Gracias a la perseverancia de Kim Mun Suk, en los libros de Historia se ha introducido un capítulo que tanto Corea como Japón habían borrado de las páginas de sus anales. Eufemísticamente el Gobierno surcoreano prefiere que se las mencione como «mujeres de confort» o «mujeres de solaz», pero literalmente son las esclavas sexuales del Ejército Imperial Japonés desde la invasión hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. A sus 90 años, Kim es aún la presidenta del Consejo Coreano para las mujeres reclutadas como esclavas sexuales de Japón, ubicado en la ciudad meridional y portuaria de Busán. Su oficina está repleta de artículos y libros, de recortes de prensa y fotografías que narran –primero en blanco y negro y después en color– los pasos que se dieron para destapar una de las incalculables atrocidades que cometieron los soldados nipones durante la primera mitad del siglo XX. Kim –que fue una importante empresaria durante el auge de las agencias de viajes– confiesa que no fue hasta 1989 cuando supo «de estos actos, pues hasta entonces (al igual que el resto del país) no tuve ninguna información de estos hechos». Le llamó la atención la gran cantidad de japoneses que a finales de los 80 viajaba a Corea del Sur «de turismo sexual», ya que según ellos «tenían fama». «No podía soportar que tantos hombres vinieran de viaje sexual, a comprar sexo». Descubrió que era algo común y una constante durante los últimos años, pero también lo había sido en las décadas pasadas. Desde finales de los 60 tenían costumbre de viajar a Corea del Sur con este propósito. Ella ya había estado comprometida en movimientos de mujeres, por la igualdad, enseñando a leer a analfabetas… pero nunca se había involucrado tanto. Una amiga suya de la universidad, en Seúl, ya estaba al tanto y le dijo que por qué no unían fuerzas para impedir el turismo sexual de los japoneses. Y empezaron a manifestarse. Kim llegó a ir a los aeródromos de Busán con pancartas contra ellos. Algunos nipones le dijeron que por qué se cabreaba, pues antes, como eran militares, no pagaban pero ahora sí que lo iban hacer. «Ahora somos ricos, podemos pagar». Es entonces cuando comenzó a investigar y entendió todo: «Las mintieron. A miles de mujeres que vivían en Corea, en China, Taiwán y otras islas sureñas», cuenta indignada. «Los japoneses les dijeron mentiras para llevárselas. A algunas les prometieron que irían a trabajar a una fábrica de productos militares. Muchas eran niñas a las que embaucaron con ir a la escuela. Hacían el viaje, algunas en buque, y después las encerraban». A otras, directamente las secuestraron siendo adolescentes o las vendieron. Las tenían capturadas en una especie de burdeles denominados «estaciones de confort» que tenían como objetivo aumentar la moral del Ejército Imperial japonés. La gran pregunta es cómo y por qué se camufló este atropello a los derechos humanos. Kim cuenta su teoría sin rodeos: «En 1962, hubo una reunión bilateral entre Kim Jong Pil (el fundador de la agencia de Inteligencia de Corea del Sur) y el entonces ministro de Exteriores de Japón y después «premier», Masayoshi Ohira. Tokio tenía que negociar la compensación a Seúl después de la guerra y finalmente retomaron las relaciones firmando un tratado en 1965. Pues bien, Japón entregó 300 millones de dólares para la reconstrucción y se prometieron que nunca hablarían sobre el asunto de las mujeres de solaz». Kim continúa: «Por esa promesa, por ese encubrimiento tardé tanto en enterarme. Y ese problema desapareció de la Historia».
Fuente: La Razón