Señas valencianas olvidadas en el exilio

metropolitan-museumHitos de nuestra cultura están diseminados por museos de Berlín, Londres o Nueva York
La mayoría de las obras de arte no fueron objeto de expolio, sino que se vendieron al mejor postor

La pasada semana conocimos la agónica tramitación como BIC (Bien de Interés Cultural) de una pintura valenciana de principios del siglo XVI. Esta diligencia evitaba su venta al extranjero, concretamente a Estados Unidos. Más allá del destino final de esta obra, que por fortuna será una institución valenciana, la noticia es un estímulo para recordar que existen multitud de hitos de la cultura valenciana diseminados por medio mundo, en museos de Londres, París, Berlín, Nueva York… Eso sin contar las obras conservadas en Madrid, Barcelona y otros territorios nacionales.

Lo más triste es que en la mayoría de los casos no sería lícito hablar de expolio, entendido este como acción injusta o ilegal. Las obras fueron simplemente vendidas al mejor postor. Más censurable es el modo en qué llegaron al vendedor de turno. Por ejemplo, la desamortización de Mendizábal (1836) despojaba a la Iglesia de sus bienes con objeto de subastarlos y paliar la crisis económica. Pero algunos de ellos pasaron a otras manos que simplemente las vendieron para acrecentar su patrimonio. Les ruego que no hagan una lectura política. La cultura está por encima. El ejemplo citado es uno entre tantos. No en vano, la Iglesia también vendió su patrimonio sin miramientos para mejoras estéticas. Desde mediados del siglo XIX y hasta bien entrado el XX, coleccionistas de medio mundo adquirieron obras maestras valencianas con la misma naturalidad que comprarían un pan. No existía una conciencia patrimonial como la actual, bueno, no entre los propietarios de aquellas obras. El pintor Ignacio Pinazo (del que por cierto se cumple pasado mañana un siglo de su muerte) advertía durante una conferencia que incluso los supuestamente amantes del arte -los miembros de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos- vendían sin escrúpulos a inversores extranjeros. En todo caso la ley al respecto, si existía, era muy laxa.

RETABLO DEL CENTENAR DE LA PLOMA
Una seña de identidad valenciana en Londres

El retablo del Centenar de la Ploma es uno de los casos más llamativos. La obra fue pintada por el artista más afamado en la Valencia de principios del siglo XV, el alemán Marçal de Sax, en colaboración con otros grandes maestros. De preciosa factura y con unas dimensiones colosales (6’60 por 5’50 metros) la obra preside en la actualidad una de las salas del Victoria and Albert Museum de Londres. Quizá tras deambular por los mercados artísticos, el retablo fue adquirido con un precio exorbitante por la citada institución inglesa en 1864.

Y ahora el porqué es tan llamativo. La obra fue encargada por la milicia del Centenar de la Ploma, un cuerpo de élite bajomedieval cuya misión era proteger Valencia. Eran cien ballesteros vestidos de blanco con la cruz roja de San Jorge y con una pluma de garza sobre la cabeza, de ahí su nombre. En origen, el retablo estaba en la desaparecida iglesia de San Jorge, en Valencia, en la actual Plaza Rodrigo Botet. En resumen, el retablo del Centenar de la Ploma es toda una seña de identidad del pasado más glorioso de la ciudad. Visto lo visto (por trabajo frecuento museos) no es seguro que aquí lo valorásemos como merece, pero seguro que más que en su ubicación actual.

RETABLO DE SAN MIGUEL Y LA TRINIDAD ADORADA POR TODOS LOS SANTOS
Nueva York, núcleo de la pintura medieval y la cerámica valenciana

Estrictamente coetáneo es el retablo de San Miguel y la Trinidad adorada por Todos los Santos. Si lo quieren ver en directo, es preciso viajar a Nueva York. Esta pintura es otra de las más excelsas del arte producido en el antiguo Reino de Valencia. Se exhibe en el Metropolitan Museum de la ciudad de los rascacielos. Desconocemos su autor, pero parece que fue encargado por uno de los linajes más afines a Martín I ‘El Humano’. Durante siglos estuvo en el altar de Todos los Santos, en la capilla de San Martín de la Cartuja de Vall de Christ, en Altura (Castellón). Esta cartuja fundada por el citado monarca fue uno de los centros de producción artística más importantes del momento y, consecuentemente, de la historia de nuestro territorio. Recuerden que el siglo XV fue el momento de mayor esplendor de Valencia y su reino. Sin salir de este museo pueden admirar una de las mejores colecciones de cerámica de Manises de todo el mundo. Allí están algunos de los platos en los que comieron nuestros reyes de aquella centuria. Pero si quieren ver la colección más reconocida de cerámica valenciana, seguirán estando en la ciudad indicada, pues ese honor lo ostenta la Hispanic Society.

