Junqueras culpa a una «silla vacía»

Si no fuera porque se enfrenta a una petición de condena de la Fiscalía de 25 años de cárcel por rebelión y malversación, cualquiera diría que Oriol Junqueras hablaba ayer desde la tribuna del Parlament. Era, como reconoció, su oportunidad para defenderse tras año y medio de obligado silencio por su estancia en prisión provisional, pero el líder de ERC optó por reiterar ante el tribunal las líneas maestras del decálogo independentista. A saber: en el «procés» no se cometió delito alguno, la solución es política y no jurídica, «nunca, nunca, nunca, nunca» promovieron la violencia, el derecho a la autodeterminación es «irrenunciable», no se destinó ni un euro de dinero público a la organización del 1-O y jamás se dio a los Mossos la orden de que permitieran la votación ilegal. Unas premisas que reiteró durante la hora y media de su declaración y que se traducen, denunció, en que es víctima «de un juicio político» porque se le persigue únicamente por sus ideas.

El ex vicepresidente se olvidó de Carles Puigdemont, a quien escasamente se refirió en un par de ocasiones de forma periférica. Sin embargo, el ex president estuvo en la mente de todos cuando el acusado reivindicó su decisión de dar la cara ante la justicia en lugar de fugarse. «¿Qué hago yo aquí?», se preguntó. Su contestación llevaba implícita un estruendoso reproche moral a Puigdemont: «Asumir las responsabilidades para que no las asuma nadie más. Ante la posibilidad de que me encarcelaran, asumí ir a la cárcel y estar un año y medio sin poder hablar». Todo, reiteró, para tener la oportunidad de seguir reclamando «una solución política».

Junqueras sólo respondió a las preguntas de su abogado, Andreu Van den Eynden, y se acogió a su derecho a no contestar a la Fiscalía, Abogacía del Estado y Vox porque, dijo, «no voy a renunciar a mis convicciones democráticas y no van a dejar de perseguirme por ello».

El principal acusado no tuvo ningún reparo en echar la culpa de los hechos que le han sentado en el banquillo a una silla vacía y a la Policía y la Guardia Civil por su actuación el 1-O. La silla vacía es la que, lamentó, siempre se encontró enfrente para buscar «una salida política» –tras la «situación de orfandad que provocó la sentencia del Estatut»– a través de un «diálogo» que no se cansó de reclamar. Un diálogo, no obstante, con una única salida: el irrenunciable ejercicio del derecho de autodeterminación. Y respecto a la violencia que, según la Fiscalía, apuntala el delito de rebelión, negó que pudiera preverse «un estallido violento» y responsabilizó únicamente a algunos agentes de llevar a cabo comportamientos violentos el 1-O para «generar un ambiente de crispación». «Se ha visto en las televisiones de todo el mundo», recalcó.

«Pacíficas, ejemplares, cívicas, respetuosas…». Así fueron, volvió una y otra vez sobre la cuestión, las concentraciones independentistas. Incluso obvió los altercados frente a la sede de la Consejería de Economía durante los registros policiales el 20 de septiembre de 2017, que obligó a la secretaria judicial a abandonar el edificio por la azotea a las once de la noche y donde llegaron a concentrarse 60.000 personas. «La actitud fue pacífica, respetuosa, con cánticos. No había ninguna dificultad para entrar y salir del edificio», subrayó pese a que los detenidos no pudieron estar presentes en los registros, se destrozaron dos vehículos policiales y los últimos agentes no pudieron abandonar la Conselleria hasta las siete de la mañana según el relato de la Fiscalía.

A la vista del escudo de España que preside el salón de plenos del Tribunal Supremo, Junqueras hizo una inesperada declaración de amor a España. «Yo en muchas ocasiones he dicho que amo a España y a la cultura española, porque es verdad», pero matizó que «la mejor manera de mantener esta convivencia» es promover una relación con Cataluña en «un plano de igualdad». Antes, tras quejarse de que el tribunal no acceda a la traducción simultánea, aseguró que para él «es un placer hablar en castellano» para poder dirigirse así «a la ciudadanía española tras un año de forzado silencio». Y como corolario a ese pacifismo del que no cesó de revestirse, añadió: «No somos enemigos de nadie ni de nada. Nos gustaría que nadie nos tuviese como enemigos».

«Nada de lo que hemos hecho es delito, absolutamente nada», insistió tras el enésimo llamamiento al diálogo y a una «solución política» que no se resuelve, recalcó, «poniendo a la gente en la cárcel». Las urnas, dijo, «son imprescindibles» a la vez que defendió el referéndum del 1-O. «Votar no es delito, pero imponer por la fuerza que la gente vote sí lo es», añadió. «Organizar un referéndum no es delito y tampoco trabajar pacíficamente por la independencia de Cataluña», remató, empeñado en olvidar que no se sienta en el banquillo por defender la independencia, sino porque la Fiscalía le acusa de perseguir ese objetivo saltándose la legalidad y obviando las resoluciones judiciales.

Junqueras, que se disculpó por la pasión que puso en algún momento de su intervención –«llevo un año y medio sin poder expresarme»–, se permitió hasta un chascarrillo cuando a mediodía el presidente del tribunal acordó el primer receso en la sesión. «Lástima, ahora que íbamos lanzados…», se le escuchó decir. Tras hora y media de declaración y unos cuantos «nunca», el líder de ERC dejó de clamar por una «solución política». Y, finalmente, él también dejó la silla vacía.

Fuente: La Razón

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