Lugu, el pueblo chino donde (solo) mandan las mujeres

En la China comunista, en la que durante décadas se impuso la política del hijo único y ocasionó tantos abortos y abandonos de niñas, una sociedad matriarcal ha sobrevivido desde hace siglos. En el país en el que hay un desequilibrio de casi 120 chicos por cada 100 chicas, entre las provincias de Sichuán y Yunnan, se halla la remota tribu de los mosuo. Es una sociedad rural y principalmente agricultora que no ha cambiado en milenios. Rezan y honran a una diosa, Gemu, que además de tener género femenino flirtea con otros dioses de la montaña. Y las hijas e hijos mosuos reciben el apellido de su madre, que es el mismo que el de su abuela. Las mujeres, además, son las que suelen heredar un pedazo de tierra o el hogar familiar para establecer a sus descendientes. Es más, la figura del «padre», tal y como conocemos en Occidente, directamente no existe. Y es que en el Lago Lugu, lo que impera es el «matrimonio andante». Una mujer tiene compañeros, amantes, novios a lo largo de su vida, pero no se casa con ellos. Además, las mosuo solo pueden dar vida, no quitarla, de ahí que descabezar a una gallina para cenar o sacrificar a un cerdo –para hacer la «matanza» y tener embutido durante un año– sean tareas específicamente de hombres. «Es precioso cómo creen profundamente en este aspecto tan básico: no debemos dejar que las mujeres se ensucien al tocar la muerte. Me encantó ser testigo de esto. Es tan especial», cuenta Choo Waihong por teléfono, la única «foránea» que ha logrado instalarse junto a ellos, conocerlos a fondo y hasta ser la madrina de varios niños y niñas mosuo. Choo realiza, de una forma muy personal, una radiografía de este fascinante clan matriarcal y una de las últimas sociedades matrilineales del planeta en su libro «La tribu de las mujeres. Vida, amor y muerte en las recónditas montañas de China» (Península). «El rasgo más característico de una madre mosuo es que es una madre soltera eterna desde la perspectiva de los forasteros. Cualquier niño al que dé a luz nace necesariamente fuera del matrimonio, porque no está casada y no tiene a un hombre que reclame la propiedad sobre su hija. Estrictamente en términos patriarcales chinos, comete un acto escandaloso cada vez que da a luz a un niño y continúa deshonrando a su familia por seguir siendo madre soltera». Desde hace una década, Choo se ha afincado en una hermosa cabaña con vistas al lago y al macizo de la diosa de la montaña Gemu, a la que vuelve tanto en el festival de la deidad como por el año nuevo chino. Choo ha escuchado y observado detenidamente a las mosuos para poder describir este extraordinario linaje. Según Choo, «el Reino de las Mujeres (o el Reino de las Hijas) ha demostrado que es posible un modelo alternativo». En su opinión, se puede «forjar un entorno mejor en el que pueda educarse y alentarse a una mujer para que alcance todo su potencial como persona completa, segura, preparada para contribuir a la sociedad de un modo igual de significativo que un hombre», pues reconoce que la opción del modelo mosuo sitúa a la mujer en el centro sin enviar al hombre al purgatorio. También narra que «elevar a las mujeres desde su posición de ciudadanas de segunda clase en la sociedad al papel principal» no significa el fin de la raza humana, «como demuestran los mosuo». De hecho, ser madre es una prioridad y todo un celebración para las mosuo. La autora, que residía en la boyante Singapur antes de emprender su aventura, también salió con ellas de fiesta y confiesa estar impresionada porque «las mujeres no quedan para un pequeño almuerzo, un té refinado o una cena tranquila. Cuando están de fiesta, comen, beben, cantan y bailan e, invariablemente, lo alargan. Salen como si no hubiera un mañana». También tienen un entrañable sentido del humor. «La mujer mosuo, segura de sí misma, siente que tiene tanto derecho a ser la graciosa del grupo como su homólogo masculino». Al preguntarle sobre en qué momento de la historia las mujeres dejaron de pasárselo bien, contar chistes y temieron llevar la iniciativa y comenzaron a estar pendientes del «qué dirán», Choo asevera que es debido al poder del patriarcado en el que nacemos, que va haciendo mella. «Después no nos sentimos lo suficientemente empoderadas para desafiar lo que ellos quieren que seamos: calladas, sumisas… Por el contrario, las mujeres mosuo no controlan al hombre. Sin embargo, crecen sabiendo que son importantes y eso hace que se comporten de manera completamente diferente. No hay impedimentos. Es tan bonito ver de cerca cómo de completa puede estar una mujer en una sociedad que no las hace pequeñas, sino que las valora y las trata como el género más importante… ¡Qué diferentes son a otras que no hemos tenido la misma suerte!». Asimismo, Choo reseña la ausencia de problemas como la violación, el abuso sexual o la violencia contra las mujeres. No hacen falta movimientos como el «Me too» en el lago Lugu. «No es nada común entre los mosuo, al contrario. Además, las mujeres son muy fuertes y pueden echar a su »axia» (amante) de casa cuando se hartan de él». Las mujeres tienen todo el poder, pero eso no significa que los mosuos no estén mimados por sus madres, tías o abuelas, con las que conviven. También ellos se entretienen: comiendo, bebiendo, peleando bebidos, «nada que ver con los jóvenes de las ciudades chinas con hobbies propios del pasado». Sin duda, «el papel más divertido y crucial que juega un hombre en el cuadro de la vida mosuo es el de semental en el ciclo de la vida de la familia». Una vez más, la descendencia es clave en «el Reino de las Mujeres». «Crecer en una casa y en una sociedad cuyo punto de referencia central es la abuela como cabeza de una familia matrilineal debe hacer que una mujer se sienta especial, sobre todo cuando aprende desde una edad temprana que todos los miembros de la familia, hombres y mujeres, defieren a su abuela», relata Choo. «Como mínimo, debe de sentirse mucho más especial que la mujer china, la cual se ve obligada a permanecer en segundo plano en el hogar patriarcal, donde la tradición la obliga a rendir pleitesía a su padre, luego a su marido y, finalmente, en la vejez, a su hijo». En la sociedad mosuo, están revestidas de privilegios desde el día que nacen, «porque el nacimiento de una niña en una familia mosuo es una celebración, no una tragedia, como se ha considerado siempre en la antigua cultura china».

Fuente: La Razón

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