Acababa de comenzar la Primera Legislatura de la democracia, allá por 1977, y dos periodistas, uno riojano y yo, comimos con Xabier Arzalluz en el restaurante alemán Edelweiss, detrás del Palacio de las Cortes. El político peneuvista era un hábil conversador, contaba lo que quería aunque a veces fingía como si se le hubiera escapado alguna cosa, y nos contó los planes que tenía para su “patria”, que se cumplieron en buena parte, con la promulgación del Estatuto de Guernica, aunque no en el aspecto territorial, su “Gran Euskal Herria”, que incluía, además de las provincias vascas, Navarra (por supuesto), zonas del sur de Francia, y otras partes de Cantabria, Burgos y La Rioja. Ante tamaña pretensión, el otro periodista la advirtió que “cavaremos un foso profundo y lo llenaremos de pirañas y cocodrilos”. Me llamó la atención que el peneuvista se comía todo el típico codillo alemán, incluida la piel, algo verdaderamente portentoso.
Arzalluz, que ha fallecido hoy, había nacido en la localidad guipuzcoana de Azcoitia el 24 de agosto de 1932, en el seno de una familia carlista, muy religiosa. Era el último de siete hermanos. No tardó en decantarse por los estudios eclesiásticos y, en 1956, se incorporó como profesor de lengua al Colegio Jesús María El Salvador de los Jesuitas de Zaragoza. Fue ordenado sacerdote de la Compañía de Jesús el 2 de febrero de 1967. Durante su período de formación estuvo en Alemania, algo que siempre recordaba al tiempo que hacía gala del perfecto conocimiento del idioma germánico. Allí había estudiado Teología y, en las discusiones ´con alumnos y profesores, se había convertido en un brillante orador que defendía, con una mezcla de firmeza y habilidad, sus propuestas. Lo demostró desde la tribuna del Congreso. Un gran orador.
Su vocación religiosa duró poco y, a los tres años, abandonó los hábitos para incorporarse a la política como un nacionalista-separatista furibundo. Tenía las licenciaturas de Derecho y Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza.
Pero el asunto por el que siempre será recordado Arzalluz es el de sus relaciones con la banda terrorista ETA, una mezcla de conveniencia (“vosotros movéis el árbol y nosotros recogemos las nueces”) hasta el odio (mutuo) más absoluto, cuando los pistoleros, le gustase o no al PNV, iban a lo suyo y cometían crímenes que no les venían bien, asesinaban o lo intentaban a personalidades del nacionalismo vasco y la Ertzaintza, la Policía Autónoma vasca.
Si el que fuera presidente del PNV soñó alguna vez con controlar a los “hijos descarriados” de ETA, fracasó de forma estrepitosa, diga lo que se diga. Es el típico caso del que le da cuerda a una máquina infernal, que luego no puede parar ni encauzar.
Arzalluz, primero como diputado en la Primera Legislatura, y después como presidente del PNV, fue una figura capital para que nacionalismo vasco haya mantenido el poder en el País Vasco, pese a los intentos de desbancarlos por otros sectores, incluido el brazo político de ETA. La aprobación del vigente Estatuto de Guernica en 1979, fue el primer hito importante.
Ya se sabe que lo que se le da a un nacionalista ya no se le puede quitar. Arzallus lo sabía y, poco a poco, iba logrando más y más competencias transferidas para el País Vasco mediante la negociación, hasta llegar al punto de apoyar en su momento, tanto al gobierno socialista de Felipe González, como al gobierno popular de José María Aznar, en su investidura de 1996.
El lema de aquellas negociaciones tenía algo de perverso, como se ha acreditado después: “Dáme a mí las cosas, para dejar sin motivos a los otros (los de ETA)”. Vamos, que la banda, servía para un roto y para un descosido.
Logró, asimismo, importantes mejoras en el Concierto Económico (relación tributaria entre los gobiernos central y vasco), algo de lo que no disfrutaban otras Comunidades Autónomas.
Arzalluz y su gente estuvieron detrás de la maniobra que organizó el nacionalismo para salvar el trasero al brazo político de ETA, tras el secuestro y asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco Garrido. La población estaba indignada con razón. Hubo asaltos a sedes de Herri Batasuna y, si se les hubiera dejado solos, el futuro, tal vez, habría transcurrido de otra manera. Pero llegaron los Acuerdos de Estella (Lizarra), que se vendieron como un intento de pacificación cuando no eran otra cosa, que un plan de secesión perfectamente definido.
En 2004, tras un agrio debate interno, le sucedió en la presidencia del PNV Josu Jon Imaz, del ala moderada del partido, frente a Joseba Eguibar, que era el candidato defendido por Arzalluz. El partido siguió con lo suyo, hasta hoy, arrancando concesiones de Madrid.
Algunas frases suyas han sido recordadas siempre: “no conozco de ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas”.
— “En Europa, étnicamente hablando, si hay una nación, ésa es Euskal Herria”.
–“No creemos que sea bueno para Euskal Herria que ETA sea derrotada»
Fuente: La Razón