Los testigos de la santidad de San Vicente Ferrer

En 1453 y 1454 se recogieron centenares de testimonios para encauzar la canonización del predicador valenciano
El Instituto Studia Friburguensis publica por primera vez una versión íntegra en latín y en castellano de aquellas declaraciones

Quizá resulte presuntuoso, pero adelanto al estimado lector que va a leer algunas líneas muy llamativas sobre San Vicente Ferrer. Casi un milagro, metafóricamente hablando, habida cuenta de la ingente, repetitiva y ocasionalmente errónea información que se aporta sobre el santo. Por supuesto que no será este humilde redactor quien les sorprenda. Lo harán, Arnaldo (llamado el Rey de las armas de Valencia) y Oliva de Coetsal (la viuda de un escudero bretón). Dos personas que no se conocieron entre sí pero que formaron parte de los 378 testimonios conservados del proceso de canonización de San Vicente Ferrer. En otras palabras, Arnaldo y Oliva encarnan una exigua parte de la abundante, primigenia y autorizada fuente de la transmisión de los más de 850 milagros atribuidos al santo valenciano. Las declaraciones de Arnaldo, Oliva y el resto de testigos fueron recogidas en su mayoría en los años 1453 y 1454 durante las encuestas previas a la canonización. Hay prodigios de todo tipo. Magníficos y modestos. Desde resurrecciones hasta el famoso don de lenguas, pasando por otros que obviamente hoy resultan tan anacrónicos como simpáticos, como el narrado por un hombre que afirmó que Vicente estuvo más de tres décadas sin haberse visto determinadas partes de su propio cuerpo. Estas declaraciones de los testigos fueron publicadas a principios del siglo XX, pero para leerlas en castellano hubo que esperar al año 2007, cuando el padre dominico Sebastián Fuster Perelló tradujo aquellos textos editados un siglo atrás por el Padre Fagés. Hoy estamos de enhorabuena al respecto. Bajo la coordinación del también padre dominico Alfonso Esponera, se publica por primera vez, en latín y en castellano, un manuscrito original del proceso de canonización de San Vicente Ferrer conservado en la Biblioteca Histórica de la Universitat de València.

Antes de entrar en materia, permítanme recordar el porqué celebramos precisamente mañana la festividad de San Vicente Ferrer. Esta solemnidad se conmemoró durante casi dos siglos el 5 de abril, evocando la fecha del óbito del célebre predicador, acaecido en Vannes en 1419. Ya sabrán que en junio de 1455 se proclamaba su canonización. Apenas unos meses después, Montpellier acogía el capítulo general de los dominicos que anunciaba la oficialización de la fiesta de San Vicente Ferrer el 5 de abril. Sin embargo, en 1594 se produjo el único y definitivo cambio de fecha. Valencia y sus más ínclitos representantes (ayuntamiento, cabildo catedralicio y San Juan de Ribera) lograron la aquiescencia del papa Clemente VIII para la variación en el calendario. En un período en el que la pasión del pueblo por la Pasión de Cristo no tenía límites, la coincidencia de la Pascua con la conmemoración de un santo menoscababa la trascendencia de esta última. Para evitar incómodas dispersiones, la fiesta de nuestro patrón pasó al segundo lunes de Pascua. Al grano.

