Durante años tuvo la concesión oficial de Mercedes Benz en Valencia y fue un gran amante de los automóviles antiguos
[wp_ad_camp_2]De puntillas, sin hacer ruido, con la misma discreción que vivió durante los 71 años que estuvo entre nosotros, se ha marchado el bueno de Manolo Catalá Tarrazó. Un ser que por desempeñar su actividad profesional de cara al público, se ganó el apelativo de personaje, pero no uno cualquiera, y sí de los que dejan huella por su buen hacer y decir a la hora de tener que hacer frente a cualquier problema, por nimio o grave que éste fuese.
Manolo, como era llamado por propios y extraños, llegó y se forjó su prestigio en el mundo del automóvil, primero de la mano de su padre, el también recordado don Manuel Catalá, que fue el primer concesionario que representó la marca Mercedes Benz en Valencia, y después, por haber sabido conciliar su bonhomía con la gestión de un negocio que, si bien lucía una cara amable y de prestigio, precisaba de mucha entrega y sacrificios no siempre comprendidos ni reconocidos.
Sin embargo, Manolo siempre encontraba tiempo para dar rienda suelta a su verdadera pasión, que no era otra que la de recuperar, para luego disfrutarlos, los coches antiguos. Ahí encontraba en su esposa su mejor aliada. De su constante inquietud por mantener vivo el espíritu que lo ligaba a esos ‘viejos cacharros’, salió la todavía vigente ‘Ronda Fallera de coches de l´Antigor’.
Desconocíamos que llevaba dos años conviviendo con una terrible enfermedad, y era así porque en alguna ocasión que habíamos coincidido, seguía luciendo su habitual elegancia y su sempiterna sonrisa. Ni una mueca de dolor, ni comentario alguno que te pusiera sobre la pista de su enfermedad, y eso que ahora hemos conocido por su fiel y querida esposa Concha, que la enfermedad le ha producido momentos de dolor extremo. Observar la vida con mirada optimista siempre fue su bandera y esa actitud la ha mantenido hasta el último instante.
Como no podía ser de otra manera, el funeral que se celebró en la tarde del pasado sábado, congregó a toda una legión de familiares, amigos y compañeros que lo fueron de profesión. Todos quisieron acompañarlo en el último adiós y también, y sobre todo, darle ánimos a su inseparable Concha y a sus hijos Carlos y Conchita, que lo han llorado como el hombre y gran padre que siempre fue.
Quienes tuvimos la dicha de conocerle y convivir, sabemos que va a ser muy bien recibido por el Altísimo.
Hasta siempre, apreciado amigo.