Valentonada, soberbia y triunfalista, estas son las actitudes que muestran los acólitos y soportes al régimen de Nicolás Maduro durante estas horas. El testimonio de algunos periodistas que han tenido acceso al círculo rojo del chavismo y las muestras públicas de Diosdado Cabello [número dos del régimen] y Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación e Información, lo confirma. El poder los ha enceguecido. No imaginan su futuro sin él.
La consecuencia inmediata de esa soberbia es la intransigencia. No parece haber una disposición a ceder. El régimen bolivariano ha decidido atrincherarse de tal manera que parece estar dispuesto a seguir sacrificando vida de inocentes y fomentar los escudos delincuenciales de los colectivos armados, con tal de permanecer en el Palacio de Miraflores. Así, les queda solamente la fuerza despiadada y la siembra del miedo.
La soberbia del régimen chavista es similar a la que mostraron en su momento dictadores como Manuel Noriega de Panamá, Muammar Gaddafi de Libia o Alberto Fujimori de Perú. Todos ellos en sus días previos a la caída no imaginaban que algo más poderoso podría derrotarlos: el mismo pueblo, ese mismo que en algún momento los alzó en brazos pero que terminaron por ser víctimas de un fraude político.
La estampida continuada de militares desertores al régimen es un goteo que desangra la fidelidad al dictador venezolano. Son constantes los traspasos de uniformados que cruzan de incógnitos la frontera con Colombia, esperando ser recibidos y ponerse a la orden del Presidente (E) de Venezuela, Juan Guaidó. La mayor barrera que ha impedido la andanada definitiva es el miedo; amenazados, intimidados y víctimas incluso de represión por parte de algunos superiores ideologizados, la inmensa mayoría de los militares anhelan y sueñan con el cambio definitivo.
Adicionalmente, el gran protagonista de esta historia: el ciudadano común. En un nivel de ansiedad sin precedentes, está a la espera de cualquier convocatoria para protestar en las calles e igualmente, a la expectativa de un milagro que permita la salida definitiva del dictador Maduro. Por su parte, el liderazgo de Guaidó ha logrado sellar y revivir el entusiasmo popular y convencerse de que sí es posible mediante la movilización y la presión de los venezolanos, un cese definitivo de la usurpación. Según últimas encuestas, la popularidad de Guaidó roza el 85 por ciento. Maduro apenas alcanza el 10 por ciento. Esos números legitiman por su parte la lucha internacional que se está dando el presidente de la Asamblea Nacional y presidente «encargado» de Venezuela. Sin la pelea que se libra en el ámbito doméstico, lo externo no tendría la fuerza que está adquiriendo. Por el otro lado, esa soberbia madurista desestima por completo el valor que supone para la opción democrática haber obtenido y capitalizado esa inmensa mayoría.
La soberbia de Maduro resulta una frágil burbuja. Podrá tener una gran dimensión, pero al final, Maduro dejará de usurpar el poder más temprano que tarde. Y lo hará como lo han hecho muchos dictadores; creyendo que ese día nunca llegará. En esas horas habrá fiesta en la calle y Venezuela gritará al unísono: ¡Somos libres!
Fuente: La Razón