JOSE HGUET , COLECCIONISTA DE AUCAS
En 1451 se dispuso el principio del camino definitivo hacia la canonización. Tres cardenales, entre ellos Alfonso de Borja, se convertían en los principales responsables de la recopilación de los testimonios que darían cuenta de la verdadera vida santa de San Vicente Ferrer. Lo cierto es que décadas atrás, prácticamente tras la muerte del predicador, ya circulaba un opúsculo producido en Vannes sobre los poderes taumatúrgicos del dominico. No se ha conservado, a diferencia de otras innumerables pruebas que evidencian que Ferrer fue objeto de una santificación oficiosa por parte de la devoción popular. Mucho antes de la canonización oficial. Aun así, era imprescindible cumplir las normas. La comisión fue nombrando subcomisiones para al menos cuatro encuestas: Vannes y alrededores, Toulouse, Nápoles y Aviñón. Tal vez hubo alguna más, quizá en Lleida y otra muy probablemente en Valencia. Por desgracia, sólo nos quedan las declaraciones de los tres primeros procesos indicados. El bretón, el más amplio (con 313 testigos), es quizá el menos cercano a la vida de Ferrer, acaso por el particular interés en sobresaltar las cualidades post-mortem de nuestro santo. De este modo se revalorizaba el valor prodigioso de las reliquias. Pueden imaginar que ciudad dispuso de los derechos de las exequias vicentinas. Me explico. Cada proceso, realizado en el caso bretón por las autoridades locales, contaba con su particular e inamovible batería de preguntas. No es que cada uno de los testigos que recordase algo del santo lo contase sin más. De hecho, aunque la finalidad fuera la misma, el recorrido fue distinto: Poco tiene que ver el numeroso proceso bretón -con testigos de toda condición-, con la encuesta napolitana, destinada a un eximio círculo, incluido el propio Alfonso el Magnánimo. Además, en Nápoles, las preguntas diseñadas por el entonces Maestro General de la Orden, Marcial Auribelli, eran diversas. Este tipo de peculiaridades de cada encuesta ha sido trabajado concienzudamente por la doctora norteamericana Laura Smoller, quien a su vez realizó una excelente monografía sobre el milagro del niño descuartizado y recompuesto por San Vicente Ferrer, aquel que la tradición valenciana sitúa en Morella. Precisamente en estas encuestas pueden rastrearse las primeras noticias del extraordinario prodigio, pero lo prometido es deuda. Que hablen los protagonistas. No tiene desperdicio.

En Nápoles, en 1453, declaró Arnaldo. Oyó decir que en Vannes «había un hombre que tenía una mujer loca. Teniendo que ir a trabajar, mandó a su mujer que le preparara la comida para cuando él volviera a casa. La mujer, que tenía un hijo de su marido, de catorce meses de edad, en un acto de locura, tomó un cuchillo, mató a su hijo, dividiéndolo por la mitad, y tomó la cuarta parte, la parte superior, y la puso en una olla. Y cuando llegó el marido a comer, le presentó la primera cuarta parte del hijo, apañada con caldo y azafrán, en la que aparecía una mano y cierta parte del cuerpo del niño. El marido quedó estupefacto y entre lágrimas y con el máximo dolor, dijo a su mujer: «¿Qué has hecho?» A lo que respondió «Esta es la cuarta parte de tu hijo y del mío; come». El hombre se levantó enseguida de la mesa, con lágrimas, gemidos y lloros, tomó la cuarta parte del niño guisada, con las otras tres partes del cuerpo muerto, y fue a la iglesia en la que está el cuerpo del Bienaventurado Vicente, poniendo dichas partes sobre el cuerpo del Bienaventurado Vicente, y estuvo allí hasta la noche. Y sacado de la iglesia por los encargados, volvió a su casa, y allí encontró a su hijo jugando debajo de la cama, como acostumbraban los niños, teniendo dicha cuarta parte de su cuerpo teñida del color del azafrán, como si fuera cocida».

Oliva de Coetsal declaraba en Vannes, en 1454: «vinieron a la catedral de Vannes los padres de otro pequeño, al parecer de año y medio de edad, el cual, se dijo, había sido cortado en dos partes por su madre. La señal de ello podía verse en la cabeza. La madre, que estaba en estado, según afirmaba el padre del niño, tenía entonces el antojo de comer carne, de la que carecía. Llevaron al dicho niño al sepulcro del maestro Vicente, afirmando y certificando que había sido dividido en dos partes, y que estaba muerto; y después de la ofrenda hecha por los padres al Maestro Vicente, fue resucitado por su intercesión y totalmente curado».

Ni qué decir que la base textual de la que se sirvió Pietro Ranzano para la elaboración de la primera biografía oficial del nuevo santo, redactada en los meses posteriores al proceso que nos ocupa, fue el grueso de estos textos. No en vano, el milagro del niño descuartizado se incorporaría con alguna variante en la ‘Vita’ de San Vicente Ferrer: Ranzano sitúa el hecho en vida del predicador y lo localiza en tierras valencianas. El folclore trasladaría finalmente el prodigio a Morella. Y así lo han inmortalizado los altares. En otras palabras, la base histórica de gran parte de los milagros vicentinos se halla en los textos que ahora se editan. Cierto es que muchos de los testigos no se implicaron del todo cuando formularon expresiones del tipo «oí decir que.» o «se decía que.», pero otros sí contemplaron en riguroso directo las habilidades -unas milagrosas y otras no- de nuestro patrón.
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Tres cardenales, entre ellos Alfonso de Borja, dirigieron la recopilación de datos sobre la vida del santo
El milagro del niño descuartizado se incorporaría en la ‘Vita’ de San Vicente Ferrer