PALACIO DE MOSÉN SORELL
De Valencia a París y a Reggio Emilia

No sólo grandes retablos y piezas cerámicas fueron víctimas del desapego tanto institucional como privado. Entre 1455 y 1460 se construyó el Palacio de Mosén Sorell en la actual calle Corona, por orden de Tomás Sorell Sagarriga. Fue un palacio de estilo gótico de gran belleza que desde 1840 comenzó a plasmar la decadencia económica de sus propietarios. Se vendió en parte, otras zonas se alquilaron, pero el palacio todavía era fascinante hasta que en marzo de 1878 un incendio, tal vez provocado, devoró buena parte del conjunto. Sin embargo algunas secciones eran recuperables. Algunos eruditos apostaron por la reconstrucción, pero se demolió definitivamente en 1882. Piezas pétreas de gran valor se salvaron, pero sólo para ser vendidas. La puerta por donde se ingresaba a la capilla del palacio fue adquirida por las autoridades francesas en 1883 y puede visitarse en el Louvre. Se trata de una portada atribuida a Pere Compte, el arquitecto que llevó el gótico valenciano a las cotas más altas. Otro pórtico, el del acceso principal al palacio de Mosén Sorell con una inscripción que reza ‘Lo que tenemos fallece y el bien obrar no fenece’ se conserva en la Galeria Parmeggiani en Reggio Emilia. Una tercera la compró José Sanchís Pertegás para su casa de Manises, hoy reconvertida en el Museo de cerámica. A finales del siglo XIX la modernidad entraba en Valencia de frente, pero también por la puerta de atrás. Diversas construcciones sufrieron un proceso parecido a causa de la especulación. El antiguo Ayuntamiento de Valencia sin ir más lejos.

PALACIO DE LOS CONDES DE CENTELLES
Un palacio de Oliva en Copenhague

Otro edificio de gran prestigio que se vio sacudido -literalmente- por la codicia de los inversores fue el Palacio de los Condes de Centelles en Oliva, de principios del siglo XVI. Nos lo cuenta el erudito Teodoro Llorente: «De la esplendidez y buen gusto de los Centelles dan cumplida razón los restos de su palacio de Oliva. Deleita el ánimo del amante de las artes, y a la vez lo disgusta y lo indigna, la hermosura de aquel alcázar, medio destruido y completamente devastado. Por treinta mil reales lo vendió la casa de Osuna, destinando esta cantidad a mejoras en la iglesia mayor. Los compradores lo partieron por el medio, abriendo una calle a través del artístico patio claustral, y demoliendo la escalera de honor que según cuentan, era magnifica, toda de piedra, con anchísimos peldaños de una sola pieza, y balaustres muy bien labrados. En el interior del edificio arrancaron todo lo que tenía valor, con lo cual hicieron buenos negocios los mercaderes de antigüedades» . El epílogo de este relato lo protagoniza el anticuario danés Egil Fischer, quien desmontó lo que quedaba y se lo llevó a Dinamarca para construir su vivienda. Buena parte de esos materiales no empleados se encuentran ahora en el Museo de Artes Decorativas de Copenhague.

Los ejemplos de arriba son muy significativos, pero el número de obras dispersas en el exterior supera las 600 piezas. Pinturas de Joan de Joanes, de Ribera, de Ribalta, esculturas, manuscritos, incunables y restos arquitectónicos, todos elaborados en Valencia, pueblan las colecciones de museos ubicados en infinidad de ciudades. Los franceses hicieron su agosto durante la ocupación de España a principios del siglo XIX, poco tiempo después la desamortización hizo estragos en el patrimonio, pero el golpe definitivo fue asestado entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando las ventas indiscriminadas llegaron a su cénit. Por desgracia, parece inviable que vuelvan a su lugar de origen y que recuperen, al menos en parte, su sentido.