El ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, respondió a Gabriel Rufián diciéndole que lo único que sabe hacer es “verter serrín y estiércol”. Fue su respuesta después de haber sido acusado de “fascista”. Parece que al diputado de ERC no le gustó: había algo que no acababa de entender y eso descoloca a mentes tan simples. No son términos de una época altamente tecnológica, sino la que nos lleva a aquellos cocheros que tenían que estar todo el día oliendo las bostas de sus caballos mientras transportaban a gente perfumada. Esas dos palabras, “serrín” y “estiércol”, debieron actuar en el subconsciente de un político que copia casi a la perfección las maneras de aquellos que salían a la tribuna del Reichstag durante la república de Weimar sin nada más que decir que el insulto, por lo demás muy poco elaborado. Insultos de taberna, porque había que hablar como el pueblo, pero sólo como la facción más necia del pueblo, que la hay. Es el insulto de los cocheros a sus animales, lo que antes llamaban las “bestias”. No sabemos si Borrell le quiso poner el espejo delante, aunque es demasiada sutilidad para alguien como Rufían. El estiércol que arrojaban a los comercios de los judíos y el serrín para empapar la sangre y que pudiera continuar la juerga en las tabernas. Escupir en el suelo, ya sabe, es la forma de afirmar una condición miserable.
Fuente: La Razón