Venerado con devoción entre los siglos XVII y XX, algunos especialistas indican que jamás existió Las huellas de su recuerdo están presentes por toda la ciudad, como en la fachada de la catedral
En el número 12 de la calle Portal de la Valldigna de Valencia, a muy pocos metros del reconstruido portal medieval que comunicaba el centro urbano con el arrabal de la morería, una lápida marmórea negra evoca el lugar de nacimiento de San Pedro Pascual (1227-1300). Sin duda, se trata de un personaje instalado en la memoria colectiva de los valencianos. Al menos unos pocos siglos atrás. A poco que uno se esfuerce, resulta sencillo observar la omnipresente huella de este legendario personaje en la cultura de nuestra ciudad. Nada más y nada menos que en la Puerta de los Hierros de la catedral de Valencia, en la fachada barroca, tenemos un buen ejemplo. Una de sus hornacinas aloja la representación de un cautivo rescatado -previo pago de su libertad-, entregando a nuestro protagonista la mitra obispal. El gran Jerónimo Jacinto de Espinosa también lo pintó en 1660, en un óleo destinado para el desaparecido convento de la Merced, levantado en la plaza homónima hasta 1840. La pintura sobrevivió y puede admirarse en el Museo de Bellas Artes de Valencia. Al otro lado del cauce del río, en el Paseo de la Pechina, una hermosa escultura de San Pedro Pascual elaborada en el siglo XVIII reivindica su figura como santo en el que convergía buena parte del fervor de nuestros antepasados.
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De hecho, algunos especialistas en la materia coinciden en asegurar que si hay un lugar en el mundo donde no sea necesaria la presentación de San Pedro Pascual, ése es Valencia. Quizá tengan razón, pero el supuesto aniversario de su muerte el 6 de diciembre de 1300 (el miércoles es la efeméride), es un buen estímulo para recordar a este personaje valenciano canonizado por Clemente X en 1670, que sin embargo, desde hace algunos años, y no caprichosamente, está en el punto de mira de diversos historiadores. Su propia existencia está en tela de juicio. En cualquier caso, incluso como construcción cultural al servicio de la devoción o de particulares intereses, el reflejo de su impacto en nuestros predecesores es de tal magnitud que sería un despropósito no darlo a conocer a los apasionados de la historia de Valencia. Más llanamente, ¿no les daría coraje ser preguntados por un turista sobre ese santo que aparece en la fachada de la catedral y no tener respuesta?
Adoptaría el hábito mercedario hacia 1250, cuando comenzaría una vertiginosa carrera
Carácter legendario
Una delgada y lejana línea me une al tema de la semana. Mi primer colegio fue el San Pedro Pascual. Mi memoria no es ni mucho menos un portento, pero me atrevería a afirmar que jamás oí hablar de las excelencias del santo. También es cierto que un servidor sólo estaba por la labor de dar patadas a un balón y esperar el llamado día del colegio, celebrado a mitad de mayo. Disculpen el excurso. El fin es aclarar dos aspectos. A saber, su figura no era muy difundida en el propio centro y el día grande de la institución no guardaba relación con su ‘titular’. Así que pueden imaginar que aquel fervor que suscitó a partir del siglo XVII poco o nada tenía que ver con el olvido en el que caería en la relativa actualidad de hace aproximadamente tres décadas. Para muchos la razón radica en el carácter legendario del personaje.
Recientes estudios se han encargado de argumentar, sin escatimar esfuerzos y documentación, que San Pedro Pascual fue en realidad una invención literaria. Huelga comentar, que incluso muy reconocidos en ámbito científico, estos estudios, como todos, no están exentos de condicionantes a causa de su adscripción a concretas tendencias, diametralmente opuestas a, por ejemplo, las de los historiadores religiosos. Así que la polémica de la que tanto intenta huir quien suscribe está servida. Esta semana es más útil que nunca una sabia cita del historiador Patrick Boucheron, quien con una frase ilustraba el carácter abierto de la historia: ‘La utilidad de la historia es despertar inquietudes, no la de reforzar verdades absolutas’. Veamos, sin más dilación, las inquietudes referentes a San Pedro Pascual.
