God save the… statu quo

El resultado del referéndum del Brexit, en junio de 2016, fue «el mayor trauma para este territorio desde la reapertura de la verja», en palabras de Frank –que habla español con todo el acento de llamarse en realidad Paco–, empleado de una de las múltiples casas de apuestas de los alrededores de Casemates Square, epicentro la vida comercial en Gibraltar. De todos los distritos electorales británicos, la colonia fue el que cosechó un mayor número de votos contra la salida del Reino Unido de la UE, más del 97%, y el dependiente, socarrón, desafía al periodista. «A ver si encuentras a un llanito que votase a favor. Antes de irte, vienes y me lo cuentas…».

Aquel 24 de junio, poco después de conocerse el resultado, el Parlamento de la Roca se reunió a instancias del Ministro Principal, quien discurseó con flema de buen perdedor, a pesar de que en su rictus se notaban los efectos de una noche larga y triste: «Business as usual», sentenció Fabian Picardo para recalcar que los gibraltareños se seguirían dedicando a lo mismo que en los últimos 40 años: ganar dinero a espuertas sean cuales sean las vicisitudes diplomáticas entre Gran Bretaña y España.

Más de dos años después, los taxistas que se agolpan en la plaza John Mackintosh, desde donde montan excursiones a la cima del Peñón, dan fe de que las cosas han cambiado poco. «El Brexit se está negociando y durante este periodo transitorio es normal q ue todo sea como antes», dice quien parece líder de la tertulia, que celebra la alabanza sobre su dominio de las sutilezas políticas. «Los gibraltareños tenemos la obligación de estar mejor informados que la mayoría. Aquí, cualquier medida de los gobiernos tiene reflejo inmediato». Por eso hay cierto temor al futuro y mucha satisfacción por cómo van las cosas en el presente: «Vienen tantos turistas como siempre, quizá más. Sobre todo, británicos y españoles, pero también alemanes, franceses u holandeses».

Las negociaciones entre el gabinete de Theresa May y la delegación de la UE que encabeza Michel Barnier, sin embargo, tienen a la población gibraltareña en un ay. El miedo a que un divorcio duro repercuta en sus condiciones de vida existe, ya que «no sería la primera vez que nos convertimos en rehenes de una guerra entre gobiernos que ni nos va ni nos viene». Kate camina por Main Street con prisa hacia el bufete en el que trabaja mientras advierte que «es improbable e indeseable» que se vuelva a cerrar la valla, porque semejante escenario «sería tan malo para nosotros como para los pueblos del Campo de Gibraltar, con muchas familias que viven de la Roca».

Es la realidad de la frontera, un territorio permeable en el que «lo inteligente es prestarse ayuda mutua». Una persona que hace unos años ejercía un cargo de alta responsabilidad política en la comarca, y que no da su nombre «por lealtad a mi partido», confirma que «quienes estamos sobre el terreno, no podemos permitirnos el lujo de hacer grandes proclamas patrióticas. Muchos británicos del Peñón viven o mantienen oficinas abiertas a este lado de la verja, por consiguiente, pagan impuestos en España. Un ayuntamiento como el de San Roque, con la dependencia que tiene del IBI de Sotogrande, iría a la bancarrota si se rompen relaciones con Gibraltar». Por no hablar de servicios básicos –recogida de residuos, agua…– que se mantienen en parte gracias al cheque gibraltareño.

Fuente: La Razón

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