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Tal día como hoy del año 1814, un grupo de diputados nacionales, entre los que se encontraban los valencianos Antonio Colomer, José Miralles, Joaquín Moliner y Ramón Cubells, hicieron entrega en Valencia al rey Fernando VII del “Manifiesto de los Persas”, por medio del cual se proyectaba un golpe de estado contra la legislación de las Cortes de Cádiz.
Se conoce como “Manifiesto de los Persas”, al documento firmado por 69 diputados de los cortes españolas el 12 de abril de 1814, por la que pedían al rey Fernando VII la supresión de la Constitución de Cádiz de 1812 así como de todos los decretos aprobados por esta, hasta el punto, rezaba el documento, de dejarlo “como si no hubiesen pasado jamás tales actos, y se quitasen de en medio del tiempo”. Lo que buscaba este tratado era la vuelta al antiguo régimen absolutista.
“¡Vivan las cadenas!, era el curioso grito de los absolutistas en apoyo e Fernando VII”
La razón por la que toma el nombre del “Manifiesto de los Persas” se debe a su primer artículo, donde reza que era costumbre de los antiguos persas que tras la muerte de su rey, el pueblo “disfrutara” de 5 días de anarquía total. De esta forma los pillajes, robos y asesinatos impunes les harían ser más fieles a nuevo monarca. Con este comienzo dejaba muy a la claras lo que buscaba el manifiesto, la restitución del absolutismo y la vuelta al orden natural de este, poder total para el rey y restablecimiento de los privilegios del clero y la nobleza; es decir “cuanto peor, mejor” El 4 de mayo de 1814, Fernando VII decretaba la supresión de las cortes y el fin de la Constitución de 1812. Los liberales fueron perseguidos y detenidos y muchos tuvieron que exiliarse.
“La monarquía absoluta… es una obra de la razón y de la inteligencia; está subordinada a la ley divina…” (Art. 134 del Manifiesto de los Persas)”
Fernando VII “el Deseado” para unos y “el rey felón” para otros, liberado por Napoleón tras el Tratado de Valençay, había vuelto a España y en teoría debía dirigirse a la capital para jurar la Constitución de 1812, pero mantuvo la incógnita sobre sus intenciones y realizó un recorrido diferente al que le marcaron las autoridades de la la Regencia. El día 16 de abril Fernando hizo su entrada triunfal en Valencia, protegido por el absolutista general Elío. Fue entonces cuando Mozo de Rosales le presentó el manifiesto que traía de Madrid.
Fernando VII, (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784 – Madrid, 29 de septiembre de 1833), fue rey de España entre marzo y mayo de 1808 y, tras la expulsión del “rey intruso” José I Bonaparte. Pasó toda la guerra de Independencia preso en Valençay, donde incluso llegaría a solicitarle a Napoleón Bonaparte ser hijo adoptivo suyo, mediante la siguiente carta:
“Mi mayor deseo es ser hijo adoptivo de S. M. el emperador nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida, tanto por mi amor y afecto a la sagrada persona de S. M., como por mi sumisión y entera obediencia a sus intenciones y deseos.”
En las imágenes podemos ver la portada del “manifiesto de los persas”; cuadro que representa el desembarco de Fernando VII en el Puerto de Santa María siendo recibido por el Duque de Angulema, obra sobre lienzo de José Aparicio Inglada que se puede ver en el Museo Nacional del Romanticismo en Madrid y retrato de Fernando VII pintado por Goya. Tras el cautiverio de Fernando VII en Valançay (Francia) el Consejo Municipal de Santander, decidió encargar a Goya un retrato del monarca para ser colocado en la Sala Consistorial. El Consejo especificó en el contrato que el retrato debería así: “Ha de ser el lienzo de siete pies de alto por el ancho proporcionado. El retrato deberá ser de frente y de cuerpo entero; el vestido de Coronel de Guardias con las insignias reales. Deberá tener la mano apoyada sobre el pedestal de una estatua de España coronada de laurel y estarán en este pedestal el cetro, la corona y manto; al pie un león con cadenas rotas entre las garras. El trabajo de la cabeza ha de ser esmerado y se desea mucha semejanza” También se le pedía que lo ejecutara en el menor tiempo posible, a lo que Goya respondió que necesitaba por lo menos quince días, cobrando por ello 8.000 reales de vellón que se harían efectivos a la conclusión del trabajo. El 1 de diciembre de 1814, Goya firmó el recibo de 8.000 reales. Hasta la muerte del rey este lienzo presidió el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de Santander. Después fue olvidado durante un tiempo hasta que pasó a formar parte de la colección del Museo Municipal.