Sabían a lo que iban, pero la realidad les sobrepasó. Estaban convencidos de que participar en el dispositivo de seguridad diseñado para evitar que se celebrara un referéndum ilegal en Cataluña el 1 de octubre de 2017 iba a ser complicado y admiten, con naturalidad, que esperaban insultos, provocaciones y ambiente tenso. Pero “nunca” lo que se encontraron. José y Alberto son sólo dos de los 11.000 agentes que participaron en el dispositivo del 1-O pero ellos vivieron una de las situaciones de mayor crispación. Estuvieron alojados en el hotel Montpalau de Pineda de Mar (Barcelona) que fue “sitiado” por independentistas y estuvieron a punto de tener que abandonarlo por las amenazas que sufrió el dueño del establecimiento hotelero por parte, no de cualquier vecino, sino del propio ayuntamiento por dar “cobijo” a esos “perros del Estado”.
Ahora, un año después de todo aquello, y aunque la situación política siga enquistada, han querido recordar para LA RAZÓN cómo vivieron aquello de una forma más reflexiva.
Llegaron a Barcelona un par de días antes de la celebración del referéndum y enseguida notaron la hostilidad en esta localidad situada a 60 kilómetros de Barcelona y de apenas 27.000 habitantes. “Siempre salíamos en grupo: a hacer deporte a la playa, a tomar un café… El segundo día se nos acercó una chica, nos dijo que ella era constitucionalista y que por eso nos advertía de que había un grupo de WhatsApp con gente de todo el pueblo donde iban marcando nuestros pasos. Había fotos y vídeos nuestros haciendo deporte y comentarios de los sitios por donde habíamos ido pasando a cada hora. Cuando nos dijo “¿a que venís de hacer voleibol?” y nos enseñó esos vídeos, nos quedamos de piedra”, explica José. La joven también les advirtió de que esa noche habría una concentración de protesta frente al hotel donde estaban alojados con la intención, en definitiva, de hacerles la vida imposible y acabar echándoles. Y, la verdad, casi lo consiguen. No esa noche, pero sí pocos días después.
Así las cosas, la noche previa al 1-0 estuvieron haciendo la seguridad en el exterior de la Jefatura Superior de Policía de Cataluña, en la Via Laietana de la capital. Aquella noche recuerdan que ya les empezaron a gritar de todo. “Lo típico: “¡perros!, ¡asesinos!””. Nada fuera de lo previsto. Todo en orden. “A los insultos, escupitajos y demás estamos acostumbrados. Somos profesionales y estamos por encima de eso pero esas miradas de odio que vimos aquellos días en Cataluña, ese desprecio… la verdad es que eso nosotros no lo habíamos vivido nunca”, añade Alberto.
Y es que dentro del cuerpo de la Policía Nacional -igual que ocurre en Guardia Civil-, hay una clara diferencia, en muchísimos aspectos, entre los agentes que sufrieron los llamados “años de plomo” y las siguientes generaciones. Ese “odio” que refieren estos agentes lo conocen bien los veteranos pero, afortunadamente, a los que han ido llegando detrás, les pilla de nuevas.
En cualquier caso, el servicio de Vía Laietana fue un aperitivo a lo que vendría. Después de toda la noche de trabajo -terminaron el servicio a las 9:00 de la mañana- apenas descansaron en el hotel de Pineda de Mar. “Nos tocaba quedarnos a dormir pero ahí habíamos ido a trabajar y fuimos al puerto para estar prevenidos y dar el relevo a los que iban a estar cerrando colegios toda la mañana”, recuerda. Ese día, tras las cargas policiales que se habían producido en los colegios electorales, el ambiente estaba muy crispado. “Al salir del hotel había muchísima gente esperándonos, unas 200 personas gritando ¡fuera fuerzas de la ocupación! Parecía que nos iban a linchar y pensamos: “madre mía, si aquí está así, a saber cómo está Barcelona””. Así fue. El ambiente en la capital no era precisamente relajado. Como los acontecimientos no transcurrieron como esperaban los mandos policiales, el dispositivo previsto fue modificado. “A media mañana se recibió la orden de dejar de hacer colegios así que nosotros ni salimos. Finalmente, se fueron a su base, el hotel de Pineda de Mar donde no había quien descansara porque aseguran que hasta pasaban los vehículos de bomberos con las sirenas con la única intención de despertarles. Pero aquella noche era algo peor.
