Jaime Rocha ingresó en la Escuela Naval de Marín en Pontevedra en 1960 y cinco años después fue promovido a oficial de la Armada. Durante 12 años navegó en varios buques y estuvo hasta en seis ocasiones en EEUU, donde se especializó en los aviones Harrier de la armada española. Un buen día le ofrecieron formar parte de los servicios de inteligencia españoles, entonces CESID, hoy CNI, donde permaneció 25 años. “Estas cosas se hacen por patriotismo, idealismo y querer servir a tu país”, nos cuenta. Al fin y al cabo “para la familia es muy duro, porque tiene que permanecer ignorante de muchas cosas y a veces no lo comprenden”. Tiene cinco hijos y catorce nietos. “Para ellos fue un trauma, a uno de mis hijos lo tuve que llevar a un psicólogo porque no me conocía cuando llegaba a casa”, recuerda.
Su primer encargo llegó en 1979, en plena Transición. En 1983 fue llamado para trabajar en el gabinete del director del CESID, desde donde llevaba las relaciones exteriores. Mantenía contactos con los servicios de inteligencia europeos, la CIA, el Mosad… una vida de película. Un agente puede ser, hoy, un hacker. Luego está el agente de inteligencia que hace análisis y clasifica la credibilidad de las fuentes. La clasificación A-1 es la de mayor credibilidad, de “absoluta garantía”, nos cuenta. “Los analistas reciben un montón de información y son capaces de sintetizar toda ella en medio folio” que se envía al presidente del gobierno, y también al jefe de la oposición además de al ministro del ramo de que trate el informe. “En medio folio, porque no leen más, no les da tiempo”, afirma
Claro que luego está el agente “que se infiltra en organizaciones terroristas, en organizaciones mafiosas o en países extranjeros para obtener información clasificada secreta”. Es el agente de las novelas y las películas.
Fuente: La Razón