En su primer día en el cargo, el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, firmó un decreto por el que concede al Ministerio de Agricultura el poder de delimitar las tierras indígenas en el Amazonas. Un movimiento a favor de la industria agraria que ha hecho saltar las alarmas entre la población local y los defensores de este pulmón del planeta. «Bolsonaro entrega las tierras a nuestro enemigo», lamenta el líder de la etnia Kaapor, Sarapo, a LA RAZÓN.
Sarapo tatúa a su hijo pequeño lentamente rayas negras que delimitan sus brazos y recorren su espalda, «como un gran río, como una serpiente», le susurra al oído mientras su dedo recorre el cuerpo del pequeño. La luna está alta, las estrellas iluminan a los perros que aúllan lejanos. El líder de la etnia Kaapor narra un cuento a la luz de la hoguera: «Aquí se libró una batalla, expulsamos ‘a bestias de acero’ que derribaban nuestros arboles, ahora tú también eres un guerrero, pero los lobos siguen al acecho». Los hechos que Sarapo, uno de los grandes líderes del Consejo Kaapor, describe metafóricamente, ocurrieron en el año 2013 y amenazan con repetirse. Cansados de que no se respetase su tierra ancestral protegida, decidieron emprender la batalla. Quemaron puentes con gasolina, los mismos por los que pasaban las excavadoras. También prendieron fuego a maquinas, camiones, y desnudaron, golpearon y ataron de las manos a varios madereros ilegales. No salió gratis. Dos miembros de la etnia fueron atacados y un líder, asesinado. Después vinieron meses de luchas y bloqueos hasta que un día desaparecieron. Los mafiosos fueron expulsados de la reserva Alto Turiaçu, en el Estado de Maranhão. Sin embargo, fue una victoria pírrica, ya que, cuando observas la aldea de Ywyahurenda, presenta un panorama desolador, sin grandes árboles. ¿Se fueron por qué ya no había nada que arrasar, o por la presión de los Kaapor? La tensión vuelve a dispararse en el Amazonas
Bolsonaro, nada más tomar posesión del cargo el pasado martes, dictó una orden ejecutiva por la cual despoja a la Fundación Nacional de Indígenas (FUNAI), que se ocupaba de todos los asuntos relacionados con las comunidades nativas, de la tarea de localizar y demarcar estas tierras. «Más de un 15% del territorio nacional está demarcado como tierra indígena. Menos de un millón de personas viven en estos lugares aislados del Brasil de verdad, explotadas y manipuladas por las ONG. Vamos a integrar estas ciudades y revalorizarlas para todos los brasileños», escribió Bolsonaro en Twitter. Toda una declaración de intenciones. «Las minorías deben adaptarse a las mayorías», aseveró durante la campaña.
Además, el primer día de Gobierno de Bolsonaro, el Servicio Forestal Brasileño fue transferido al Ministerio de Agricultura, un órgano que estaba vinculado al Ministerio de Medio Ambiente y que tiene como responsabilidad la reforestación en áreas devastadas y las políticas para regular la explotación sustentable de regiones selváticas. «Los que están arrasando nuestras tierras son los que cultivan en masa y los ganaderos. Bolsonaro quiere entregar el Medioambiente a nuestro peor enemigo. Si tenemos que volver a pelar lo haremos», afirma Sarapo. Yamani, del pueblo Awá, sale a cazar con su arco. Sonríe, dispara hacia un árbol, pero su flecha no encuentra blanco. «Pensé que había visto un macaco», asegura. Nos movemos con sigilo en las tierras indígenas Caru en el Estado del Pará, también del Amazonas. Un lugar que se ha vuelto inhóspito y salvaje. Hace tiempo que ya no atrapa grandes animales. «El problema es el tesoro maldito que encontraron», lamenta el indígena.
La nueva ministra de Medio Ambiente, Tereza Cristina Correa, es una hacendada que coordinaba la bancada de los propietarios rurales en el Congreso, que le dio a Bolsonaro un importante apoyo durante la campaña electoral. Ahora tendrá en sus manos la definición de tierras para indígenas, descendientes de esclavos negros y campesinos sin tierras, sectores que han estado en permanente conflicto con los grandes potentados del campo en Brasil. Bajo la mina de Carajás, 600 kilómetros al oeste del territorio Awá, hay 7.000 millones de toneladas de mineral de hierro. Es la mina de hierro más grande del mundo. Los trenes recorren el trayecto entre la caverna y el océano Atlántico. «La población, los trabajadores empezaron a llegar, contactaron con nosotros. La malaria y la gripe hicieron el resto. De las 91 personas que conformaban la comunidad, solo 25 seguían con vida cuatro años después, en 1984», recuerda. Su sonrisa se ha borrado del rostro. «El tren asusta a los animales, ya no hay nada que comer. Después llegaron los madereros, arrasaban nuestras casas, asesinaban, contaminaban las aguas”, afirma con la mirada baja. Seguimos el camino en silencio. Al llegar a la aldea, Yamani tira el arco derrotado. Mira a su mujer: «Tan solo he podido coger unos frutos rojos para comer». Alrededor varias casas y pocos pobladores. Una mujer famélica de oscuro y larga cabellera negra sale de su casa de madera. «Un día llegaron y asesinaron a mi esposo y mi padre», comenta. «La mayoría optó por ir a las ciudades. Ya somos pocos y pronto volverán los escuadrones de la muerte, armados con machetes y fusiles», agrega.Brasil cuenta actualmente con 462 reservas indígenas que se extienden por un área equivalente al 12,2% del territorio nacional, en su mayoría en la Amazonia, destinada a los cerca de 900.000 indígenas del país. Los awás son una de las etnias más amenazadas.
Fuente: La Razón