La efectividad de las Fuerzas Armadas Nacional Bolivarianas de Venezuela es una incógnita, pero a tenor del desempeño de los militares en la economía del país, lo más probable es que la mayoría del material esté inoperativo por falta de mantenimiento, repuestos y medios auxiliares –por ejemplo, las plataformas para trasladar los pesados carros de combate a distancias medias–, que los alardes propagandísticos no consiguen ocultar. En cualquier caso, la principal vocación del actual Ejército venezolano se encuentra volcada en el interior de sus fronteras, con una presencia asfixiante en todos los órdenes de la vida social y económica. Los principales ministerios, las empresas estratégicas de energía, el transporte, las aduanas y hasta la producción e importación de insumos para la producción agropecuaria están encomendadas a los militares, Fue una tendencia natural comenzado por el presidente Hugo Chávez, pero que se ha visto acentuada bajo el Gobierno de Nicolás Maduro, tal vez, porque su falta de ascendencia sobre la Fuerzas Armadas le hacían temer un nuevo golpe de Estado como el que estuvo a punto de derrocar a Chávez. Por supuesto, esto no quiere decir que todo el Ejército venezolano se haya dejado comprar por el régimen. Decenas de militares, la mayoría de empleos medios, han sido detenidos y acusados de alta traición y varios millares, simplemente, han colgado el uniforme y han cruzado la frontera. La mayoría de estos profesiones sufren las mismas penurias que el resto de sus conciudadanos, aunque, sobre el papel, dispongan de sistemas propios de asistencia social. Las élite del Ejército, sin embargo, ha podido enriquecerse, en medios de una corrupción general basada en el acceso a los dólares preferentes, que luego se cambian en el mercado negro. También por el desvío de las importaciones de los repuestos imprescindibles. Todo ello, por no hablar de la pésima gestión encomendada. La agricultura se ha venido abajo, el transporte colectivo ha tenido que recurrir al uso de camiones volquetes, los apagones son frecuentes, faltan alimentos y cae inexorablemente la producción de petróleo. Pero Maduro se siente más seguro y no se escucha el ruido de sables.
Fuente: La Razón