La leyenda habla de Ramón Ortega, que según un corresponsal francés de la Guerra Civil, Joseph Kessel, fue condenado a muerte por la república pero obligado a torear en una corrida benéfica en Valencia y al parecer lo hizo tan bien que fue “indultado” por el público, lo cual hizo que las autoridades le dejaran pasar a la zona nacional. La historia la cuenta Kessel diciendo que el torero pensó: “si voy a morir, que sea un toro”, y se jugó el tipo.
Y la jugada le salió tan bien que, siempre según Kessel, además de ser puesto en libertad, le dieron una suculenta cantidad de dinero.
Después se quedo en el bando republicano, fue a Madrid como taxista, y acompaño a Kessel durante los días en que este estuvo en Madrid.
La realidad es que nada de eso ocurrió. Probablemente el taxista se burlo del reportero francés mezclando una historia que se escuchaba mucho en la época.
El torero no se llamaba Ramón si no Domingo Ortega, que sí que toreo en Valencia en 1936, “obligado a torear” según artículo de un foro taurino, y que luego pasó a Francia y desde allí al bando nacional.
Tal vez a Kesel le contaron mal la historia o él se confundió o el taxista estuvo un buen tiempo riéndose a su costa. (él la cuenta en sus reportajes y en su libro. También aparece en el documental «Diez días en la guerra civil española«).
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