La Corona española, personificada por el Rey Felipe VI, es el enemigo a batir por la extrema izquierda y por los independentistas. El título II de la Constitución está dedicado a la Corona. En el artículo 56, punto 1, se dice: «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia». Nuestro régimen democrático de 1978 está basado en la reconciliación nacional y en la transición legal y pacífica de la dictadura de Franco a una de las democracias más completas del mundo. «The Economist» coloca a España en el puesto 19 del ranking mundial de las democracias plenas.
El Rey Juan Carlos I, es decir, la Monarquía, fue el eslabón que permitió el tránsito ejemplar de uno a otro régimen. De ahí la inquina hacia el Rey emérito. Y la credibilidad que se quiere dar a Corinna para atacarlo y, por extensión, a la institución monárquica, piedra sobre la que se edificó la democracia española.
Otro frente es la situación del Valle de los Caídos, exponente del pacto entre las fuerzas de la derecha e izquierda para la reconciliación nacional. Alterar el estatu quo de Cuelgamuros dañaría irreparablemente el espíritu de la transición. Abriría la caja de Pandora de la historia y regresaríamos al pasado. España se dividiría de nuevo en dos bandos.
En esta situación llega la princesa Leonor a Covadonga, 41 años después de que lo hiciera su padre, en aquel lejano 1977 en el que España ya había recuperado la senda democrática y cerraba definitivamente las heridas, en los dos bandos, de la Guerra Civil.
Fuente: La Razón