Empezaron a ser polémicos en verano de 2016, el día que los «cascos blancos» («white helmets») salvaron la vida del pequeño Omran Daqneesh, el niño de 5 años que fue rescatado de los escombros de un edificio cuyo rostro dio la vuelta al mundo al convertirse en el reflejo del horror en la guerra siria. El pequeño se frotaba los ojos y las heridas mientras esperaba sentado a que le atendiesen en una ambulancia. Omran logró salir de entre los escombros gracias a este grupo de más de 3.000 voluntarios sirios que arriesgan su vida para rescatar a civiles. Están siempre en alerta. Desde su creación en marzo de 2014, alegan neutralidad política, pero Rusia y Siria les acusan de fabricar bombas, atentados, pertenecer a grupos con lazos yihadistas y recibir financiación de EE UU. Su evacuación, vía Jordania, responde al avance de las fuerzas de Al Asad hacia el sur, ya que el Ejército israelí considera que sus vidas están en peligro. En sus filas hay estudiantes, obreros, mecánicos… gente corriente que busca personas entre los escombros. Son héroes para la población y la única ayuda de la que disponen los civiles contra el arma más cruel y devastadora: las bombas.
Fuente: La Razón