Al llegar, vieron la que había allí montada. “Sobre las 21:00 horas rodearon el hotel. Cada vez era más gente, habría cerca de 1.000 personas: nos estaban sitiando y hasta el del bar del hotel se vio obligado a cerrar. Cuanto más gritaban, más aumentaba la tensión dentro, entre nosotros”, recuerda Alberto. Ante este panorama y, considerando que si salían ellos sería interpretado por la muchedumbre como una provocación, los mandos policiales decidieron avisar a Mossos d’Esquadra, que son quienes tienen las competencias allí en orden público. “Nos quedamos de piedra: vinieron media docena de agentes y con una actitud, digamos, poco profesional”.
“Nos hacían cortes de manga, se besaban el escudo… Estábamos atónitos. Alguno había también que nos pedía perdón…Era todo surrealista”.
Para los agentes, este enfrentamiento con Mossos, la “vendida” que les hicieron como ellos dicen, fue de las cosas que más les dolió de esta experiencia profesional. “Sabíamos que no iban a colaborar en impedir el referéndum pero no que se fueran a enfrentar a nosotros. Para mí, además de las miradas de odio de la gente, fue lo peor de todo”.
Aseguran que lo peor de la noche del 1 al 2 de octubre, cuando rodearon el hotel, fue comprobar hasta dónde estaba llegando el asunto. “El Ayuntamiento amenazó al dueño del hotel a no darles una licencia de obra que habían solicitado si no nos echaba. Vamos, que en lugar de calmar los ánimos, arengaban a los radicales”. Cuando los últimos compañeros regresaron aquella noche al hotel hubo momentos críticos para conseguir que entraran, a pesar del dispositivo de Mossos. “Ese momento se convirtió, al final, en uno de los más bonitos: les hicimos un pasillo y les recibimos con vítores de ¡viva España! ¡viva Cataluña! Fue muy emotivo. Nos ayudó a descargar la tensión que ya llevábamos acumulada y a sacar pecho por nosotros y por todos esos catalanes que no eran independentistas”. “Cuanto más gritábamos, veíamos que más se callaban los que estaban fuera. Fue un momento de mucha unión”. Aquel episodio, de hecho, además de una catarsis, supuso un punto de inflexión en los acontecimientos. Porque, aunque la mayoría de los vecinos de Pineda seguían mostrando su desprecio a los policías, hubo muchos que se animaron a sacar sin complejos la bandera de España y animar a los agentes. “Siempre hubo gente que nos daba las gracias en voz baja porque decían que si la gente se enteraba, sus hijos en el colegio podían sufrir represalias pero al día siguiente salieron a darnos su apoyo públicamente”. Cuando los agentes vieron esos paseíllos de gente gritándoles “¡ánimo! ¡estamos con vosotros!” sintieron que algo había cambiado. Que algo de ese miedo que han denunciado los catalanes constitucionalistas había desaparecido.
También recuerdan con mucho cariño el trato del personal del hotel donde estuvieron alojados. “El día que había huelga y no tenían apenas comida sacaron todo de las cámaras para que no nos faltara para hacernos al menos un bocadillo y algo de fruta”. El día que el propietario les dijo, a su pesar, que tenían que irse por la amenaza de cierre recibida recuerdan que los mandos les obligaron a salir por al puerta de la cocina. José dice que fue el momento en elq ue se “rompió”. “Queríamos salir por delante con el uniforme puesto. ¡Parecía que éramos unos delincuentes, hombre!”. “Los abrazos con el personal de cocina y tener que sacar la maleta por la puerta de atrás, fueron momentos muy duros”.
Ese trato recibido por el personal del hotel, los catalanes cinstitucionalistas que les acercaban emocionados a darles las gracias y la complicidad creada entre los compañeros fue la parte positiva de esta experiencia profesional. ¿Lo peor? “No poder impedir que se celebre un referéndum ilegal, tener que salir por la puerta de atrás de un hotel, y el nulo reconocimiento por parte de los mandos y del Gobierno, cuando fuimos los que pusimos la cara para que nos la partieran. Parece que las medallas se dan por otro tipo de actuaciones”.
Fuente: La Razón