El viaje de Rita

A las siete de la mañana, en el hotel Villa Real de Madrid, ha muerto Rita Barberá a causa de un infarto de miocardio.

Esta es una de estas ocasiones en las que los miserables flotan como corchos, hoy los veremos a todos.

La señora Barberá, en el momento de su muerte, no había sido condenada ni era legalmente culpable de nada, vaya eso por delante.

Que lo fuera o no, me parece irrelevante para lo que quiero contar.

Desde hace meses, se me hace difícil imaginar cómo sufrió el infierno de burlas, mofas y escarnios que sobre ella se vertieron en los medios de comunicación.

Nadie se juntaba con Rita. Para las feministas no era una mujer, para los compañeros no era una colega, para todos anduvo como apestada sin que nadie se diera cuenta de que ese escarnio es de una crueldad inhumana y que esta lejos de lo que llamamos justicia.

Veinticuatro años como Alcaldesa de Valencia son muchos años.

Rita sonreía cuando se burlaban, Rita, inocente o culpable, era una dama de hierro, fuerte y llena de vida. A Rita la han machacado sin piedad aquellos que ahora deberian sentir vergüenza.

Por encima de todo era un ser humano, estaba siendo juzgada, pero la condena descarnada de esos que se llaman calle no fue justa.

La guillotina roja del odio no tiene piedad con sus objetos de mofa.

Contra Rita valía aludir a sus condiciones físicas, ninguna asociación de obesos protestó por ello. Contra Rita las mujeres que reivindican poder para su sexo se pusieron de perfil.

Rita ya no era de nadie.

¿imaginan el sentimiento de su entorno?, Rita tenía familia y amigos. ¿Intuyen lo que estaba sufriendo?.

Hoy, en España, los miserables flotarán, aprovechen para borrarlos de sus muros.

A Rita se le aplicaron las más exacerbadas discriminaciones. Linchada, vejada y machacada por los perros de La Secxta.

Yo siento una profunda pena por la señorona sonriente que desbordaba seguridad y fuerza, y confío que ahora salgan los que conocen sus actos buenos.

Descansa Rita, el juicio en el que estás ahora, es que realmente importa.

rita

Un aullido.
Fernando López-Mirones