«Si nos quitan las concertinas, estaríamos totalmente vendidos»

La última vez que se enfrentó a un salto masivo en Ceuta, varios de sus compañeros acabaron hospitalizados. Lo recuerda con tristeza, con desazón. Aquella madrugada del pasado 26 de julio quedó demostrado que los efectivos de ambas ciudades autónomas no cuentan con los medios necesarios para defender la frontera ante situaciones tan extremas. «Hay una calma tensa entre nosotros. Los inmigrantes conocen nuestros horarios y saben el momento perfecto para saltar». Quien habla es uno de los agentes de la Guardia Civil que vio cómo un millar de personas se acercaba en actitud violenta hacia él y el resto de sus compañeros. Corrían las 06:35 horas cuando un primer grupo se abalanzó protegido entre cartones. Detrás, otro centenar se organizaba para utilizar su arsenal: radiales, cizallas, bolas de heces y cal viva. «Vienen mejor preparados». Por eso, la intención del Gobierno de retirar las concertinas llegó como un jarro de agua fría. «Sin ellas, estaríamos vendidos».

Aquel salto se saldó con el acceso de 602 personas, la mayoría de ellas cubiertas con gafas, máscaras y escudos fabricados artesanalmente para evitar cualquier daño de las cuchillas. «Si nos las quitan, tendrían que darnos otros medios para defendernos», asegura este agente. Tanto él como el resto de agentes cuentan con material antidisturbio que tienen prohibido utilizar desde la tragedia de El Tarajal, en la que murieron ahogados 15 inmigrantes en 2014. Así, las pelotas de goma y los gases lacrimógenos se mantienen bajo llave en las comandancias de Ceuta y Melilla. «Nos sentimos desamparados».

La delgada línea entre España y Marruecos tiene una extensión de 8 y 12 kilómetros respectivamente y está asegurada por un doble vallado de seis metros de altura. Entre ellas discurre una carretera que permite a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado moverse con rapidez. Sin embargo, mientras que en Ceuta todo el perímetro cuenta con las discutidas concertinas, en Melilla la mayoría carece de ellas. En su lugar, entre ambas verjas, existe una maraña de cables de acero donde el inmigrante quedaría atrapado. «No hay que perder de vista que su objetivo es alcanzar una vida mejor y para conseguirlo no tienen ningún reparo en arrasar con todo».

Desde que el Gobierno anunció sin éxito su intención de retirar las concertinas, las mafias controlan cualquier movimiento y saben que, tras la llegada del Aquarius a Valencia y del Open Arms a Algeciras, «España ha abierto la puerta a la inmigración ilegal», apunta este guardia. Cada vez que un grupo consigue llegar, estas organizaciones lo publicitan en las poblaciones africanas para captar a nuevos interesados.

Esta ruta ha experimentado un aumento del 8,5% en 2018. Según datos publicados por el Ministerio del Interior a 1 de enero, 6.505 personas entraron en España por esta vía en 2018, mientras que el año anterior lo hicieron 5.995. Estos medios fueron instalados en 2005 por el Ejecutivo de Zapatero, coincidiendo con las obras de cambio del vallado perimetral. «Es un medio que no mata, pero sí retrasa su llegada. Eso es lo que nos permite actuar. No hay otra alternativa», expone el pensamiento generalizado del cuerpo.

Fuente: La Razón

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