La primera biografía conocida de San Pedro Pascual fue escrita por Pedro de San Cecilio. Corría el año 1629. El autor era un hermano de la orden mercedaria a la que había pertenecido, supuestamente, y tres siglos atrás, su tocayo San Pedro Pascual. Pedro de San Cecilio redactó la ‘Historia de la vida y martirio de don fray Pedro de Valencia, obispo de Jaén, de la orden de Ntra. Sra. de la Merced, redempción de cautibos’. Quizá sintomático, el autor del proemio de esta obra, el valenciano Miquel Joan de Vimbodí, advertía su felicidad por el nuevo texto «sobre un santo mártir del que hasta hoy (1629) no se ha tenido noticia».
Según Jaume Riera, San Pedro Pascual fue un personaje imaginado por la mente de Pedro de San Cecilio (1596-1668), quien aunó en un ser por él inventado los datos obtenidos de una especie de cajón de sastre que contenía referencias de al menos tres personajes distintos. El primero era Pedro Pascual. Según las crónicas, este fue un mercedario investido por San Pedro Nolasco el mismo día que se fundó la orden, allá por el 1235. La historia de este Pedro Pascual se habría entremezclado con la de un hipotético Pedro que habría fundado hacia 1260 el convento mercedario de Toledo. La tríada la completaba un obispo mártir de Jaén, también llamado Pedro y fallecido en 1300, tras años de cautiverio en los que fortaleció la fe cristiana entre sus compañeros privados de libertad bajo dominio islámico. Cual coctelera contemporánea, los ingredientes fueron agitados a principios del siglo XVII, ofreciendo una vida tan legendaria como apócrifa que durante más de tres siglos caló profundamente en el imaginario colectivo valenciano. Esto lo afirma Riera, un reputado historiador al que no le faltan tampoco grandes detractores por sus llamativas teorías que, para mayor inri, afectan al por algunos denominado conflicto lingüístico, puesto que a San Pedro Pascual se le atribuyeron algunos textos en valenciano del siglo XIII.
Referente de espiritualidad
Honestamente, más allá de las tesis de Riera, resulta indudable que la biografía de San Pedro Pascual, no sé si su verdadera vida, se convirtió en todo un referente de la espiritualidad y de la cultura valenciana. La Iglesia había dado por válida una existencia repleta de particularidades que, además de componer el modelo cristiano por excelencia, arrojaba una buena dosis de orgullo cívico asociado al nuevo santo nacido en la Capital del Turia antes de la llegada de Jaime I. Según la citada biografía, San Pedro Pascual nació en Valencia, entre 1227 y 1230, en el seno de una familia mozárabe (cristiana en el período de control islámico). Su nacimiento se produjo por mediación de Pedro Nolasco, fundador de la orden de la Merced y estrecho colaborador de las campañas militares de Jaime I. Con una hipotética excelsa formación en París junto al mismísimo Santo Tomás de Aquino, adoptaría el hábito mercedario en nuestra ciudad hacia 1250, cuando comenzaría una vertiginosa carrera que le llevaría a tutelar a uno de los hijos de El Conquistador, y a la obtención de varias mitras obispales, la última de ellas en Jaén. Con tal cargo se desplazó a Granada, donde fue hecho prisionero en 1297. San Pedro Pascual, que como mercedario habría desarrollado una ingente labor como liberador de los presos cristianos en manos de musulmanes, era ahora el cautivo. Diversas comunidades de fieles sumarían bienes para obtener la liberación del prelado, pero él renunciaría a su libertad en beneficio de otros presos: los cristianos que habían recibido sus enseñanzas en cautiverio. En 1300 era decapitado. Y así pasó a la historia hasta que a principios del siglo XX algunos estudiosos religiosos fueron matizando, también con documentos, algunos aspectos, como que murió por agotamiento. Para entonces Valencia ya estaba rendida a este personaje que en la actualidad genera controversia. Ajeno a toda discusión está la fe que suscitó, no sólo manifiesta a través de las obras de arte sufragadas por el cabildo catedralicio, los mercedarios y las autoridades municipales. Dispuso de capilla y cofradía en la céntrica parroquia de San Bartolomé, se crearon nuevas biografías, se elaboraron múltiples gozos en su honor, se trajeron reliquias suyas, claro está, celebradas por todo lo alto, etc. Al menos eso está fuera de toda duda. Sus restos, o los de otro hombre, se conservan en Baeza.