El PP empieza a hacer examen de los resultados de los cambios ejecutados en el Congreso Nacional de julio. El principal problema viene de las tensiones territoriales que está provocando la falta de candidatos. Sólo están designados los de Andalucía, y aunque el último mensaje de la dirección ha abierto la puerta a «aguantar» el proceso hasta enero, más allá de las elecciones andaluzas tendrán realmente difícil mantener la «olla a presión» que ha generado esta cuestión.
La tentación de la comparación con la etapa de Mariano Rajoy no se sostiene porque las circunstancias son totalmente distintas. Rajoy apuró en 2015 en la designación de las candidaturas, pero venía de unas elecciones autonómicas y municipales, las de 2011, en las que el PP obtuvo un resultado excelente. En 2015 acumularon la caída de gobiernos municipales y autonómicos, entre ellos algunos feudos populares como Valencia o la Alcaldía de Madrid. Desde la oposición, el silencio de Génova sobre las listas se traduce en pulsos por posicionarse y enrarece el clima interno. Con el problema añadido de que dentro del partido hay cierto pesimismo por la situación y las expectativas electorales. Génova tiene que dar la vuelta a este estado de ánimo, sobre el que pesa el hecho de que hasta ahora las encuestas no han confirmado un vuelco en la intención de voto a favor del nuevo PP.
La herencia recibida explica parte de los problemas que tiene por delante el nuevo equipo de Génova. El desgaste electoral viene de esa etapa y también la debilidad en algunas de las estructuras territoriales, así como la falta de banquillo con tirón para renovar algunos liderazgos. Pero en el PP ya no miran al pasado, sino al presente, y Génova tiene que gestionar la preocupación que constataron los líderes autonómicos en el almuerzo que en la pasada semana mantuvieron con la nueva dirección del partido en Madrid.
Delante de Pablo Casado no hubo ninguna crítica ni enmienda, solo alguna alusión velada a la necesidad de no perder el centro o de ir más allá de Cataluña y no olvidarse de otras cuestiones como la economía. Pero los dirigentes regionales compartieron entre ellos como una media hora de espera y conversación informal, tiempo en el que constataron que comparten la demanda de que se resuelva cuanto antes el tema de las candidaturas y también la preocupación por la marcha de algunas cuestiones internas. Ni siquiera están nombrados los candidatos autonómicos, y aunque en muchos sitios el referente ya está señalado, no ocurre así en comunidades en las que el partido flojea, como Cantabria, Baleares, Aragón o Asturias. A esto se añade el miedo a que sus siglas puedan casi desaparecer en Cataluña o en el País Vasco.
Esta tensión electoral se sostiene también a nivel territorial en el miedo a que el nuevo perfil de la dirección del partido, identificado como un giro a la derecha, les pase factura por el centro y en el votante más joven. Ahí están las alertas demoscópicas. La radiografía electoral del PP varía según las comunidades autónomas, y algunas son más conservadoras, como Castilla y León o incluso Madrid, por ejemplo, pero en otras tienen más voto de centro, como Valencia o Andalucía.
En cuanto al examen que el partido hace a la nueva dirección a los casi cien días de su elección, Casado tiene la aprobación general. El líder popular se ha esforzado en visitar todas las organizaciones regionales y en tender puentes. Ahora bien, cuando se testa la impresión que hay en distintas sedes autonómicas y provinciales, coincide en saltar la alarma por la sensación de que falta organización, de que falta un plan, y también experiencia en el nuevo equipo. Esta dirección fue cosida en el Congreso e incorporó la cuota exigida sobre todo por María Dolores de Cospedal para respaldar la candidatura de Casado, no solo con su voto y con el de sus afines, sino poniendo a su servicio el poder y la influencia territorial que le venía de su cargo como secretaria general hasta que se abrió el proceso de sucesión.
La nueva dirección necesita armarse y rodamiento, dicen dentro del partido. El equipo no es en su conjunto el que hubiera elegido Casado de haber tenido manos libres, y quizás por eso la impresión que se traslada desde Génova es que Casado no reparte juego sino que se apoya en un núcleo de poder muy reducido, básicamente dos personas, su secretario general, Teodoro García Egea, y el vicesecretario de Organización, Javier Maroto. Mientras que el resto de la estructura es poco relevante en la toma de decisiones. En el grupo en el Congreso también empieza a haber alguna queja de funcionamiento, pero quien en estos primeros meses concentra toda la atención es el «número dos» del PP. Es tradición que los secretarios generales tengan su mala prensa dentro de los partidos por el trabajo que les toca desempeñar, pero en este caso lo que se le reprocha es «bisoñez» y falta de conocimiento del partido y del cargo. El congreso de julio marcó una ruptura con la etapa anterior y abrió paso a una nueva generación que no tenía en sus espaldas la acumulación de responsabilidades orgánicas. El problema, como señala un ex ministro, es que no tienen tiempo para «aprender» porque han llegado cuando el partido debe ser capaz de tener a su máximo rendimiento la maquinaria electoral.
Fuente: La Razón