Mantener al bebé en contacto piel con piel nada más nacer en el cuerpo de su madre es la mejor forma para adaptarse a la vida extrauterina. Lo peor que le puede pasar a un recién nacido sano es que lo separen del cuerpo de su madre, aunque sea por unos minutos. Nada es más importante que el contacto estrecho entre ambos, todo lo demás puede esperar.
Estar junto a su madre piel con piel permite que el recién nacido mantenga la temperatura corporal, siendo menor el riesgo de hipoglucemias, su latido cardíaco y la respiración se regulan, el recién nacido se siente seguro y tranquilo, por lo que sus niveles de estrés disminuyen. Este contacto imposibilitará que otras bacterias externas ajenas a las del cuerpo de su madre que pueden serle dañinas entren en contacto con él.
Además, pone en marcha una serie de mecanismos sensoriales que lo estimulan a dirigirse al pecho de su madre, facilitando el agarre y una succión más eficaz. En definitiva, la lactancia se establecerá con una mayor probabilidad de éxito, posibilitando que sea más prolongada en el tiempo.
Pero el recién nacido no va a ser el único que se beneficie del contacto piel con piel inmediato, también la madre se aprovecha de ello. El estrés generado por el parto se reduce, el riesgo de depresión post parto es menor y el vínculo que se produce entre ambos colabora a que la madre sintonice con las necesidades del lactante.
La madre se siente más empoderada, competente y capaz de cuidar de su bebé. Está demostrado que estimula, a su vez, en la madre la producción de las hormonas responsables de elaborar la leche, facilitando que la subida de la misma se realice de forma más temprana.
Muchas técnicas rutinarias (vacunas, profilaxis ocular, administración de vitamina K) pueden hacerse mientras el recién nacido está en contacto con su madre. Mientras prácticas como pesar o medir al bebé pueden esperar, ya que no variarán nada si se hacen pasadas las dos primeras horas de vida.
Por lo tanto, una de las tareas, de las matronas, enfermeras, o cualquier otro profesional en contacto con la diada madre-bebé, es proteger y resguardar que no los separen.
De todos los mamíferos el ser humano es el que más inmaduro nace. Necesita completar su desarrollo fuera del útero. El mejor entorno para terminar su crecimiento va a ser aquel que más se asemeje al útero, por lo que, necesita del cuerpo de su madre. Más allá de sus brazos el mundo es demasiado amplio para él. Precisa de continuos cuidados para poder sobrevivir, y en brazos de su madre o padre son el lugar donde se sentirá protegido, seguro, caliente y amado. El bebé hasta los dos años no va a ser capaz de comunicarse a través de las palabras, no puede reclamar protección, alimento, ni seguridad, si no es a través del llanto.
Puede llorar simplemente porque se siente solo, y dejar de llorar cuando oye la voz de su madre. Separarlo del cuerpo de su madre es para el lactante una especie de agresión que no debemos de permitir. Cuando llora reclama ser atendido sin demora, no es capaz de entender la relación entre la conducta (llanto) y la respuesta (atención).
Cuando ignoramos su llanto, la respuesta emocional que producimos en él es la frustración, respondiendo a su llanto aprende que los padres están pendientes de sus necesidades y que el mundo es un lugar seguro.
Durante los dos primeros años de vida no hay que educar al bebé, es necesario cuidarlo y atender sus necesidades. Por ello, los profesionales sanitarios debemos fomentar como forma de crianza que los padres respondan a las señales de alimentación, pero también a sus necesidades emocionales, que tan importantes van a ser para el desarrollo emocional y el desarrollo de una personalidad afectuosa, que contribuirá a, su vez, a promover una sociedad mejor.
Fuente;: La Razón