El vicefiscal Rosenstein sopesa dimitir ante la presión de la Casa Blanca

Cuando en la mañana del lunes Rod Rosenstein, vicefiscal general de EE UU, entró en la Casa Blanca, todo el mundo creía, y el primero él, que estaba a punto de ser despedido. Qué menos, si según varios testimonios, que salieron a la luz el pasado viernes, abogó durante meses por invocar el artículo de la Vigésimoquinta enmienda de la Constitución. Ese que permite inhabilitar a un presidente y entregar la jefatura del Estado a su vicepresidente si se demuestra que el primer está demenciado.

No solo eso: también habría defendido la propuesta de grabar en secreto las conversaciones con el presidente. Su idea no era otra que el mundo asistiera al grado de improvisación y paranoia que anida en el Despacho Oval desde la llegada de Donald Trump en 2017.

Rosenstein propuso esta estrategia en la primavera de 2017, justo después de que Trump despidiera al director del FBI, James Comey. El «New York Times» ha afirmado que Rosenstein le dijo al Departamento de Justicia y a funcionarios del FBI que las grabaciones secretas podrían usarse para exponer el caos del Gobierno tras las revelaciones de que Trump le pidió a Comey que le prometiera lealtad y divulgase información clasificada a los rusos en el Despacho Oval.

Pero a Rosenstein no le esperaba en Washington el presidente. Éste había viajado a Nueva York para asistir a la Asamblea General de las Naciones Unidas, sino su jefe de personal, el ex general John Kelly. Nadie sabe de qué hablaron los dos funcionarios. Todo lo más, que fue una charla larga y fructífera, y que al día siguiente, por hoy martes, Rosenstein se reuniría con Trump. También se supo que el propio Rosenstein llamó a la Casa Blanca a lo largo del fin de semana para anunciar su intención de dimitir. Y que le habrían convencido para esperar.

A nadie se le oculta que se trata de la guinda explosiva de una relación calamitosa. El segundo del fiscal general ha sido frecuentemente criticado por Trump. El presidente nunca toleró la aparente equidad con la que Rosenstein trata a Robert S. Muller, el fiscal especial que investiga la posible implicación de los servicios secretos rusos en las elecciones de 2016. Se dice que Trump habría dejado caer en más de una ocasión que Mueller tenía que ser despedido. Y que Rosenstein se habría negado de forma tajante.

La posibilidad de despedir a Rosenstein, y con ello de desactivar al hombre que protegía tanto la independencia de Mueller, resultaría así demasiado tentadora. No en vano dejaría expuesto tanto el flanco de los investigadores del FBI, en el supuesto de que su sustituto sea más receptivo a las tesis presidenciales, como la posición del propio fiscal general, Jeff Sessions. Recordemos que Sessions –que fue uno de los que más ardorosamente apoyó al magnate neoyorquino durante la campaña de 2016– se recusó a sí mismo del caso. Trump no pierde ocasión de recordarlo.

El pasado 24 de agosto, después de que un reportaje de Fox afirmase que el FBI no revisó más allá del 1% de los famosos correos electrónicos de Hillary Clinton, Trump escribió en tuiter criticando el trabajo de Sessions. Previamente ya había advertido el presidente: «Nunca tomó el control del Departamento de Justicia (…) Incluso mis enemigos opinan que debería de haberme dicho que se iba a recusar a sí mismo y entonces no lo habría nombrado». Unas declaraciones asombrosas, por cuanto Trump presupone que el fiscal general debe de actuar a conveniencia del titular del Despacho Oval. Y un aviso para navegantes mientras los cielos de Washington barruntan la enésima tormenta política del año. Solo que esta vez hay dos por el precio de una: decapitar al vicefiscal general y, en el Senado, salvar a un juez, Brett Kavanaugh, cada día más acorralado.

Fuente: La Razón

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