Eran los tiempos del terrorismo, la mafia y los escándalos vaticanos. Era un momento en el que el fantasma del comunismo amenazaba con avanzar a través de Italia y estos tres elementos se entremezclaban. En Roma siempre ha existido especial predilección por las conspiraciones, su milenaria historia lo permite. Y qué mejor episodio que la desaparición de una niña que vivía tras los muros vaticanos y de la que no se ha vuelto a saber nada desde que salió hace 35 años para asistir a una inocente clase de música. Emanuela Orlandi se convirtió entonces en la protagonista de la mejor novela negra italiana, con la desgracia de ser real. Un caso que, como en todo gran misterio, ha ido acumulando nuevos indicios que solo han contribuido a acrecentar el suspense. El último, el hallazgo en la embajada vaticana en Italia de huesos humanos que se investigan por si pudieran pertenecer a la desaparecida.
Emanuela Orlandi tenía 15 años cuando el 22 de junio de 1983 se perdió su pista. Como cada día, esperaba en una parada de autobús del centro de Roma para regresar de la lección. Fue la última vez que se la vio. Unos días más tarde, su padre, que era funcionario del Vaticano, recibió varios mensajes contradictorios. Hasta que dos semanas después comenzó la verdadera intriga con la llamada de alguien apodado «el americano», que dijo tener bajo custodia a la niña, a la que ofreció como moneda de cambio por la liberación del terrorista turco Mehmet Ali Agca, que se encontraba preso tras haber atentado dos años antes contra Juan Pablo II. El Papa pidió en reiteradas ocasiones desde el balcón de San Pedro la liberación de la joven, pero el caso siguió sin avanzar.
Tampoco el intento de asesinato contra Wojtyla terminó nunca de aclararse. En Italia se vivía la resaca de los «años de plomo», en los que la violencia callejera impulsó a bandas mafiosas, al tiempo que las cloacas del Estado porfiaban por espantar el tan anunciado y nunca producido «sorpasso» del Partido Comunista. Cinco años antes, las Brigadas Rojas –un grupo terrorista de inspiración marxista– habían raptado y asesinado al ex primer ministro democristiano Aldo Moro, en un nuevo filón para los amantes de las conjuras internacionales. Años más tarde, el factótum de la política del momento, Giulio Andreotti, fue juzgado por colaborar con la mafia. Y en ese contexto, el Vaticano no se libró de su ración.
En 1982, el Banco Ambrosiano, una entidad católica privada, quebró como consecuencia de los negocios turbios entre su presidente, Roberto Calvi; el cardenal Paul Marcinkus, presidente del IOR (el llamado banco vaticano); y el empresario vinculado con la mafia Michele Sindona. Calvi apareció colgado de un puente de Londres y Sindona envenenado en su celda de la cárcel, mientras que Marcinkus consiguió inmunidad diplomática para regresar a Estados Unidos, donde murió sin ser nunca juzgado.
Marcinkus gozaba de muy buenos contactos y, por tanto, estaba en medio de toda sospecha. Por eso, también él fue puesto en el punto de mira, como presunto muñidor de una deuda entre el IOR y la banda de la Magliana –un clan mafioso de segunda categoría, con fuerte implicación en Roma– que había que saldar. La teoría la alimentó años más tarde Sabrina Minardi, ex mujer del jugador de la Lazio Bruno Giordano y ex amante del capo de la Magliana Enrico De Pedis, que testificó que el mafioso había ordenado el asesinato de Emanuela Orlandi. Para ocultarlo habría escondido sus restos en un sepulcro que más tarde ocuparía el propio De Pedis en la basílica de San Apolinar, donde fue enterrado con el consentimiento de Ugo Poletti, entonces cardenal vicario de Roma. La Policía llegó a exhumar en 2012 la tumba, donde encontró restos de otras personas, pero no de la chica desaparecida.
Los huesos encontrados ahora en la embajada vaticana ofrecen así una nueva esperanza para la familia de Emanuela, que en todo este tiempo nunca ha cesado de pedir justicia. El hermano de la muchacha, Pietro Orlandi, ha llegado a culpar al Vaticano de complicidad por «haber escondido» esta historia, pero el Tribunal Supremo italiano dio por cerrado el caso ante la falta de pruebas concluyentes. El año pasado, un documento contenido en el libro «Los Impostores», del periodista Emiliano Fittipaldi, en el que se especulaba que la niña fue escondida durante años en un convento, alimentó de nuevo las denuncias de los Orlandi. Ni se ha descubierto nada hasta ahora ni es la primera vez que se encuentran restos humanos que devuelven al presente el fantasma de Emanuela. Los investigadores únicamente mencionan que se trataría de los huesos de dos personas, de los que al menos uno correspondería a una mujer, y que posteriormente habría que analizar su correspondiente examen de ADN. Suficiente para evocar una vez más el misterio sobre un caso sin resolver que intriga a Italia desde hace ya 35 años.
Fuente: La Razón