El fin de los artesanos del tiempo en Valencia

La familia Sánchez lucha por mantener viva la profesión de los relojeros en la ciudad

Se pone la lente. Quita cada una de las piezas. Y por fin llega al corazón del reloj. Paso tras paso consigue repararlo, limpiarlo y más tarde, entregárselo a su dueño. Desde 1962, Jesús Sánchez ejerce como relojero en Valencia. «Aprendí a arreglar relojes jugando», afirma Sánchez. Tanto su padre como su abuelo eran relojeros, de ahí su pasión por el mundo del tiempo. Ahora su hijo es uno de los pocos que seguirá el relevo de la profesión en la ciudad.

[wp_ad_camp_2]Al igual que se desgasta la fornitura del objeto que ha marcado el paso del tiempo de la ciudad a través de los sonidos de las campanas, la profesión también languidece.

José Sánchez es hijo de Jesús, tiene 42 años y lleva siendo relojero toda su vida junto con su hermano mayor. «Lo llevo en la sangre», declara el hijo más pequeño. Hace 10 años, según cuenta José Sánchez, cerraron la escuela de relojeros que había en Valencia porque a nadie le interesaba la profesión. Y es que conforme pasa el tiempo cada vez son menos los que se interesan por el oficio. «Es vocación ser relojero, mi hermano y yo hemos aprendido de mi padre. En cambio, mis primos fueron a la escuela y ellos no arreglan relojes, nos lo dan a nosotros para que lo arreglemos», manifiesta el joven relojero. A pesar de que dentro de unos años solamente queden en Valencia «dos relojeros contados», según cuenta el hijo de Sánchez, su ilusión por seguir el legado de su padre no desaparecerá. Este año ya se han cerrado dos de las tiendas centenarias más importantes a nivel regional: Morera y Filiberto León.

«A nosotros nos encanta. Lo bonito es que lo arregles y luego funcione, y estás contento y la gente viene y te lo agradece. Dicen ‘hace 6 años me arreglaste un reloj y mira ahora te traigo otro, y mi amiga también quiere traer uno’.. y unos te llevan a otros», afirma Jesús Sánchez. El relojero confirma poseer reliquias de más de 250 años y utilizarlas para poder reparar nuevos relojes, ya que hay algunas piezas que no se pueden encontrar en el mercado.

La tecnología y la cultura de ‘usar y tirar’ son para estos profesionales el mayor reto al que se enfrentan actualmente para poder sobrevivir

Un trabajo artesanal caracterizado por la paciencia y la delicadeza es el motor del corazón de los Sánchez. «Me acuerdo al principio, cuando estaba aprendiendo con mi padre, los relojes de pulsera pequeños me ponían nerviosos. Desmontar, arreglar, limpiar y montar, me puntuaba cada técnica para motivarme a ser relojero», declara el menor de la familia. Y es que tanto padre como hijo no se cansan de darles vida a los relojes que acompañan a las personas en la muñeca, el bolsillo o la pared.

Hay gente que aún le sigue dando valor a la antigüedad. De hecho, según relata el hijo menor, los amantes relojeros pueden ser tanto jóvenes como mayores. El problema radica en la nueva cultura de «usar y tirar» que está inmersa en la sociedad. «Si un reloj cuesta 150 euros, se rompe y repararlo son cerca de 60 euros, pues no lo quieren, prefieren comprarse otro y tirar el roto», manifiesta el padre, Jesús Sánchez, «si el reloj le cuesta 800 euros, si lo arreglan», añade.

Cuerda, rueda, aletas, eje o corona son algunos elementos que hacen funcionar al reloj. Padre e hijo dedican sus días a la reparación de estos. «Lo importante es la experiencia y el tocar muchos relojes, a ocho o nueve al día que arreglo al día durante 60 años de mi vida, echa cuentas», declara el más veterano de la familia.

Otro reloj estropeado después del verano busca un relojero. Recorre Valencia en busca de un taller, pero ya no encuentra abierta la puerta en aquellos lugares donde solía acudir. La falta de relevo generacional es la causa del cierre de persianas de esas relojerías. A pesar de ello, nos encontramos con José Sánchez quien hará todo lo posible por mantener vivo el corazón de los relojes en la ciudad.