El #MeToo en la nominación al Tribunal Supremo. Las acusaciones de abusos sexuales contra el candidato de la Casa Blanca, el juez Brett Kavanaugh. Una mujer, Christine Blasey Ford, psicóloga de la Universidad de Palo Alto, lo acusa en una entrevista con el «Washington Post» de haber abusado de ella en una fiesta del instituto a principios de los ochenta. Tanto Kavanaugh como Blasey han dicho ya que estarían encantados de testificar sobre el particular ante el Senado.
Según la profesora, habría contado su historia a una persona relacionada con el partido demócrata y, sin haberlo autorizado, el relato del presunto crimen llegó a los medios. De ahí que accediera a hablar con el «Washington Post». Especialmente después de que Kavanaugh negara los hechos. Dice Blasey que en el curso de una fiesta, Kavanaugh y un amigo, visiblemente borrachos, la encerraron en una habitación y, mientras el amigo miraba, el hoy candidato al Supremo intentó violarla. En sus declaraciones al Post afirma que «Kavanaugh la inmovilizó en una cama, poniéndose su espalda y la manoseo la ropa, apretando su cuerpo contra el suyo e intentando torpemente quitarse su traje de baño de una sola pieza. Cuando ella trató de gritar, dijo, puso mano sobre su boca. «Pensé que podría matarme sin darse cuenta». Logró escapar «cuando el amigo de Kavanaugh y compañero de clase en la Escuela Preparatoria Georgetown, Mark Judge, saltó encima de ellos, y los tres cayeron. Entonces Blasey habría salido corriendo de la habitación. «Se encerró brevemente en un baño y luego huyó de la casa».
«Niego categórica e inequívocamente esta acusación», ha comentado el juez Kavanaugh. «No hice nada esto en la escuela secundaria o en ningún otro momento». Por su parte el senador Lindsey Graham, tan crítico con Donald Trump durante la campaña de 2016, publicó un comunicado en el que califica de inquietantes unas acusaciones no probadas con más de 35 años de antigüedad. Le sorprende que salgan además casi dos meses más tarde de que los miembros demócratas del comité que juzga la nominación de Kavanaugh tuvieran constancia de ellas. Pero no, nada dijeron «durante las audiencias públicas» ni «durante la sesión a puerta cerrada (…) donde se pueden discutir temas delicados» y se presentaron por escrito «más de 1.300 preguntas». Aparte, «sesenta y cinco senadores se reunieron individualmente con el juez Kavanaugh durante un período de casi dos meses antes de que comenzara la audiencia».
Para Lindsey y otros destacados republicanos, el momento y la propia calidad de las acusaciones plantea graves «preguntas sobre las tácticas y motivos de los demócratas». Sin olvidar, añadía, que los antecedentes del juez Kavanaugh han sido «investigados por el FBI hasta en seis ocasiones diferentes a lo largo de sus décadas de servicio público, y tal acusación nunca salió a la superficie».
Las consecuencias de la explosiva revelación van mucho más allá de las guerras culturales de los últimos meses, e incluso del terapéutico desvelamiento de los delincuentes sexuales y hasta del debate respecto a los problemas éticos y jurídicos que plantea el MeToo, al desplazar la atención al delito del ámbito jurisdiccional al periodístico, y la evidente erosión de las tutelas judiciales y la presunción de inocencia. El caso Kavanaugh, en realidad, afecta al núcleo más exitoso de las políticas republicanas con Trump. A la resituación del Tribunal Supremo, último árbitro respecto a las leyes en EE UU, hacia posturas más conservadoras. Con razón el presidente, que ya había logrado la aprobación de un candidato previo, podía mostrarse satisfecho: nada como el Tribunal Supremo para cambiar el curso político y social del país en las próximas décadas.
Fuente: La Razón