuchos mauser empleados, el uno en el disparo hecho al sargento, y el otro, en la carga, los sustrajo de la bandolera de un soldado horas antes del crimen. Que al ser interrogado inmediatamente después del suceso acerca de por qué había disparado contra su sargento, contestó cínicamente “que porque le salía de,„ (Aquí una grosería,) Yo he sido.”
La deliberación del Consejo da guerra duró hasta las doce y media, hora ésta en que, ya sentenciado, se hizo cargo del sumario y sentencia el auditor Sr. Cervantes para su estudio y conformidad, y a las cinco de la tarde se le entregó al capitán general, Sr. Echagüe, para que apruebe ó no lo hecho por el tribunal militar. Se cree qué el conde del Serrallo falló este asunto anoche, de nueve á diez, dando inmediatamente cuenta al Gobierno de S. M. y enviando el sumario por correo para su aprobación.
Después de estudiar la sumaria se acostó Echagüe, ignorándose si aprobó la sentencia de muerte.
El rector de la Universidad, las autoridades y distinguidas personalidades preguntaron si podían cursar despachos en demanda de indulto. Se les contestó que á las nueve de la mañana sabrían el resultado de la sentencia. Por esta razón muchos se abstuvieron de solicitar gracia. Otros, sin embargo, entra ellos el presidente de la Asociación de la Prensa, D. Clemente Lamuela, solicitaron de Canalejas que libre á los valencianos del triste espectáculo de la pena da muerte, ya que durante su gobierno no se ha aplicado ninguna. Los diputados Azzati y Barral, la Cámara de Comercio, la Federación de las Juventudes radicales, en nombre de 5.000 asociados; la Casa del Pueblo, en representación de 60 Sociedades obreras, y la sucursal da la Casa del Pueblo, por los obreros de las poblaciones marítimas, también piden el indulto. El alcalde telegrafió en análogo sentido á la Mayordomía de Palacio y á Canalejas. Se han enviado noticias para la petición del indulto al arzobispo, que se encuentra en Pujol.
Hace más de treinta años que no se ha fusilado á nadie en Valencia. El público está bajo la triste impresión del temor de que se ejecute la sentencia dictada. El padre del reo pide á todos, piedad para su hijo. El aplanamiento del anciano mueve a compasión.”
En las imágenes se pueden ver una imagen del sargento Eugenio Arocas Lizari e instantánea de su entierro.