Ivane Kopadze tenía sólo 18 años aquel verano de 2008. Estudiaba Derecho y, en junio, hizo voluntariamente un curso militar para reservistas. El último día, el capitán les dio un discurso en el que subrayó que ya estaban listos para servir a su país si eran llamados a filas. Lo que nunca pensó Kopadze es que iba a ser necesario tan pronto. La noche del 7 al 8 de agosto, después de una escalada de tensión entre las provincias separatistas prorrusas y el entonces presidente Mijail Saakashvili, el Ejército georgiano intentó tomar Tsjinvali, capital de Osetia del Sur. La respuesta de Moscú fue arrolladora y desmedida. «El 9 de agosto, se declaró la ley marcial en Georgia, lo que significaba que todos los reservistas debían presentarse en su patria para defenderla», recuerda Kopadze a LA RAZÓN. «Actué en consecuencia. Fui directo a una comisaría militar a primera hora de la mañana». Le informaron de que ya lo coordinarían, que estaban sobrepasados, pero que esperase su llamada en casa. «Volvía a mi hogar, en Gori, cuando de repente, no sé por qué me paré y me senté a unos 800 metros de mi casa. Esos segundos me salvaron la vida. Sobrevolaron unos cazabombarderos rusos y soltaron una enorme bomba. Vi cómo la mitad de mi edificio se colapsaba delante de mí. Mis vecinos, con quienes había chateado dos horas antes, gritaban pidiendo ayuda», recuerda Kopadze. «Mis padres, desorientados, no se acordaban de que yo había salido y me buscaban desesperados entre los cadáveres. Nunca olvidaré sus caras cuando me vieron vivo». Kopadze no sintió miedo, el joven reconoce que se quedó mudo, paralizado por la ira de no poder hacer nada. «Ni era médico para ayudar a mis vecinos ni tampoco podía ayudar a mi país con mis estudios de Derecho, pues el invasor violó la legislación internacional frente al mundo».
Fuente: La Razón