La «gastrococtelería» se ha convertido en una costumbre adictiva que alcanza un consumo asombroso durante la temporada estival. Nos proponen un maridaje transversal durante una celebración familiar. Aceptamos de manera excepcional. La fidelidad vinícola no está en duda. La coctelería forma un perfecto tándem con la gastronomía.
En estos días de altas temperaturas nos embarcamos en busca de reencuentros balsámicos. Dos «bartenders» nos muestran la grandeza del dry martini, que nos recuerda esa aureola mítica, casi mística, que envuelve a la coctelería. Es lo más parecido a tener un asistente personal anunciándonos qué debemos probar. Nos descubren la ruta más adecuada para esquivar el atasco culinario.
Tras el desembarco del daikiri, todas las miradas se detienen ante el tentador negroni que se prepara en la cercana barra. Al fondo de la terraza se sienten fascinados por el «desconocido» tinto de verano. Al parecer han encontrado inspiración en el particular refresco vinícola. Los manifiestos 38 grados nos aturden. Por lo tanto es fácil rendirse a la discutida reflexión.
Según llegan los invitados nuestro «bartender» y anfitrión nos sorprende. El orden de los factores maridados no altera la experiencia gastronómica. Hagamos memoria, la imponente margarita acelera la explosión sensorial de la fuente de gambas que nos vigila desde la mesa. La aventura continúa con el clásico cebiche de pescado que nos trae el incontestable pisco sour. Amor a primera vista.
El salazón, en general, y las anchoas, en particular, son niveladores alcohólicos para suavizar las bebidas espirituosas que destacan en los dry martini y en el cosmopolitan. Sin descanso, el escabeche y los boquerones en vinagre nos llevan a conocer un cóctel con vodka y zumo de piña en busca del paraíso ácido.
La llegada de la carne roja nos invita a buscar el refugio vinícola y abandonar, por el momento, el maridaje. La sorpresa final nos la depara un mini gin tonic saborizado para armonizar con el embutido ahumado. El sabor a enebro de la ginebra equilibra el maridaje ahumado de los chorizos criollos. Probar para creer. Se intuyen deserciones.
El relegado «bartender» vuelve a recuperar su protagonismo, mientras nos descubre la afinidad natural de los cócteles con los postres. El café y el chocolate forman un retén gustativo de guardia para maridar sin concesiones.
Tributo y euforia
El legendario mojito, es el cóctel comodín, dulce y refrescante, para cualquier oportunidad de sabores cruzados. El silencio del «bartender» anfitrión lo confirma. El tributo al combinado cubano sirve de telón de fondo a la imponente sobremesa.
La evidente euforia nada tiene que ver con la dudosa efervescencia inicial. Entablar maridajes entre platos y destilados ya no es inviable. Siempre que el alcohol no resulte tan invasivo a la hora de la degustación.
El destino más apropiado para nuestra propia supervivencia «gastrococtelera» es experimentar. Pero tengan cuidado con las cartas inabarcables y los cócteles incógnita.
Los combinados, ya no viven al margen de los clichés gastronómicos, son el perfecto prólogo y el envoltorio final de cualquier sobremesa culinaria. Pero un consejo, no hidraten su paladar de manera unilateral, hay que ponerse en mano de un «bartender».
«Gastrococtelería» inédita, maridaje estival.
Source: Comunitat Valenciana