Desafiando los peligros que suponía participar en unos comicios situados en el punto de mira de múltiples grupos extremistas, una cifra récord de paquistaníes salió ayer a votar en las polémicas elecciones generales que tuvieron lugar en el país, y que deberían traducirse en el segundo traspaso de poder de un Gobierno civil a otro en los 70 años de su historia.
Según los resultados preliminares, el Movimiento para la Justicia (PTI) del populista Imran Khan se habría situado en primer lugar con una ventaja más cómoda que la pronosticada por las encuestas. Lejos de los resultados obtenidos en 2013, cuando el PTI quedó tercero, Khan se habría propulsado hasta la victoria con un discurso contra la corrupción y la ineficiencia del Gobierno, pero, sobre todo, gracias a la ayuda que ha recibido del Ejército y la judicatura, que conforman los grandes centros de poder del país.
El gran damnificado de este apadrinamiento de Khan por parte de las filas castrenses y del Poder Judicial ha sido su gran rival y líder del Gobierno saliente. La Liga Musulmana de Pakistán (PLM-N) habría caído finalmente al segundo lugar, muy por debajo de sus últimos resultados y poniendo punto y final a unas elecciones que, en su caso, se han visto marcadas por innumerables casos de intimidaciones y detenciones durante la campaña y acusaciones de fraude durante la jornada electoral. Shahbaz Sharif, presidente del partido, acabó rechazando «por completo» los resultados, a los que tildó de estar «amañados».
El Partido Popular de Pakistán (PPP) del más progresista Bilawal Bhutto se hizo con el tercer lugar y, junto con algunos independientes, está llamado a decantar la balanza en la Asamblea Nacional, ya que los dos primeros habrían quedado lejos de la mayoría absoluta.
A pesar de los 800.000 miembros de las Fuerzas de Seguridad desplegados durante la jornada electoral para garantizar la máxima seguridad a los 105 millones de votantes registrados, los episodios de violencia no estuvieron ausentes. Aunque no se produjeron grandes atentados que pudieran afectar el desarrollo general de los comicios, los medios locales informaron de múltiples incidentes en varios distritos del país, con al menos 37 muertos y decenas de heridos.
Las elecciones han tenido lugar en un momento en el que Pakistán ha reducido los niveles de violencia registrados en 2013, en especial por la actividad de los talibanes paquistaníes. Una de las zonas beneficiadas por esta rebaja de la violencia ha sido Karachi. «Karachi es ahora mucho más seguro, las cosas han cambiado e incluso las elecciones son más fiables», explica por teléfono a LA RAZÓN Ahmed Shah, un joven periodista de la ciudad que, a pesar de ello, sigue sin confiar en que las elecciones traigan cambios: «Ningún candidato ni partido está limpio [de corrupción]», se resigna, y «venderían a su país por un pequeño beneficio».
Ahora que el desafío de celebrar comicios ha quedado superado, el flamante Parlamento tendrá el reto inmediato de apuntalar a un nuevo Gobierno que deberá afrontar los grandes desafíos del país, entre los que se encuentra el rol de los extremistas que han hecho el salto a la política, o la tensión permanente que generan unas Fuerzas Armadas y una judicatura que entienden la democracia como una amenaza hacia sus intereses.
Las principales víctimas son precisamente los que osan criticar o cuestionar su posición, en una dinámica que vuelve a acentuarse. «La cada vez mayor frecuencia y total impunidad con la que agencias de seguridad atacan a quienes critican al Estado es de una grave preocupación», rezaba junio Mehdi Hasan, director la Comisión para los Derechos Humanos de Pakistán.
A diferencia de los anteriores, quienes han sido bendecidos y bienvenidos a los comicios, tanto por el Ejército como por los tribunales, han sido candidatos extremistas con vínculos a grupos terroristas. Y es que, aunque su representación parlamentaria acabe siendo baja, la incorporación de estas figuras en el tablero político abre incógnitas para el futuro. «El ostensible intento de incorporar a la derecha religiosa no hace que [estos] partidos adopten posiciones relativamente moderadas, sino que están radicalizando la corriente central [de la política pakistaní]», alertaba a Reuters Saroop Ijaz, de Human Rights Watch.
Otro reto es la delicada situación económica. Como tras los comicios de 2013, el nuevo Gobierno se verá obligado a pedir un préstamo al FMI.
Fuente: La Razón