Relajados e integrados

Había algún partido –muy pocos- que hasta la fecha parecían haberse librado de la lacra de la corrupción. Uno de ellos era el PNV, el mismo que ahora intenta desvincularse de los acusados por el caso De Miguel a pesar de que la fiscalía considera probada la existencia de «una trama organizada destinada al cobro de comisiones ilícitas». Aquí no se salva ni el Tato. El creciente desprestigio de la clase política, rebatido hasta la saciedad, fundamentalmente por quienes pertenecen a la clase política, tiene unos culpables clarísimos: los propios partidos. Unos porque sabían y han consentido; otros porque sabían pero no querían saber, y otros, los menos, porque presuntamente no se enteraban de la misa la media. Ya no cuela hablar de manzanas podridas y de ranas que prefirieron ser Ali Babá antes que príncipe. Tampoco sirve el argumento de que en todas partes cuecen habas y que al fin y al cabo los políticos son personas como otras cualquiera pero, en su caso, con la tentación al alcance de la mano. Precisamente por eso tendrían que haber llevado al máximo las precauciones. Si las tramas para delinquir son por lo que parece tan sencillas de montar, me imagino que crear una estructura «anti manos largas» no debe de ser tan complicado. Nadie lo ha hecho, así que ahora lo único que queda es apechugar. No todos los políticos son corruptos, vale, pero los honrados han sido incapaces de ver – o de contar, que es peor- lo que estaba sucediendo. Ahora le ha tocado al turno al PNV, y como cada vez que salta uno de estos escándalos de corrupción a mansalva, vuelvo a recordar el mismo párrafo del libro Factótum de Bukowsky: «Todos los que allí trabajábamos sabíamos que teníamos los días contados. Así que andábamos relajados y aguardábamos a que descubriesen lo ineptos que éramos. Mientras tanto, vivíamos integrados en tal sistema». Pues eso.

Fuente: La Razón

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